La película se llama The Apprentice, acaba de participar de la competencia oficial del Festival de Cannes y no sacó ningún premio (nadie esperaba que los tuviera), pero probablemente sea uno de los títulos de los que más se siga hablando hasta el próximo 5 de noviembre, cuando se lleven a cabo las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Sucede que el aprendiz del título es nada menos que el candidato republicano -recién declarado culpable de 34 cargos por falsificación- Donald Trump, cuando todavía era un joven ambicioso, ávido de convertirse en un agresivo desarrollador inmobiliario y, por qué no, también en un político profesional. Por supuesto, antes tenía que asimilar algunas lecciones, que -al menos tal como las cuenta esta producción canadiense dirigida por el danés-iraní Ali Abbasi- no son muy distintas a los tristes mantras que hoy repite el presidente argentino Javier Milei.
De hecho, el título de la película está tomado del reality show del mismo nombre que condujo el propio Trump entre 2004 y 2015, una suerte de Gran Hermano donde la mayoría de los competidores -aspirantes a empresarios de éxito- eran eliminados del programa por el futuro presidente al grito exultante de “You’re fired!” (“¡Estás despedido!”). Nada muy distinto al grito de “¡Afuera!” con que Milei pavimentó su propia campaña presidencial en infinidad de estudios de televisión locales.
Con un guion original escrito por Gabriel Sherman, un periodista estadounidense que ya había publicado una escandalosa biografía de Roger Ailes, el CEO de Fox News (la cadena noticiosa que contribuyó al ascenso político de Trump), The Apprentice se inicia hacia 1973, cuando el playboy Donald, de apenas 27 años, logra ingresar al exclusivo Le Club, un restaurante y club nocturno neoyorquino solo para miembros, que solían ser políticos, jueces, abogados y empresarios: las “fuerzas vivas” de la sociedad estadounidense. El joven Trump (interpretado por Sebastian Stan, el Winter Soldier del Universo Cinematográfico Marvel) llega acompañado por una modelo impactante, pero solo tiene ojos para los hombres del salón, que ostentan lo que Trump anhela: poder.
Hay uno en particular que le llama la atención y con quien no tarda en sentarse a su mesa: el omnipotente abogado Roy Cohn, el más temido de los tiburones de los estrados judiciales neoyorquinos, un “fixer” como llaman en los Estados Unidos a esos personajes inescrupulosos que –por cifras millonarias- se ocupan de blanquear los trapos sucios de políticos, mafiosos y estrellas del espectáculo.
Como Trump le explica a Cohn (notable Jeremy Strong, siempre con una mirada que mete miedo), su padre está metido en uno de esos problemas que solamente puede arreglar un “fixer” de su envergadura: el Departamento de Justicia acaba de presentar una demanda contra la Organización Trump por discriminar a los inquilinos de raza negra, a quienes ostensiblemente se niegan a alquilarles sus viviendas. Y allí ambos se entienden: Donald –como Mauricio Macri, como Milei- quiere demostrarle a su padre que él puede ser alguien y resolver los negocios familiares; a su vez, Cohn ve en Trump junior una potencial inversión, alguien a quien en el futuro pueda pedirle favores a cambio.
Y allí nomás Cohn le explica al aprendiz su credo, que se reduce a una fórmula tan elemental como eficaz: “Regla número uno: atacar, atacar y atacar. Regla número dos: no admitas nada, negá todo. Regla número 3: no importa cuán jodido estés, nunca jamás aceptes una derrota, hay que darse siempre por ganador”. Racista declarado y feroz anticomunista, Cohn murió en 1986, pero no son pocos los periodistas e investigadores estadounidenses que consideran que su influencia sobre Trump –como la de un vampiro que se resiste a morir- sigue moldeando al día de hoy la vida política de su país. Y ahora, por carácter transitivo, a través de Javier Milei (que quizás ni siquiera sepa quién fue Cohn), se diría que no sólo la de su país.
La película The Apprentice sigue luego otros caminos, menos interesantes, entre ellos la relación de Trump con su futura esposa Ivana (Maria Bakalova), que incluye una escena de violación que ya motivó acciones legales por parte de los abogados del candidato contra la película, que intentan impedir su estreno en los Estados Unidos, aunque ni siquiera tuvieron oportunidad de verla. Aprovechando esa publicidad, desde la tribuna de Cannes el director Ali Abbasi (Border, Holy Spider) se ofreció a organizarle personalmente una proyección a Trump, para demostrarle que su visión del personaje no es tan negativa como la que se podría suponer. Pero Steven Cheung, jefe de campaña del candidato, respondió: “Es pura difamación maliciosa, esa película no debería ver la luz del día, y ni siquiera merece un lugar en la sección ‘directo a DVD’ de un contenedor de gangas en una tienda de películas en oferta a punto de cerrar. Debería ser quemada en un contenedor de basura”. Exactamente lo que enseñaba Cohn: atacar siempre, negar todo, jamás aceptar una derrota.
Es que el auténtico villano de The Apprentice es Roy Cohn, un abogado nacido en 1927 en el Bronx neoyorquino y formado en la Universidad de Columbia, que por sus prácticas de dudosa ética legal llegó a ser –según el guionista Mike Reiss- la inspiración para el personaje del temible abogado del Señor Burns de Los Simpsons. A su modo, Cohn fue tan siniestro como brillante. Tenía apenas 21 años cuando fue nombrado asistente del fiscal general de los EE.UU. y a esa misma edad ingresó como miembro de la junta directiva de la American Jewish League Against Communism.
Desde ese lugar y aprovechando el clima de época de la Guerra Fría se hizo un nombre persiguiendo supuestos infiltrados rojos en distintos ámbitos, hasta que tuvo su consagración pública cuando en 1951 ayudó a diseñar la condena y ejecución en la silla eléctrica del matrimonio Julius y Ethel Rosenberg, acusados de haber sido espías soviéticos. El propio Cohn reconoció luego haber utilizado conversaciones ilícitas con el juez para obtener la pena de muerte, consumada en 1953.
El desempeño del joven maravilla en el juicio a los Rosenberg llamó la atención del director del FBI, J. Edgar Hoover, quien convenció al senador Joseph McCarthy de contratar a Cohn como su abogado principal en la caza de brujas que llevó adelante el tristemente célebre Subcomité Permanente de Investigaciones del Senado, un período que pasó a la historia como “macartismo”, término al día de hoy identifica a toda maniobra de persecución ideológica.
Nada de esto está en The Apprentice, porque no es el tema de la película, aunque se menciona al pasar el caso Rosenberg. Lo que sí señala el film es la decadencia de Cohn al mismo tiempo que Trump asciende en la escala social gracias a su padrinazgo. Abogado de famosos mafiosi como Tony Salerno, Carmine Galante y John Gotti, la reputación pública de Cohn declinaba al ritmo de su salud, minada por el virus HIV que hacía estragos en la época. Aunque hasta el día de su muerte lo negó, Cohn –afirma la película, que lo muestra en orgías masculinas de sexo y drogas- era homosexual. Murió a los 59 años, ignorado por Trump, que temía contagiarse por su sola presencia y que ya ni siquiera le atendía el teléfono.
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