Javier Milei tiene una devoción especial por Estados Unidos y, sobre todo, por sus multimillonarios. Sin embargo, no por todos los magnates, sino por aquellos que muestran ciertos rasgos puntuales: blancos, cincuentones, dedicados –entre otros rubros—al negocio de las tecnologías y que especialmente apuestan a la Inteligencia Artificial. Para ser justos, de hecho, el cariño es recíproco porque estas figuras devuelven los gestos de acercamiento del libertario en cada ocasión. Así, a la relación innegable que tejió con el dueño de la red social X, Elon Musk, se le suman las fotos con los pulgares para el cielo junto a Mark Zuckerberg, titular de Meta, y otros como Sam Altman, líder de Open AI y Chat GPT. A todos ellos, Milei les ofrece Argentina como tierra prometida, como espacio de inversiones, como posible polo tecnológico en Sudamérica.
De manera subyacente, el vínculo que se produce entre el presidente argentino y estos CEOs del mundo tech se explica por una sintonía ideológica. Se trata de magnates que pregonan la libertad de mercado, el achicamiento del Estado y la eliminación, sobre todo, de trabas burocráticas. Es la misma fórmula que predica el mandatario doméstico que, en cada viaje al exterior, hace gala de una particular sagacidad para conquistar a estas figuras. Así es como desde Silicon Valley observan con admiración –y con los colmillos afuera– las ideas anarcocapitalistas que propone el libertario al maniatar cualquier intento regulador por parte del Estado devenido en cuco.
Natalia Zuazo, especialista en tecnología y política, brinda su perspectiva sobre esta relación a Página 12. “Creo que en parte es una cuestión vinculada a la frivolidad. Como esas personas son famosas, rockstars, admiradas por facturar mucho dinero, se recurre a ellas. Desde 2022, el boom de la inteligencia artificial generativa a partir del Chat GPT también pudo haber contribuido”. Y completa la directora de Salto Agencia: “Hay bastante desconocimiento de la industria de la tecnología en general y también de la industria de la IA. Open IA, Facebook y Google no son las únicas empresas que se dedican al rubro, hay muchas más y llevan varias décadas”.
En la última semana, Milei se reunió con Sam Altman, reconocido impulsor del proyecto Chat GPT; con Sundar Pichai, CEO de Google; Timothy Cook, Director Ejecutivo de Apple; y con Mark Zuckerberg, referente principal de Meta. En todos los casos, se arrima con el mismo discurso: la nación argentina es tierra de posibilidades para un futuro polo tecnológico en la región. Una dulce melodía para los grandes inversores del planeta que solo quieren eliminar las trabas y cualquier intento de regulación que impida “el crecimiento”.
Aunque el enfoque del presidente se conoce de sobra, a mitad de semana dio una clase abierta para estudiantes de la Universidad de Stanford y allí compartió una frase que sirve para condensar su pensamiento: “El problema es cuando está el Estado. Entonces va, les cobra impuestos a todos y hace un puente. Después hay un montón de personas que viven del Estado, entonces hacen el Ministerio del Puente y empiezan a buscar dónde hacer más. Entonces crean el Ministerio del Agua para poner agua y hacerle un puente”.
Musk, el preferido
Hasta el momento, el presidente argentino se toma fotos con la pose característica de los pulgares hacia arriba y retorna a Argentina sin novedades a la vista. De todas las relaciones que teje, la que se exhibe más robusta es la que cultiva con Elon Musk. En la Convención Global de Inversores, celebrada a principios de mayo en Los Ángeles, Milei dijo: “La Inteligencia Artificial nos hará potencial mundial”. Sabía muy bien lo que decía y quién escuchaba del otro lado, ya que un momento después tendría una reunión a puertas cerradas con el magnate sudafricano. Luego de esa cita, de la que también participaron la secretaria General de Presidencia, Karina Milei, y el embajador en EEUU Gerardo Werthein, Musk posteó en X: “Gran encuentro con el presidente Milei”. Y luego subió la apuesta: “Recomiendo invertir en Argentina”.
Ambos parecen alimentar con gusto una relación que crece con el paso del tiempo. En abril se había dado el primer contacto personal en la planta que Tesla tiene en Texas. Un cruce que había servido para coronar los guiños previos que el mandatario local y el empresario habían tenido solo de manera virtual. Zuazo explica con detalle a qué se debe esta relación, en apariencia, tan cercana. “Milei admira a Elon Musk porque hace rato que es un anarcocapitalista. De hecho, todas sus innovaciones tienen que ver con saltarse las regulaciones estatales. Una de las primeras fue Paypal, un exitosísimo método de pago por fuera de las instituciones bancarias tradicionales”, ejemplifica.
