Plena dictadura. Una mujer menuda golpea las manos, habla fuerte, inventa una excusa ante su interlocutor. Dice que quiere comprar esa vieja casona para montar un geriátrico. Finalmente se va con sus sospechas a cuestas. La mujer es Nora Cortiñas. Cree que su hijo Carlos Gustavo Cortiñas, al que busca desde hace meses, puede estar secuestrado en la Mansión Seré. Pasaron los años, nunca pudo comprobarlo. Volvió infinidad de veces a ese predio de Castelar, lindante con las vías del tren. Este viernes fue su última vez en ese lugar que ya no es un campo de concentración, sino la Casa de la Memoria y la Vida. La velaron cientos de personas que lloran la pérdida de la Madre de Plaza de Mayo –la madre de todas las batallas– y que celebran su vida.
Una fila de personas se agolpa para pasar frente al féretro –ubicado en uno de los laterales del microestadio que funciona dentro de lo que fue Mansión Seré. Nora descansa ahí. Tiene la foto de su hijo desaparecido. Marcelo, su hijo menor, conversa con quienes se acercan hasta allí.
Nora es la madre de todas las luchas. La rodean cientos de pañuelos de distintos colores, remeras de agrupaciones de derechos humanos, de sindicatos, la bandera de Palestina. A un costado colocan la bandera con la que solía marchar todos los jueves en la Plaza de Mayo: la que dice 30.000 desaparecidos presentes.
El flujo de gente no se detiene. Ana Careaga, sobreviviente de la dictadura e hija de Esther Ballestrino de Careaga --una de las tres Madres secuestradas en diciembre de 1977--, está desde temprano. “No para de venir gente –dice. Es una expresión del amor que Nora sembró. Ella estaba donde había una injusticia”.
Nora murió el jueves a los 94 años. Llevaba trece días internada en la terapia intensiva del Hospital de Morón, cerca de su casa. Desde que se conoció la noticia de su muerte, las expresiones de dolor se multiplicaron en las redes sociales. Hubo quienes decidieron hacerle frente a la desazón en la Plaza de Mayo. Cientos se acercaron para dejar alguna nota en la Pirámide de Mayo o prender una vela en ese lugar en el que ella tantas veces desafió a los señores de la vida y de la muerte.
Otros fueron hasta el partido de Morón para despedirse. Hay tristeza, pero también hay anécdotas que arrancan sonrisas. Martín Sabbatella está pendiente de todo lo que pasa. En 2000, era intendente e inauguró el primer espacio de memoria de Latinoamérica en lo que fue la Quinta Seré. Nora estuvo ese día con él. “Estamos tristes por su fallecimiento, pero de solo pensar en ella te vuelve la alegría”, dice. Y expresa lo que muchos sienten.
Horacio Pietragalla Corti, el exsecretario de Derechos Humanos de la Nación, pasa a despedirse. “Hay que estar contentos de ser contemporáneos porque van a quedar en la historia como mujeres que a través de la lucha, el amor y la resistencia pudieron llevar adelante una hazaña magnífica”, afirma. “Creo que nadie reemplaza a una Madre como Norita. El legado se tiene que multiplicar en miles para poder llenar el agujero que deja”.
En el salón hay funcionarios judiciales. Alejandro Slokar, juez de la Cámara de Casación, pasó a saludar. Más tarde, entra el juez federal de La Plata Alejo Ramos Padilla. Entabló vínculo con Nora como abogado querellante. Ella iba a escuchar los alegatos contra Miguel Osvaldo Etchecolatz o contra el cura Christian Federico Von Wernich. Su forma de apoyar a los jóvenes abogados –como Ramos Padilla, Guadalupe Godoy o Myriam Bregman– era mover la cabeza asintiendo. Ellos sentían que estaban haciendo las cosas bien. O que estaban del lado Norita de la vida.
“Nora nos enseñó la lucha abnegada y el disfrute”, dice Guadalupe Godoy, que rápidamente saca su teléfono y reproduce un audio que la integrante de Madres le envió después de un fallo favorable.
–Hay que darles a los jueces con todo. Te felicito, Guadalupe. Te habla Nora Cortiñas– se la escucha decir como si alguien no fuera a reconocer su voz.
