Ya de por sí difíciles para cualquiera, los últimos cuatro años deben haberse sentido directamente imposibles para Nadine Shah. En 2020 sufrió la muerte de su madre y poco después le diagnosticaron trastorno de estrés postraumático y se hundió en abusos de drogas y alcohol. Al año siguiente se casó con un amigo de toda la vida, pero en la boda decidió escapar de casi todas las fotos. Así lo contó en una entrevista: “Iba a 110 por hora, pretendiendo que todo estaba muy bien, hasta que empecé a tener alucinaciones. Mi mente se iba. Tuve mucho miedo y me empecé a aislar”. Al año de casarse se divorció y poco después intentó matarse. Finalmente se internó durante tres meses en rehabilitación y allí –contó– bailó mucho zumba, hizo buenas amigas y un par de ellas le enseñaron a abrir cerraduras sin llave. Tras salir se mudó sola con su gato al norte de Inglaterra y poco a poco empezó a escribir las canciones que dieron forma a Filthy Underneath, el tremendo disco que lanzó a mediados de febrero pasado. Un diario de viaje ida y vuelta al infierno narrado con potencia dramática y aires desafiantes entre letras ácidas, dolorosas, divertidas y absurdas. En otra entrevista le preguntaron cuál fue su intención con el disco y respondió que no sabía: “Son las canciones de una mujer que dejó caer su cabeza al suelo, la recogió, la puso en su lugar y va intentando que siga ahí”.
Filthy Underneath es el quinto disco de una carrera que Nadine aprovechó desde sus comienzos como vehículo para denunciar en los medios británicos la explotación a la clase trabajadora o la discriminación a inmigrantes en plena era Brexit. “Estoy segura de que mucha gente ya me encontraba como una pesada: ‘Uh, ahí viene otra vez, cuando no quiere arreglar el tema de los refugiados se mete con el streaming”, contó entre risas en una entrevista con The Guardian, en tanto aprovechó para criticar las donaciones a artistas instaladas por Spotify como una clara señal de que las ganancias no se están repartiendo como corresponde. En otra entrevista retomó el tema: confesó que ya directamente le cuesta pagar el alquiler mientras que las plataformas que ganan millones la hacen aparecer como pasando la gorra.
Nacida hace 38 años en la costa este de Inglaterra, madre con ascendencia noruega, padre pakistaní, a los 17 años se mudó a Londres para formarse como cantante de jazz, y a poco de llegar conoció a Amy Winehouse, de quien fue amiga hasta que una pelea las separó. Sucedió cuando Nadine se presentó en un show con la banda de Amy: “Lo último que escuché de ella fue algo así como ‘Andate a la mierda, vaca’”, contó. “Tiempo después, en uno de sus shows, cuando ya estaba consagrada, me vio desde el escenario y me dedicó un gesto cálido sonriendo. Poco después falleció y no pude volver a hablar con ella, pero ese gesto fue suficiente para mí”. Su disco debut, Love Your Dum and Mad, lanzado en 2013, nació de un diario personal en el que escribió sobre el suicidio de dos ex parejas, y cuatro años después fue nominada a mejor disco del año en los premios Mercury por Holiday Destination, donde a través de letras con una fuerte crítica social se apropiaba de la influencia de PJ Harvey o the Bad Seeds para retorcer esos influjos y embarcarse en la búsqueda de su propio sonido.
Más allá de que su disco anterior, el excelente Kitchen Sink, apareció en 2020, su nuevo disco se siente como un renacimiento. Claro que, tratándose de ella, se trata de uno sin un ápice de condescendencia. Cada canción arremete sobre los terrenos áridos de su pasado reciente sin lamentos ni delicadezas, algo que quedó bien en claro desde el corte adelanto con que presentó el disco al mundo en octubre pasado, “Topless Mother”: “Mirate ahora, al borde de tu silla/ te pago para que me entretengas”, canta desde un virtuosismo vocal en furia mientras de fondo la sostienen guitarras sucias y un estribillo que desorientaría a cualquiera que intentara descifrarla: “Sinatra, Viagra, iguana/ tequila, banana, Alaska, medusa, gorila”. “Es una canción sobre una consejera con la que trabajé y con la que no nos llevábamos. Algunas personas sencillamente no encajan y algunas bastardas como yo después escriben sobre eso. Igual estoy segura de que la va a encontrar divertida”, contó en la gacetilla del lanzamiento.
El resto de las canciones del disco –muchas de ellas nacidas de cuadernos que escribió durante su internación– mantienen esa línea de registro de esos días sin tregua. “Greatest Dancer”, el segundo corte, retrata los meses de encierro pandémico en que cuidaba a su madre y miraba con ella concursos de baile en televisión, mientras que en otro de los puntos altos, “Twenty Things”, narra historias sobre las personas que conoció en rehabilitación: “Nadie te cuenta la profunda manera en que te relacionás con la gente que está ahí, y lo que lo hace más intenso es el hecho de que sabés que no todos van a salir adelante una vez que se vayan. Cosas innombrables les pasaron y algunas de las más imperdonables fueron cometidas por ellos también. Se supone que ames al pecador y odies el pecado. Yo los amé a todos”.
El tema que cierra el disco, “French Exit”, aborda su intento de suicidio: “Una salida sin despedidas/ deslizándome por la puerta de la pista de baile/ Pero qué cerca está/ el ahora del ya no más”, es lo último que se la escucha cantar. Lo cierto es que tras la edición de Filthy Underneath se mostró más entusiasmada y activa que nunca: abrió los shows de la gira británica de Depeche Mode, interpretó una tremenda versión de “Red Roses” en un homenaje a Shane MacGowan junto a The Pogues, apareció en el programa de Jools Holland y se embarcó en una gira por Europa que continúa hasta hoy. “Hacer este disco no fue catártico, fue horrible”, contó. “Escribí y reescribí las letras una y otra vez. Siempre había disfrutado haciendo canciones y esta vez se me hizo muy difícil, pero una vez que lo terminé la sensación fue enormemente satisfactoria. Estoy orgullosa del álbum. Creo que es mi mejor trabajo”.