No obstante, como se puede observar, Musk maneja con destreza su exposición pública. Sigue Zuazo: “Cuando compró Twitter (ahora X), se sacó una foto con Thierry Breton, el Comisario europeo de Mercado Interior y aceptó que hay una oleada regulatoria para las empresas de tecnología. En Europa y EEUU, las compañías suelen respetar las normas; ahora bien, sería interesante saber cuál es la conversación de estos CEOs con el presidente de Argentina y su ofrecimiento con respecto al panorama regulatorio”. Conocer si existirán reglas de derechos humanos para la creación de IA, normas fiscales al momento de tributar localmente, disposiciones laborales para contratar personal; o bien, si solo será cuestión de que vengan a invertir a cualquier costo.
Para el caso puntual de Musk, Carlos de la Vega detalla en un artículo de forma pormenorizada todas las ayudas que obtuvo del gobierno de EEUU para promover el crecimiento fenomenal de sus empresas. El caso de Space X es especialmente ilustrativo, así lo expresa Ana María Vara, investigadora del Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Martín. “Space X necesita los contratos de la NASA, de hecho, no podría haber avanzado hasta donde llegó sin ellos. El Estado es un actor imprescindible para el empresario”. Y, al mismo tiempo, el Estado necesita de Musk: “Es muy interesante ver cómo la agencia espacial estadounidense empezó a tercerizar en determinado momento el gran aporte en desarrollo científico-tecnológico. Así es como traslada a la compañía de Musk tanto el riesgo tecnológico (posibles accidentes en las misiones) como el financiero”.
La pregunta que se abre, entonces, es por qué Musk acepta correr con los riesgos. Vara ensaya una respuesta: “Es un empresario acostumbrado a tomar riesgos de todo tipo: en Tesla, por caso, registra un nivel de accidentes que supera al del promedio de la industria. Lo mismo con los lanzamientos de Space X, cuyos primeros experimentos con naves fueron grandes fracasos y cada tanto tiene un accidente”. Sus fracasos, de hecho, se muestran como éxitos porque “permiten el aprendizaje”. Según la investigadora, “una construcción discursiva que solo se sostiene en la medida en que el periodismo internacional de convierte en amplificador de sus palabras”.
El Estado como mala palabra
Lo que a menudo no se dice es que, aunque se construyen como hombres que son el fruto de su propio esfuerzo, estos empresarios recibieron reiteradas ayudas del Estado que les permitieron construir sus fortunas y poder. Tal como lo enseña la economista Mariana Mazzucato, las condiciones para que una región como Silicon Valey en el presente se convirtiera en cuna de innovaciones fueron garantizadas por la intervención estatal décadas atrás.
Según Diego Hurtado, exsecretario de Planeamiento y Políticas del Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación, el punto de llegada es el pensamiento de Mazzucato y su idea del Estado emprendedor, “el que va hacia adelante, quien toma las iniciativas de riesgo”. Sin embargo, explica quien estudia el tema de cerca, la historia arranca con Joseph Schumpeter que, a comienzos del siglo XX decía que “el motor del emprendedurismo es el individuo emprendedor”. Entonces había una mirada que definía al individuo como el motor del capitalismo. En los 60, esta perspectiva se transformó: el crecimiento del capitalismo condujo a la emergencia de las grandes empresas. “Ahí es cuando se desplaza toda la teoría schumpeteriana y ya no se puede hablar de individuos emprendedores, sino de ‘empresas emprendedoras’. En los 90, en cambio, se comenzará a pensar en términos de sistemas nacionales de innovación. Desde aquí, resulta que hay naciones más emprendedoras que otras porque se saben organizar”.
En esa cronología, la irrupción del orden neoliberal provocó de manera subyacente el desplazamiento del Estado de Bienestar. “Así se debilita a la clase trabajadora y se ataca sus modos de organización en los gremios, porque se cree que son los responsables de la crisis de la tasa de ganancias de los capitalistas. Al Estado se lo retira echándole la culpa de todos los males de la economía”, completa Hurtado. Ahora bien, el Estado no se retira del todo, sino que a partir de los 80 orienta sus esfuerzos a favorecer al capital. “Todo lo que hay en el Estado que le sirve el capital se lo va adueñar el capital. La privatización de los bienes públicos, por ejemplo”.
El mito del emprendedor
Bajo estas premisas, Hollywood crea con éxito el mito del emprendedor: ese muchacho blanco, creativo, inquieto, “que piensa fuera de la caja”. “Es la vida de gente como Steve Jobs (cofundador de Apple) que reproduce el mito del jovencito que anda de jean por un campus universitario, medio rebelde y no va mucho a clase, que luego lidera un grupo de jóvenes como él y de pronto se hace multimillonario”, grafica Hurtado.
Nadie puede negar el talento de Jobs. Sin embargo, lo que la historia omite y el relato emprendedor jamás exhibe es el ecosistema de incentivos y promoción basado en la inversión del Estado, alrededor del cual se levantan las universidades y los centros en los que estas figuras hacen carrera. De este modo, remata Hurtado: “Cuando Jobs decide iniciar con sus proyectos, se invisibiliza el financiamiento que recibe del sector Defensa de EEUU. Mazzucato lo explica más o menos así y estoy de acuerdo: ‘Sin el apoyo del Estado norteamericano Steve Jobs a lo sumo habría inventado un lindo juguete’”.