“Muchas veces se escucha que el resentimiento es el resultante de las injusticias socioeconómicas, y no, en absoluto. El resentimiento es la resultante de una falta de simbolización y no es un problema de materialización. Esto no significa que políticamente no haya que luchar para defender la materialización de las condiciones socioeconómicas, pero no hay que creer que el resentimiento es el mejor motor para pelear contra las injusticias socioeconómicas”, sostiene Cynthia Fleury. Y ello, agrega, porque “el resentimiento produce lo reaccionario, y lo reaccionario jamás produjo justicia social para todos”.

Cynthia Fleury es profesora titular de la cátedra de Humanidades y Salud en el Conservatoire National des Arts et Métiers y profesora en la École Nationale Supérieure des Mines de Paris (Mines-ParisTech). Dirige la cátedra de Filosofía en el Hospital, en la unidad Psychiatrie et Neurosciences (Sainte-Anne, GHU Paris). Fundadora de la Red Internacional de Mujeres Filósofas, creada en 2007 con respaldo de la Unesco, es autora de La fin du courage (2010) y Le soin est un humanisme (2019), entre otros.

En Aquí yace la amargura. Cómo curar el resentimiento que corroe nuestras vidas (Siglo XXI), su libro más reciente, la psicoanalista y filósofa francesa se pregunta cómo hacer para sepultar la amargura (inevitable en sociedades como las nuestras, dirá) y evitar la gangrena del resentimiento, una pulsión que puede habilitar la violencia al punto de amenazar la vida democrática. Su ensayo apunta a comprender las raíces psíquicas del resentimiento tanto a nivel individual como colectivo y, en ese sentido, a advertir los efectos nocivos que puede generar en el sujeto y las masas.

--¿Cómo llega desde la filosofía política al psicoanálisis y por qué la motivó el estudio del resentimiento?

--Elegí este tema del resentimiento justamente porque era un objeto común al psicoanálisis y a la filosofía política. Una de las cosas más difíciles en la cura analítica es superar el resentimiento que experimenta el sujeto. En realidad, en una cura analítica vamos a analizar la manera en que el sujeto está atrapado en un esquema de repeticiones, que primero se hace a través de la verbalización y luego por el análisis y la comprensión. A pesar de ello, a veces tenemos sujetos que dicen “bueno, sí, entendí; veo perfectamente cuál es el mecanismo de repetición en el cual estoy entrampado pero no lo puedo superar y esto me está corroyendo las tripas y el corazón. Teóricamente entiendo todo pero sin embargo, emocionalmente, estoy en esa trampa”. Y entonces ahí, pese al trabajo analítico, no logramos hacer que el sujeto pase a un trabajo de sublimación, que es la capacidad para resistir a la propia frustración.

--¿Qué impide ese trabajo de sublimación?

--Hay muchas razones que pueden impedirlo, pero fundamentalmente por una negación por parte del sujeto de hacer el duelo de la reparación. La reparación no existe realmente. Hay algo que es irreparable y en realidad si esto no se entiende entonces no se puede reparar ciertas cosas, solamente se puede sublimar y crear. Si uno queda encerrado en un esquema muy lineal de la reparación queda caído en la trampa. Pero a veces el sujeto no quiere soltar esa reparación porque siente que es injusto. Ese es un primer punto. En la democracia la cuestión del resentimiento democrático también es uno de los objetos más difíciles; de hecho es probable que sea el objeto de la democracia. En particular, porque la democracia --y es genial que sea así--, normaliza el sentimiento de igualdad y de dignidad del sujeto, y eso es una conquista absolutamente esencial. Pero como resultado tenemos una fuerte rivalidad mimética y lamentablemente la democracia nos solicita capacidad de frustración. Los regímenes autoritarios van a desarrollar otras pasiones tristes, pero no necesariamente el resentimiento.

--¿Qué otras, por ejemplo?

--Desarrollan otras pasiones tristes, como el odio, la violencia contra uno mismo y la violencia contra el otro. Pero el resentimiento, que tiene como fondo el igualitarismo, es un típico objeto democrático, pese a lo que se crea. Me interesó la cuestión del resentimiento porque quería deconstruir una idea que es un prejuicio, una ilusión, que implica creer que el resentimiento es la traducción política inmediata del sentimiento de injusticia, cosa que no es cierto. No quiere decir que la injusticia no exista, claro que existe, pero el resentimiento no es la traducción inmediata de eso, es otra cosa. Muchas veces se escucha que el resentimiento es el resultante de las injusticias socioeconómicas, y no, en absoluto.

--¿De qué resulta?

--El resentimiento es la resultante de una falta de simbolización y no es un problema de materialización. Esto no significa que políticamente no haya que luchar para defender la materialización de las condiciones socioeconómicas, pero no hay que creer que el resentimiento es el mejor motor para pelear contra las injusticias socioeconómicas. El resentimiento produce lo reaccionario, y lo reaccionario jamás produjo justicia social para todos. El resentimiento es ante todo un momento psíquico antes de ser un momento histórico. Por eso existirá todavía mucho tiempo más pese a todas las evoluciones del materialismo histórico.