Está también Sergio Smietniansky, el Cherco, abogado de la Coordinadora Antirrepresiva por los Derechos del Pueblo (CADEP). Para él, Nora es la persona más fotogénica del mundo. Todos celebran el comentario y eligen su imagen preferida de la Madre de Plaza de Mayo. Él también recuerda que Nora fue la primera en acompañar el reclamo de justicia por la masacre de Budge de 1987, cuando la policía fusiló a tres pibes que tomaban cerveza en una esquina.
Un grupo de integrantes de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD) está presente. Hay sobrevivientes de La Plata como Laura Bretal. También está Marta Ungaro, hermana de Horacio, uno de los pibes secuestrados en la Noche de los Lápices. Carlos Lordkipanidse, sobreviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), entra con lágrimas en los ojos.
Hasta encontrarlo
“Fue una despedida a lo Norita”, acota Myriam Bregman. “Creo que fue lo que ella se merecía: mucha gente y mucho cariño”. La diputada del FIT se acercó hasta el cajón para despedirse. Trató de mirarla pero no pudo. “Lo único que me salió fue acariciar la foto de su hijo que ella siempre llevaba sobre su pecho”.
La dictadura secuestró a Carlos Gustavo Cortiñas el 15 de abril de 1977. Para entonces, él estaba en pareja con Ana y tenía un hijito de dos años, Damián.
Pasaron 47 años de incertidumbre. Nora nunca pudo saber qué pasó con el mayor de sus hijos. Damián es un adulto. Está conmovido por todos los que llegan hasta Morón a profesarle su amor a su abuela. No le sorprende. Sabe que ella estaba cada vez que alguien la necesitaba. Si alguien hacía una protesta o caía preso, Nora hacía un plantón.
Damián solía decirle tres cosas cada vez que la veía: portate bien, cuidate y sé más peronista. Todos los consejos eran incumplidos con sistematicidad por Norita --que se divertía con sus travesuras.
Su abuela siempre le decía una cosa: que la Plaza de Mayo --ese lugar que ella transitó durante 47 años-- era mágico. Posiblemente porque todo el dolor se convertía en potencia. El consejo de Nora, entonces, era: "Vení a la Plaza".
Damián quiere que se la recuerde como “una luchadora de todas las luchas, de todos los tiempos y de todos los lugares”.
Siempre en la Plaza
Taty Almeida, referente de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, estuvo temprano para despedirse de su compañera de lucha.
Más tarde llegó Elia Espen, que solía marchar los jueves con Norita. Elia, con su pañuelo puesto, se acercó al féretro y se aferró a un micrófono para hacerle una promesa a su amiga.
–Nora, descansá tranquila. Te aseguro que no vamos a abandonar la lucha contra estos genocidas sin corazón. Seguiremos en la ronda. Estás ahí y siempre estarás.
Vera Jarach estaba en silla de ruedas al lado de Elia.
–Norita, vas a seguir andando con nosotras. Paso a paso. Buscando memoria y justicia. Te queremos, te quisimos y te vamos a seguir queriendo. Estarás presente ahora y siempre.
Tantas veces te mataron
En el ingreso del microestadio hay una mesa con un retrato de Nora. Algunos dejaron notitas o impresiones. “Cuando el fuego crezca, vas a estar ahí”, dice un cartel. “Fuiste mi primera heroína”, reza otra notita. Son gestos de amor sencillos pero profundos, como Nora.
La legisladora porteña Victoria Montenegro entra y sale del salón. “Se va a extrañar enormemente a la querida Norita –afirma. Madre de todas las luchas, la que nunca perdió la capacidad de dar pelea sin perder la sonrisa. Nos toca defender semejante legado y prometerle que tanta lucha no fue en vano. Por difícil que sea todo, venceremos”.
Así solía cerrar Nora cada intervención. En los últimos tiempos, además, había adquirido otra costumbre: cantar Como la cigarra –el himno de María Elena Walsh– que practicaba en sus clases de canto.
Y en su despedida no hubo quien quisiera contradecirla. Con dolor, con la garganta cerrada, con lágrimas se cantó: “A la hora del naufragio/ Y la de la oscuridad/ Alguien te rescatará/ Para ir cantando/ Cantando al sol como la cigarra/ Después de un año bajo la tierra/ Igual que sobreviviente/ Que vuelve de la guerra”.