Diversos pueden ser los motivos por los que una buena parte de los argentinos votaron una reciente construcción mediática de ultraderecha neofascista como lo es Javier Milei. Pero atribuir su triunfo eleccionario sólo a la insatisfacción de muchos ciudadanos con los gobiernos anteriores no es suficiente para intentar la explicación de un fenómeno que pareciera convocar más al psicoanálisis que a las ciencias políticas o la sociología.
Freud en 1920 escribió su texto "El más allá del principio del placer" en el que sostiene que la vida psíquica no se regiría sólo por el principio del placer (la búsqueda del placer y la evitación del dolor y el sufrimiento), sino también en muchos casos por el más allá del placer (el encuentro de satisfacción en el sufrimiento y el malestar) concomitante al goce y a la pulsión de muerte. Es decir, no es lógico pensar que el sujeto busca siempre su bien, o mejor dicho, que su bien coincida necesariamente con su bienestar.
El bien de alguien puede residir paradójicamente en su propio "mal". Hay suficientes pruebas de ello en la vida cotidiana. Lo vemos todo el tiempo al abrir la ventana. La repetición que insiste, la vuelta del sujeto contra sí mismo, el arruinar sus propios logros, etc. van en esa dirección. El ejemplo más paradigmático en Freud es el masoquismo.
La presencia del "superyó", esa estructura que lejos de regular y socializar al sujeto, como cree la psicología y el sentido común, lo sume, por sentimientos de culpabilidad, en las mayores constricciones y autorecriminaciones inconscientes y lo conmina, en algunos casos, inclusive a delinquir para recibir un castigo y aliviar así una culpa no consciente que ni siquiera sabe de dónde viene.
Precisamente, la fase actual del capitalismo, de la que podríamos realizar una analogía, si la comparación no es forzada, con el superyó freudiano (esa instancia cruel y feroz, carente de límites), pareciera confinar hoy al sujeto a la búsqueda de su propio malestar. El imperativo de la época es "goza". Es decir, el neoliberalismo promueve actualmente como estrategia de dominación el goce paradójicamente masificado y manda ir hacia el exceso, la desproporción, la desmesura, la transposición de los límites.
Quizá el mundo ha comenzado a funcionar enteramente por el lado del más allá del placer. Muchos sujetos a los que les pregunté, antes de las elecciones, por qué pensaban votar a Milei me respondieron: "porque quiero que se pudra todo", "prefiero comer tierra con tal de que no gane el Peronismo", etc. La edificación, por parte de las usinas mediáticas del neoliberalismo, de un enemigo a quien atribuir la suma de las frustraciones y malestares de los sujetos, inclusive la angustia propia de la condición humana, aparece como la vía regia para la transformación de la subjetividad y la colonización mental.
La apropiación planetaria por parte de la fase actual del capitalismo no es sólo económica sino fundamentalmente cultural. La rotura del lazo social, la construcción del otro como enemigo, la primacía del registro de lo imaginario, el goce en la desdicha del prójimo, el individualismo extremo, la ausencia de referencias universales, la declinación de los ordenamientos simbólicos, quizá tengan mucho que ver en los resultados electorales de esta época sin amarras ni mayores sujeciones simbólicas, una época en la que prima lo imaginario y las relaciones paranoides entre los congéneres.
En ese sentido podríamos irónicamente decir que quien ganó las elecciones no fue Javier Milei, sino la motosierra, brutal metáfora de estos tiempos de gran humareda en la que el odio al semejante y sus derivaciones: la aversión al otro, la envidia, la agresión y la violencia han comenzado a instalarse como una modalidad de goce, como un ofrecimiento de extraña satisfacción.
Más aun, la violencia, el racismo, las discriminaciones, el alarde de insensibilidad social, el extremo individualismo, las identificaciones imaginarias a los emblemas de la ultraderecha política, parecieran haberse instalado como signos de prestigio y diferenciación, significantes que prometen una supuesta inscripción a un lugar imaginariamente determinado, aun para los sectores más humildes de la población.
En síntesis, se votó a un significante de la destrucción (que prometía a viva voz aserrar todo a su paso) y no a un candidato concreto. Para muchos la realidad ya no cuenta, lo que importa es el goce inmediato, desamarrado de cualquier instancia de sujeción. El voto a la ultraderecha neofascista se transforma así en un signo de pertenencia que permite a algunos votantes distinguirse de lo socialmente demonizado y evitar confundirse con "planeros", "vagos", "kirchneristas", inclusive cuando muchos de esos mismos "votantes" viven en situaciones de marginalidad y exclusión.
El inexplicable apoyo de muchos sufrientes al actual gobierno, no obstante sus calamidades tangibles y sus peligros evidentes, constituye más un asunto de identificaciones que de conveniencias económicas personales y familiares. Las identificaciones imaginarias, las imitaciones, la fantasmagoría, plantan bandera en la cumbre.
La maquinaria neoliberal de transformación de las mentalidades ha funcionado como un mecanismo de relojería para individuos ya sin cronología ni historia. La negación, o más todavía, la forclusión (el repudio liso y llano de la realidad) están hoy a la orden del día en estos tiempos sin manecillas ni bordes. El único límite quizá será el propio cuerpo y... la falta de yerba secándose al sol.
*Escritor y psicoanalista