La obra de Karina El Azem se inscribe en la encrucijada de las discusiones en torno a las bellas artes, las artes aplicadas y el diseño; en los giros, contragiros y derivas de estos viejos pero vigentes debates.

Entre los múltiples interrogantes que campean sobre su proyecto artístico, hay uno que parece insistir y sobrevolar todo su cuerpo de obra, atravesando sus diversas series de trabajo, tanto las conformadas por secuencias de patrones abstractos como las que incluyen una dimensión más narrativa:

¿Existe lo meramente decorativo, entendido como aquello que carece casi por completo de significación?

¿Resulta posible pensar lo ornamental como ausente de significado?

Artes bellas y elevadas versus artes aplicadas, auxiliares y menores; artes a través de las cuales el artista despliega libremente su imaginación creadora versus artes subordinadas a una función utilitaria; artes gestadas por individuos excepcionales con fines puramente estéticos e intelectuales versus artes concebidas como prácticas ligadas a lo comunitario y lo artesanal. Es alli, en la tensión productiva del versus donde mejor funciona un posible posicionamiento de lectura de la obra de Karina El Azem, asumiendo por supuesto, que a través de su práctica estas simplificaciones dicotómicas no serán resueltas, sino merodeadas y exploradas para, quizás, iluminar algunas de sus fisuras y sinsentidos.

Se sabe que muchas de estas jerarquizaciones y clasificaciones —que en ocasiones incurren en adjetivaciones por demás peyorativas— son constructos sociales que responden a una época y a un lugar determinado: el siglo xvIII (conocido también como el «siglo ilustrado») en Europa occidental, es decir, el momento en que se organiza el sistema moderno del arte, a partir de un proceso que acusa profundas modificaciones sociales e institucionales con relación a cómo concebir la práctica artística.(…)

Desovillando algunos de los hilos de estos debates, desde fines de los años noventa la obra de Karina El Azem persevera en revisar las nociones de decoro y decoración, revisitando una y otra vez la vieja dualidad metafisica entre esencia y apariencia y los múltiples deslizamientos de estas nociones hacia los ámbitos de la ética y de la estética. Desde la perspectiva de esta antigua dualidad filosófica, la ornamentación se presenta como una herramienta que enaltece la apariencia pero al precio de ocultar y opacar la verdadera naturaleza del objeto decorado. Así, la apariencia ornamentada se presenta alejada de la verdad de su ser en sí, y la esencia como aquello que, oculto, perfecto e inmutable, la apariencia vela y distorsiona.

Sin duda, podemos reconocer las derivas éticas y estéticas que los postulados de esta tradición clásica acarrean, aún hoy, en nuestra cultura visual. Precisamente sobre estos sedimentos —reactualizados a la luz de la cultura del diseño contemporáneo- opera la obra de Karina El Azem, apelando a diversas estrategias vinculadas a las corrientes neoconceptuales: partir de una idea y luego escoger los materiales que le son más aptos para transmitirla.

A Karina no le interesa tanto acusar al ornato de algún supuesto delito, sino llevarnos delicadamente de la mano hacia la trampa propia del arte. Su procedimiento apela a cierto ocultamiento característico de las estrategias de seducción, a una suerte de rodeo erótico que ofrece retardo y resistencia para manifestarse, y se vale para ello de la carga existencial y del alto poder evocativo de algunos materiales. En este sentido, su operación guarda cierto parentesco con la obra de Cristina Piffer, o incluso, con la de Tomás Espina. Al igual que Karina, ambos artistas trabajan con materiales parlantes que ofrecen potentes fricciones entre la representación y lo representado, ya que los materiales se representan a sí mismos, pero también encarnan el ilusionismo de la representación. Como señaló Gabriel Pérez Barreiro a propósito de la obra de Karina - pero igualmente válido para la obra de Cristina y de Tomás-: «Aprehensión y aprendizaje forman el camino hacia el significado de estas obras, el uno generando el otro»*.

Así, municiones, perlas, cartuchos y delicadas mostacillas generan entre sí —pero también en relación con la imagen representada- una tensión sumamente productiva entre forma y contenido, significado y significante, precisamente por la aparente distancia semántica y conceptual que supuestamente existe entre ellos y que la obra de Karina se encarga de acercar, derribando las murallas del prejuicio y del craso sentido común. Su trabajo invita a volver a mirar y repensar las nociones de original y copia, de anonimato y autoría, de lo uno y lo múltiple, de lo finito y lo infinito. Ya sea a partir del uso de motivos de diseño de diversas culturas —muchos de ellos islámicos— o de íconos populares como Evita o el Gauchito Gil, la obra de Karina parece empeñarse en subrayar la dimensión inherentemente comunicacional de todo signo, como si nos dijera a lo largo de todo su cuerpo de obra: resulta imposible no comunicar, sea cual fuere el signo en cuestión.

"No es oro todo lo que reluce" es una frase que remite a una obra de Karina y, por supuesto, también al refrán popular que invita a desconfiar de ciertos preconceptos. L frase resuena como una máxima moral que advierte, tal como señala Ernst Gombrich, que el gasto debe ser real y no fingido. Pero bien podría ser, también, un mantra argentino que nos recuerda que los opuestos se atraen y que en la belleza habita, siempre latente, lo profundamente perturbador.

* Directora del Parque de la Memoria, docente y curadora. Fragmento editado del texto incluido en el libro Karina El Azem - Superficie infinita - Obra 1993-2023, que incluye también textos de Florencia Qualina y Gabriel Pérez-Barreiro.