Los partidos de extrema derecha son un fenómeno de crecimiento mundial, y en nuestro continente van por la segunda experiencia de gobierno. Su crecimiento tiene diferentes orígenes, sostenidos por un trabajo de convencimiento a distintos sectores sociales, que sin embargo se ven objetivamente perjudicados por las propuestas y políticas que estos partidos proponen. “En el libro hablo de la constitución del enemigo a partir de la ´mamata´, que acá le dicen ´curro´, que crea una cadena de equivalencias entre los sueldos de los jueces o funcionarios públicos, pero también los cupos en las universidades o los programas de combate al SIDA o de protección a la gente LGBT. Todo esto deviene en el sentido común un privilegio indebido, y en este sentido el ultraliberalismo y el anticomunismo tienen una función de costura discursiva muy importante”, afirma a Página/12 el brasileño Rodrigo Nunes, autor de Bolsonarismo y la extrema derecha global (Editorial Tinta Limón), que está de visita en Argentina presentando el libro.

Nunes es profesor en la Universidad de Essex y fue profesor colaborador de la Pontifícia Universidad Católica de Río de Janeiro, y Doctor en Filosofía por la Universidad de Londres. Autor de diversos textos sobre las extremas derechas y las nuevas lógicas políticas (como Bolsonarismo y extrema derecha: una gramática de la desintegración, Tinta Limón, 2024), en su nuevo libro (que presenta este sábado a las 17 en el Museo de la Memoria de Rosario (Córdoba 2019) articula reflexiones de coyuntura con líneas de profundidad teórica en donde se puede leer el pasado reciente brasileño como espejo de la Argentina. “En Brasil se hacía una comparación constante con Venezuela diciendo que bajo el nombre de justicia social se quiere crear un sistema totalitario, corrupto e ineficiente económicamente. Obviamente es el fantasma de una amenaza inminente. Y eso justifica cualquier acción: que se pase por encima de la constitución, la violencia policial, un golpe de Estado, no repartir comida a los comedores...”, compara.

“La falta de gas de estos días es el ejemplo perfecto”, continúa el autor brasileño, “porque lo que en otra situación sería la señal de un desastre seguramente se presente a la base de (Javier) Milei como un mal necesario, un sacrificio por el cual hay que pasar, como me decía el conductor del Uber que me trajo aquí, para llegar a la autorregulación del mercado”, ejemplifica.

-El neoliberalismo logró capturar la subjetividad y construyó al emprendedor de sí, en la que el destino depende del esfuerzo de cada uno, pero si hay fracaso es culpa del Estado. ¿Cuáles son los rasgos del bolsonarismo que lograron en Brasil atraer a los electores? ¿Y qué te parece que hay entre los libertarios en nuestro país que siguen ese modelo?

-El rasgo afectivo, el estado anímico que me parece fundamental en este proceso de captura es lo que llamo en el libro “solidaridad negativa”. En esta situación de austeridad creciente, resulta muy difícil ver las dinámicas estructurales en una situación en la que la gente está entrenada para entenderse a sí misma como emprendedora, y por lo tanto ver solo a las causas individuales o a lo sumo familiares, pero jamás sociales o estructurales. Esto produce la experiencia de que si todo va peor para mí, que por lo menos vaya peor para los otros también. La derecha se comunica muy bien con este sentimiento de solidaridad negativa. Mi impresión, hablando con la gente desde que estoy en Buenos Aires, es que una diferencia entre (Jair) Bolsonaro y Milei es que en aquí el elemento económico ultraliberal es más fuerte de lo que fue en Brasil, que estaba combinado con una apuesta en la militarización de los conflictos sociales y la criminalidad, con el conservadurismo social y la defensa de los valores tradicionales de la familia y los roles de género, y un anti intelectualismo muy fuerte, entre otras cosas. El ultraliberalismo, y el discurso anticomunista resurgente, le daba una costura general a todos estos elementos. Pero lo que movilizaba a la base de Bolsonaro era el conservadurismo social. Me parece que esto implica en Argentina una capacidad menor de movilización y, por lo tanto, de consolidación de esta base, pero nada impide que suceda porque Milei juega también la “batalla cultural” y puede lograr esa amalgama.

Para Nunes, el desinterés por la política y la lógica de las redes sociales “crea vacíos de representación y las plataformas ofrecen estas oportunidades de ocupación del vacío por ecologías de lo que llamo en el libro emprendedores políticos, que son estas personas que se presentan en las redes”, propone. “Es claramente el caso de Milei y también de Bolsonaro, aunque él haya sido un congresista desde los años 80. Era una figura marginal hasta que en los 2000 algunos programas de televisión lo descubrieron como una figura medio clown, medio extraña que generaba clickbaits e interacciones porque era controversial y polémico. En este sentido, su proyección nacional es muy comparable a la de Milei. Estos emprendedores políticos encuentran en este camino de menor resistencia una posibilidad de ocupación de estos vacíos políticos”, analiza.