--Hace un instante se refirió al mecanismo de repetición que acompaña al resentimiento y en esa especie de trampa en la que cae el sujeto. En el libro desarrolla dos conceptos vinculados con esto último, la rumia y el goce. ¿Cuál es la relación entre ellos? ¿Hay goce en la rumia?

--Es un punto importante. Es cierto que es raro y es contra intuitivo pensar que hay un goce en la rumia. No es la alegría; hay que diferenciar pulsión de goce, que es una forma de complacencia, una activación del circuito de la recompensa, que enseguida, en lo inmediato, esto me tranquiliza en el sentido de que yo no tengo la culpa, soy una víctima, son los demás que están equivocados. Es una restauración narcisista del sujeto decir “yo no tengo la culpa; soy una víctima”. A esto se llama una restauración narcisista a través de la inversión del estigma. Se trata de una estrategia de defensa psíquica. Mi trabajo consiste en liberar la potencia de agencia de creación del sujeto para que no quede atrapado o cautivo por esa rumia que generalmente produce mucha inercia en él.

--¿Cuánto puede aportar la educación a la comprensión y consideración de la frustración como respuesta emocional típica y, desde otra perspectiva, como antesala del resentimiento?

--Una de las herramientas principales del aprendizaje de la sublimación es la educación. En el sujeto la dimensión para resistir a la frustración es la base de la educación y en la democracia la capacidad para resistir a la condición de decepción es esencial también. El hecho de que podamos criticar o sentirnos decepcionados es una fuerza, no una insuficiencia, porque eso está permitido, y es lo que permite transformar la propia democracia. Los regímenes autoritarios no permiten ningún análisis de la condición de decepción de su régimen; cuando se los critica, uno puede ser asesinado o encarcelado. Es decir que la posibilidad de digerir lo negativo de la democracia forma parte de su éxito y de su fuerza también. Nuestro trabajo es encontrar las herramientas para entender que no se puede utilizar esa dimensión de la democracia contra la democracia misma; hay que utilizarla en aras de la democracia. La ilusión de creer, como pasa hoy, que el populismo autoritario, las pequeñas dictaduras o las formas iliberales, como se llaman, van a funcionar, es un delirio infantil, porque creemos siempre que el gran líder es el que nos va a representar: el gran líder es un gran yo que piensa exactamente como yo y que va a venir a protegerme e implementar mis sueños. Eso no existe.

--¿Hasta qué punto la política se vale de ciertas emociones para ganar adeptos?

--El resentimiento es pan bendito para muchos líderes. Hay que entender cómo se da eso. No es el líder quien crea el resentimiento en los individuos. El resentimiento es ante todo un sentimiento relacionado con la duración, lleva muchos años para crearse. Es como una capa freática que espera el momento para desbordarse, por eso hablo muchas veces de pulsión resentimentista, porque está ahí, agazapada. Nuestro trabajo en la democracia es tratar de canalizar ese resentimiento y hacer que no crezca demasiado. Los políticos tienen que jugar su rol de defensa de políticas públicas dignas de ese nombre y la educación y el trabajo de uno mismo tienen que apuntar a canalizar esa pulsión resentimentista. No estoy segura de que esa pulsión se vaya. Podemos controlarla y ese es el objeto de la sublimación. Pero siempre está un poquito ahí presente; es el thanatos de Freud. Como decía, no es el líder el que crea el resentimiento en las masas. Suele creerse que las masas surgen así nomás, pero no, son los individuos que consienten en convertirse en una masa. El resentimiento produce eso: borra al sujeto. Es la potencia de desdibujamiento de la subjetivación. Uno se convierte en una suerte de lo que Wilhelm Reich llama “la peste emocional”.

--¿Cuánto favorecen las redes sociales la propagación del resentimiento?

--Las redes sociales son una herramienta fantástica para propagar el resentimiento. Son una máquina maravillosa para alimentar el resentimiento -no son eso solamente, por suerte. Los usuarios suelen elegir a cualquiera a partir del momento en que ese cualquiera les cuente el mismo delirio: un contraejemplar, una especie de misleadership (liderazgo engañoso). Entonces eligen al más loco, al más bufón. Es lo que Michel Foucault llamaba “la soberanía grotesca”. La masa elige al líder, no es el líder el que produce a los individuos en masa. Nunca fue así, pero vivimos con la idea del líder malo, que por su fuerza carismática va a transformar a los individuos en monstruos. No. Son los individuos que poco a poco permiten que ese monstruo entre en ellos, eligen a aquel que acaricia el monstruo que tienen dentro y en ese momento nace el líder y siguen al líder. Y entonces ese líder, como pasa muchas veces, puede utilizar todas las armas legítimas del Estado contra la masa. Toma sus prerrogativas porque le dieron la violencia legítima del Estado para que administre.

