Luego de haber abordado la apertura de la primera Fotogalería de la Argentina, la Fotogalería Omega en octubre de 1980, empecé a recopilar material de los distintos fotógrafos que habían trabajado hasta ese momento. Lo que empezó en sobres y pequeñas carpetas, en algunos casos se transformó en cajas y biblioratos. Entre los motivos estuvo darme cuenta de quienes hasta ese momento habían desarrollado, como pudieron, la fotografía como medio de expresión en la FACIO Argentina, algunos desde la propia actividad de los foto clubes, pero advirtiendo la posibilidad de una mirada individual.
Comencé a charlar con ellos, pedirle material, fotocopias de notas que se habían escrito en torno a su actividad y las exposiciones, hasta que al ver que la mayoría era de edad avanzada, debía dejar un registro oral de ese momento para posteriormente realizar un libro como lo realizaron los norteamericanos Paul Hill y Thomas Cooper, el famoso "Diálogo con la Fotografia" que en castellano lo publicó la editorial Gustavo Gili, donde llegaron a reportear a gran parte de los históricos maestros de la fotografía mundial. Leyendo esas páginas, me di cuenta de que más allá de los curriculums y las reseñas, en estos reportajes en algún momento, a partir de algún disparador, la mayoría de estos autores me abrieron, en lo personal, un panorama más que amplio y profundo de la fotografía como medio de expresión y me pareció que era un modelo a seguir para realizar con los fotógrafos argentinos.Estábamos a mediados de los '80 y en función de esas carpetas donde recopilaba material y de los fascículos que habían sido publicados por el Centro Editor de América Latina -como Grette Stern, Horacio Coppola, Sara Facio, Alicia D'Amico, Eduardo Comesaña, entre otros-, empecé a realizar investigaciones de cada uno de ellos y un temario de preguntas y cuando lo tuve ya organizado, le di for-ma. Todos tenían una parte en común y después se personalizaba de acuerdo a su trayectoria individual. Fui realizando los reportajes, en algunos casos con Helen Zout, como en los casos de Grete Stern y de Annemarie Heinrich.
Estamos en épocas en que no existía la computadora personal, así que tuve que recurrir a grabar en casetes, y desgrabarlos contratando a una mujer que vivía por Plaza Once que las realizaba con una IBM de bochitas. Posteriormente, con los avances tecnológicos, se los hice pasar a distintos asistentes que tuve en Fotogalería Omega, primero en una Commodore y luego en PC, pero quedaron ahí, esperando alguna oportunidad que instituciones, tanto pública como privadas, aportaran los fondos para poder publicarlos. Hasta entonces mis experiencias independientes de generación de material teórico no habían sido del todo buenas. Hubo una serie de traducciones que había acordado con muchos de los fotógrafos de ese tiempo que cada uno compraría para prorratear el costo de traducción e impresión; pero terminaron sacando fotocopias. Así que quedó postergado -más allá de buscar permanentemente la oportunidad y publicarlos- más aún por la importancia que adquirían cuando la mayoría de ellos se hicieron más conocidos y luego comenzaron a fallecer producto de su avanzada edad.
Mucha gente de distintas generaciones que se enteraba de la existencia de este material, me decía de la importancia de publicarlos, pero yo sabía, lo mismo en la actualidad que, aunque la producción de material teórico es necesaria y esperada, la gente prefiere comprar libros con imágenes en lugar de material teórico. Además, con los métodos de impresión habituales, era imposible poder vender una cantidad suficiente como para salvar los costos.
Un día charlando con Silvia Mangialardi, con quien a lo largo de los años he desarrollado satisfactoriamente varios proyectos, entre ellos la investigación y publicación del Libro del NAF, con apoyo de Mecenazgo, le plantee la idea y como también ella tenía reportajes que quería reeditar, empezamos a encarar el tema. Por supuesto, era necesario darle forma editorial a los reportajes que estaban en crudo y muchos todavía en casetes. Yo sostenía la importancia del crudo, tal como habían salido las palabras en el momento, pero Silvia me hizo comprender la necesidad de editarlos y corregirlos ya que ella tenía una vasta experiencia de los reportajes realizados en la Revista Fotomundo de la que fue por muchos años directora.
Y así llegamos, pandemia por medio, a la situación actual. Logramos un mecenazgo y nos pusimos a trabajar decididamente para concretar la edición de un primer tomo de los reportajes iniciales. Han quedado varios reportajes de la generación anterior y de la posterior, los fotógrafos más jóvenes del momento los que desarrollaron su actividad sobre todo a los fines de los 80 y principios de los 90, que iremos publicando más adelante.
Realmente considero que no hay nada más interesante e importante para poder investigar a los fotógrafos argentinos, que recurrir a sus propias palabras en sus contextos, y no como se dio en algunos casos particulares, que se desvirtuó el mismo sentido que le daban a su obra a través de la mercantilización de los mismos, realizando supuestas investigaciones y textos edulcorados sobre cosas que en su momento estos mismos fotógrafos habían planteado que eran trabajos profesio-nales, trabajos para poder vivir sin ninguna intencionalidad creativa como sí habían tenido en otros de sus trabajos. Este un tema que desa-rollaré en otro momento.
Por ahora, espero que este libro que editamos a través del sello CFC Centro de Fotografía Contemporánea se constituya en un material de referencia y un aporte para el público creciente de personas interesadas en los aspectos teóricos y para los estudiantes de las diferentes carreras que se han abierto y otras que se están por abrir y que hasta el presente contaban, casi exclusivamente, con material producido en el extranjero.
* Introducción de su libro, recientemente publicado, Entrevistas, Las voces de la imagen- Eduardo Comesaña, Alicia D’Amico, Sara Facio, Oscar Pintor y Humberto Rivas, con edición de Silvia Mangialardi, publicado por Ediciones del Centro de Fotografía Contemporánea.