Un día en la tierra supuso el primer programa de exposiciones pospandémico para el Museo de Arte Moderno, que incluyó la exhibición de una parte significativa de su colección ‒con importante presencia de adquisiciones recientes‒, combinada con obras contemporáneas de artistas invitados. La articulación en varios ejes estuvo a cargo de elaborados guiones, curadurías y montajes: una enorme red de sentidos ‒casi todos resultado de la traumática experiencia pandémica vivida a partir de 2020‒, trabajados por los equipos del museo para interactuar con la comunidad.
La antología de textos incluidos en este libro, que tuve el placer de haber seleccionado por invitación del museo, se compone, en parte, de citas de libros leídos o releídos durante la pandemia y se relaciona tanto con los temas y las obras de los núcleos expositivos como con otra serie de ideas, sentidos, preguntas y reflexiones que consideré profundamente ligados al conjunto de las exhibiciones. La primera metáfora abarcadora que pensé a partir de este despliegue del museo fue la de una gran nave madre que aterriza en el corazón histórico de Buenos Aires para ofrecernos arte.
Para explicar estas derivaciones de sentidos, retrocedo un poco hasta la segunda semana de enero de 2020, cuando los medios de comunicación del mundo informaban que el contagio de una nueva enfermedad, el covid 19, se transmitía a través del aire y por la cercanía relativamente estrecha con personas infectadas. Nos enteramos también de que el paciente cero estaba en la ciudad china de Wuhan, provincia de Hubei, donde se estaba produciendo un exponencial efecto contagio, por entonces epidémico.
En esos días, junto con mi pareja, Cecilia Ivanchevich, estábamos recién aterrizados en Beijing, provenientes de una larga estadía en Chongqing y Dazhou, provincia de Sichuán, por cuestiones de trabajo. También habíamos recorrido, entre otras, la ciudades de Lijiang y Kunming, en la provincia de Yunnan. Difundida la noticia del modo de contagio de la enfermedad, nuestros anfitriones en Beijing nos recibieron en el aeropuerto con paquetes de barbijos y frascos de alcohol en gel que a partir de entonces deberíamos llevar siempre con nosotros.
Los días iniciales de la epidemia ‒aún no había sido caracterizada como pandemia‒ resultaron fantasmales, porque la ciudad de Beijing estaba desierta. Eran días límbicos, dado que el gobierno chino aún no había decidido tomar medidas drásticas sino sólo dar recomendaciones que la gran mayoría de la población cumplía. Pudimos recorrer, con barbijos y alcohol a cuestas, el impactante sector imperial de la ciudad. Tomamos subtes y ómnibus vacíos, visitando lugares que en nuestros viajes de años anteriores a esa ciudad no habíamos podido recorrer, debido a las interminables multitudes que intentaban hacer lo mismo: la ciudad prohibida o el palacio y parque de verano, por ejemplo, estaban casi desiertos por aquellos días de enero de 2020. Nuestra temporada en China se estaba terminando: teníamos tickets áreos de vuelta para fin de mes y los días avanzaban cada vez más enrarecidos, porque se iba imponiendo un paisaje de patrullas policiales y paramédicos, enfundados de pies a cabeza en sus respectivas vestimentas de protección sanitaria. El paisaje se completaba, por una parte, con enormes máquinas rociadoras que, a marcha lenta, avanzaban esparciendo desinfectante en las calles. Y por la otra, con puestos de control callejeros en ubicaciones estratégicas, para la revisión de documentos y la formulación de breves interrogatorios respecto de los motivos de los transeúntes para estar en la calle. Un paisaje y un conjunto de circunstancias que serían frecuentes en el futuro inmediato, en todo el mundo, pero que nosotros estábamos experimentando avant la lettre, a modo de intenso prólogo. Ese prólogo, entre otras cosas, anticipaba la sensación de extrañeza del contexto pandémico que se venía. La sensación de otro mundo, la condensación y fugacidad del tiempo que nos imponía la condición viajera; el estatuto de precariedad que caracteriza a todo visitante, eso era China para nosotros, a lo que se sumó que el mundo propio se convirtió en ajeno. Bajo tales circunstancias emergieron preguntas que tenían un horizonte común: la radicalidad. Cuestionamientos de todo lo que nos rodeaba, de nosotros mismos, del mundo en general, nuestras prioridades e intereses particulares. En esa lista de preguntas, por supuesto, también surgían las que nos hacíamos respecto del lugar del arte, los museos, las exposiciones.
A su modo, el programa de exposiciones Un día en la tierra concentró también esas ideas, esas cuestiones: los efectos problemáticos de la pandemia, que marcaron un antes y un después; la hipótesis viajera, la formulación de preguntas fundamentales sobre el mundo, sobre la nave/museo cargada de arte, la sensación de distancia (¿real?, ¿ficcional?) que permite ver todo como por primera vez.
Es por esto que la antología de este libro busca suscitar lecturas y miradas al mismo tiempo amplias y profundas. Ninguno de los textos aquí incluidos son resultado de ‘sugerencias’ estadísticas aportadas por los algoritmos de los buscadores de internet, sino que surgen de la experiencia continua de la lectura y la observación.
Hay heterogeneidad de materiales, de registros, aunque siempre literarios: zonas de ficción, núcleos poéticos, escritura ensayística, citas teóricas.
Como sucede con la música, si a una lectura se le cambia la clave, el texto muestra nuevos tonos, tesituras, aspectos, relaciones. Pone en primer plano cuestiones que tal vez no habíamos notado antes. Los efectos de lectura pueden ser sorprendentes. No se busca que las imágenes funcionen como ilustración, ni los textos como explicación: entonces aparecen nuevas conexiones aportadas por las imágenes y los textos. Una nueva aproximación puede tomar la forma de un (re)descubrimiento. Esto es en parte lo que subyace en la selección.
No se trata de armar un continuo de citas, sino un montaje de escenas textuales, de collages literarios, de recorridos y mapas posibles, en los que el punto de partida fue la exposición y sus capítulos. Efectos de lectura, incitaciones en torno de imágenes y textos. No hay un hilo conductor, sino más bien una trama, un armado de fragmentos muy propio de la lectura contemporánea.
Esto es así, porque las exposiciones y sus núcleos lo pedían, dada su vastedad y multiplicidad de lecturas. Por supuesto, hay textos en relación directa con las imágenes, pero los hay también tangenciales: citas que apuntan al centro, otras que funcionan como aproximaciones desde el margen. Tanto se incluyen textos que buscan la nitidez del foco en las obras, como citas que eligen rodear las piezas.
Así como una gran exposición puede ser una guía para profundizar en las obras de determinados artistas, una buena antología de textos puede convertirse en una guía de acceso a una biblioteca.
* Introducción del libro Un día en la tierra, de próxima aparición, que contiene una antología literaria seleccionada por F.L., para acompañar las imágenes de las obras del programa de exposiciones homónimo, que llevó a cabo el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, en su primer programa pospandémico (2022-2023).