Lo monstruoso supone sensaciones complejas y superpuestas: ¿de dónde sale?, ¿cuándo, cómo y por qué aparece?, ¿de qué está hecho?

En primera instancia, lo monstruoso resulta perturbador por su apariencia y conformación… ¿deforme? Quizás, la mezcla entre lo humano y lo proto o posthumano: lo transhumano, combinado o atravesado por otros reinos, que suman al animal componentes del vegetal y mineral.

En algunos casos puede ser intimidante imaginar su cercanía o el contacto con su textura, su piel. En otros casos, puede amenazarnos su escala o la presencia de un componente mecánico o maquínico, entre otras conjugaciones.

Podría haber una insólita cruza entre lo familiar —y por lo tanto lo reconocible—, con lo extraño, lo absolutamente otro: incluso con lo extraordinario o lo infraordinario. A veces, lo monstruoso genera repulsión porque se acerca a lo siniestro y lo ominoso. Entonces anuncia o anticipa la posibilidad de un peligro, o exhibe una condición macabra. El efecto a priori de lo monstruoso es, por supuesto, la posibilidad de engendrar el peligro y la muerte.

Inversamente, puede suceder que aquello que se propone como monstruoso conlleve una sobredosis tal de extrañeza que, por exceso de alteridad, se vuelva extravagante, al límite de lo grotesco. Algo así como un monstruo pasado de rosca. Entonces, los componentes monstruosos pueden virar de lo temible a lo penoso o risible, ganando nuestra solidaridad, para que aquello que hubiera podido ser amenazante se convierta en amigable.

Podría pensarse que lo monstruoso proviene de una raíz de origen infantil, cuando toman cuerpo ciertos miedos, deseos o fantasías. Y existe la posibilidad de que esa frontera borrosa cruce la línea hacia territorios donde se filtre la ternura, para dar lugar al monstruo bueno, a aquello que resulta monstruoso a pesar de sí mismo, o incluso como resultado de un trabajo enorme.

De allí se desprende toda una cadena de sentidos positivos de lo monstruoso, como algo prodigioso, sorprendente y admirable. Esta acepción no es la primera, pero ayuda a conformar la complejidad conceptual del fenómeno.

La monstruosidad está hecha de retazos que en principio escapan a cualquier clasificación simple. Cada monstruo es un caso. Y son esos jirones de cultura, materiales y sensaciones reunidas los que lo colocan entre lo conocido y lo excepcional. El monstruo puede cohabitar con lo normal, ser su contracara, su complemento, o su sobredosis. Lo monstruoso se abre paso en esa rara oscilación. Queda claro que es algo que escapa a la norma.

Los monstruos que fabrica Fernando Brizuela sintetizan lo dicho y están conformados, en parte, por los prejuicios ajenos en torno de un tema central en la obra del artista: la cultura cannábica. Y en este sentido, sus monstruos exhiben un matiz político.

El punto de partida de muchos de los monstruos que realiza el artista son muñecos industriales de Hulk o de King Kong. Es decir, criaturas que traen consigo relatos de una fuerza incontenible; componentes vengadores o justicieros, o agresivos y violentos, siempre desatados. Simultáneamente, esos monstruos sobrevienen adheridos a ciertos aspectos de la cultura de masas, de la cultura pop, en la que hay una larga serie de sobreentendidos y guiños por todos conocidos.

En su utilización de los muñecos, Brizuela no solo marca el sexo sino que trabaja las manos en forma separada y las reemplaza. Lo mismo hace con las dentaduras, convirtiéndolas en fauces para potenciar lo amenazante de la imagen. Y luego recubre todo con marihuana.

Las figuras bestiales predeterminadas que se venden en las jugueterías son humanoides animalizados, con una expresión crispada, agresiva: una personificación de la fuerza y la potencia de ataque a través de cuerpos de musculatura hipertrofiada.

Lo monstruoso en la obra de Brizuela no solo tiene relación con la puesta en escena de los prejuicios ajenos respecto del mundo cannábico, sino que también podría pensarse en ciertas imágenes del cine de terror, de aquello que suele presentarse como bestial, omnívoro y descontrolado, que puede romper cualquier tipo de contención; de la fuerza sobrehumana con un poder desmesurado de destrucción. El mundo cannábico es lo opuesto, porque se relaciona con la relajación, la percepción aguda y afinada, la serenidad y la introspección; con la calma, incluso el sueño. Y del sueño, por contraposición a los prejuicios, se salta hacia la pesadilla. La oscilación constante de sentidos deja también claro que el monstruo concita un arco de sentidos que lo colocan en la categoría de border.

Los monstruos que fabrica Brizuela materializan los prejuicios contra el cannabis y buscan, entre otras cosas, por vía irónica, luchar contra la aprensión, la arbitrariedad, la desinformación, el temor y la mala prensa que asocian aquel mundo con una constelación que supone peligro, crimen y cárcel. En todo caso, estos monstruos acompañan el proceso de cambio de los últimos años respecto de la percepción prejuiciosa del mundo del cannabis y buscan poner en evidencia a quienes desconocen la ciencia y la ley. Con arte, humor e ironía, la colección de monstruos de Fernando Brizuela busca poner las cosas en su lugar.

* Fragmento del texto que integra el libro en preparación sobre la obra de Fernando Brizuela, y que incluye también textos de María Amalia García, Clara Ríos y Fero Soriano. La exposición de acuarelas y monstruos de Brizuela, con curaduría de Clara Ríos, se puede ver en la galería Miranda Bosch, Montevideo 1723, hasta el 10 de julio.