--¿En qué medida la búsqueda de likes y la concepción de éxito que subyace hacen de estas plataformas un terreno fértil para la frustración?

--Podríamos decir que el sistema algorítmico --basado en el hecho de activar los circuitos de la recompensa--, es una fuerza de antisublimación, mecánicamente, dado que le dice al sujeto “es enseguida y ahora”. Cuando pasamos entre 8 y 10 horas diarias en las redes e internet con el régimen de atención gestionado por el algoritmo, nos desacostumbramos sin darnos cuenta emocionalmente a enfrentar los regímenes de atención más exigentes -a la lectura, a interactuar con los otros, etc. Y entonces nos encontramos, en la realidad, con que el otro se resiste y mira para otro lado. La mediación digital de la alteridad rompe la alteridad, se convierte en otro que está convertido en lo que yo quiero. Por suerte esto no es irreversible, pero hay que tener cuidado en decir “no, hay regímenes de atención cualitativos y esto es determinante”. Otro punto es que las redes sociales son modelos económicos, detrás de los tuits y de los clics hay dinero. Y la economía de la mala atención produce más dinero que la economía de la buena atención; es así y siempre fue fácil. Entonces, como resultado, todos nuestros grandes agentes económicos tenderán a activar en nosotros más bien el clic inútil o lo que hace ruido en las redes, la falta de matices o la polarización.

--De ahí el debate sobre la importancia de establecer mecanismos de regulación.

--En la democracia, la información de calidad --y cuando digo de calidad me refiero a la deliberación de calidad, la calidad de la racionalidad pública-- es la savia de la democracia, como el agua. Entonces, si mañana tomo agua que está en mal estado o contaminada en algún un momento me voy a enfermar. Con la democracia lo mismo: no puede resistir en última instancia a una información que nunca es potable; no es posible. En este caso la información veraz y de calidad es su agua y la preservación de su vitalidad. Hay que tener cuidado porque es mucho más simple y mucho más lucrativo en el momento --no digo a largo plazo-- fabricar fake news e información en mal estado. La investigación cuesta cara, hace falta educación, formación de calidad y un régimen de atención cualitativo para leer los papers. Esas redes son geniales, pero al mismo tiempo son ambivalentes.

--¿Por qué ambivalentes?

--Porque tienden a debilitar la calidad de la vitalidad democrática en el sentido de régimen de saber. La democracia es un régimen de poder separados, pero es ante todo un régimen de saber. Como filósofa política me parece extraordinario todo lo que está pasando porque nunca tuvimos semejante nivel de posibilidad de información cualitativa. Deberíamos normalmente hacer eso y nada más, pero no lo logramos. Entonces hay que entender a qué se está resistiendo. En lugar de activar todas esas herramientas al servicio de una sublimación, lo cual sería totalmente posible, las configuramos para crear lo que yo llamo “una camisola de goce”. Utilizamos mucha internet para que el sujeto pueda replegarse sobre sí mismo y entonces el mundo deviene fantasmático y se siente como en el útero de su madre -para graficarlo de algún modo, pero hay fundamentalmente algo así. Esos cerramientos podrían activar la potencia para actuar y transformar en el mundo real. Por suerte, muchos lo hacen. También para esto la educación es primordial. Permanentemente, en mi trabajo y por mi trabajo, veo jóvenes y niños que están desbordados, con el síndrome de borderline, en un estado límite en un segundo.

--¿Por el tiempo que dedican a los dispositivos digitales o por la disminución de relaciones cara a cara?

--Porque se habituaron a una forma de desrealización a través de la activación permanente de las herramientas tecnológicas y en un momento dado, cuando viene lo real, no saben qué hacer, todo se torna demasiado. La Universidad de Stanford, por ejemplo, acaba de crear los primeros anteojos que traducen en el instante, en simultáneo, y en la lengua que quieras lo que el otro te está diciendo. Vamos a entrar en un mundo donde interactuar con el otro a través del sesgo de la tecnología se va a convertir en algo totalmente común. Antes de mirarse a los ojos la gente dirá: “no, esperá, me pongo los anteojos; ahora sí, hablá”. Esto crea una mediación como si fuera natural. La relación con el otro no necesariamente será lo que esté en el centro de nuestras relaciones. No digo que no vayan a haber otras relaciones, pero esto nos condiciona a vivir e interactuar con los otros de otra manera. Hay una forma de porosidad cada vez más fuerte entre las máquinas y los hombres. A eso se le llama “el cuerpo-interfaz” (Eric Sadin). Si tenés un enfoque únicamente utilitarista y funcionalista en realidad es más interesante. Si tenés un enfoque humanista, no.