-¿Qué cuestiones plantean las distintas formas de organización de los partidos tradicionales, más verticales y de movilización de masas, con la lógica de “enjambre” de las nuevas derechas basadas en las redes sociales, que analizás en tu libro?

-Es un tipo de ecología organizacional muy distinta, porque su célula fundamental es el emprendedor político, que aprovecha estos vacíos políticos creados por la coyuntura. Se estructura algo como una organización piramidal. La misma lógica de las redes que reparten la visibilidad y la atención de manera desigual, es comparable a una estafa piramidal en el sentido en que cada nivel más bajo tiene control sobre un público menor, pero un control que está de alguna manera metido a la cabeza de la pirámide. Este enjambre deviene algo como una organización piramidal donde hay un emprendedor político exitoso (Bolsonaro, Milei), y luego una estructura piramidal de otros que tienen una relación simbiótica con el que está en la cabeza, que es el que decide cuáles son las líneas generales del mensaje, pero al mismo tiempo ellos van seleccionando los que se reproducen para probar qué es lo que está funcionando con su nicho político. Y también es una relación de competencia, porque estas estructuras no me parece que sean tan estables. Depende todo el tiempo del éxito del líder. Si el líder deja de ser exitoso o viable políticamente (que es lo que debe pasar ahora con Bolsonaro) esto tiende a crear una reorganización de esta ecología organizacional.

-En el último capítulo proponés construir un tipo de radicalización para construir nuevas mayorías, una radicalización programática. ¿En qué consiste esa apuesta? Porque toda intervención política transformadora es una apuesta…

-La primera cuestión que se nos impuso en Brasil cuando vino Bolsonaro, y me imagino que es lo mismo con las izquierdas argentinas, es qué hacer frente a una mayoría electoral de la extrema derecha. El problema de esta discusión es cuando se lo ponía en los términos de si hay que radicalizar o no, y lo que sería radicalizar no era evidente. Me parecía importante plantear esta oposición entre radicalización identitaria y programática para distinguir entre dos formas en que puede darse el juego en las redes sociales. Una es más bien mostrar a nuestros propios compañeros, que también están en las redes, qué tan comprometidos somos que no estamos buscando diálogo con personas que no piensan como nosotros. Esto permite un nivel de radicalización en términos de identidad muy grande, sin que haya costos evidentes. El tema es que esto no cambia que haya una mayoría de la población cuyos sentimientos antisistema, de que algo va muy mal en el mundo, están siendo capturados por la extrema derecha. Y que frecuentemente, por eso mismo, hablan un lenguaje que es distinto al nuestro, e identifican los mismos problemas, agobios y miedos, pero los asocian a causas que son diferentes de las que nosotros concebimos. Lo que nos compete es encontrar maneras de comunicarse con estos agobios, con estos miedos, con este malestar de maneras que logren tocar a la gente, hablar su lenguaje para conectarlos a las causas estructurales que nosotros identificamos y proponer soluciones creíbles de cómo podemos actuar sobre estas causas estructurales para cambiarlas. Esto es lo que llamo una radicalización programática. Si pensamos que esto es solo una mala fase, y que todo puede volver a lo que era, por ejemplo, a los acuerdos que hubo a inicios de este siglo entre los progresismos latinoamericanos, vamos por mal camino, porque lo que parecía realista hace 10 o 20 años no lo es más, porque la realidad ha cambiado. Y esto es lo que tenemos que reconocer.

Las redes como lógica hegemónica

Las redes sociales son un elemento central en esta nueva configuración política que describe Nunes ya que son reales en sus consecuencias: desde la organización de movilizaciones o actividades comunitarias hasta la planificación de atentados, pasando por creación de identidades. “Uno de los efectos que esto tiene, en un momento de baja organización de las masas y de la política como práctica mediática, es el ascenso de las plataformas digitales como lógica dominante: allí estamos como individuos que gestionan una marca digital de presentación de sí mismos, que deviene por su visibilidad más real de lo que somos fuera de las redes”, señala Nunes, y amplía: “Hacer política se confunde con hacerse ver hablando de política en las redes sociales. Y esto quizás sea lo principal: las plataformas se experimentan como espacios transparentes de autoexpresión, porque tienen un altísimo nivel de opacidad que esconde los mecanismos por los cuales esta autoexpresión es mediada por los algoritmos”, sostiene el autor brasileño.