“Algooo se mueeeeve en el fooooondo del Chaaaaco boreaaaaal”. La distorsión ortográfica no sonará para nada extraña a quienes lo escucharon cantar “El Cachapecero”, alguna vez. Ramón Ayala siempre lo hacía así: lento, grave, solemne y –hay que decirlo- desfasado geográficamente. La alargada frase inicial del clásico va precedida de un denso aunque breve rasgueo de guitarra, e inicia un camino mágico y misterioso por las profundidades del litoral, ese que el artista conoció y supo contar como pocos. El tema es de 1964, pero ahora se escucha impecable, gracias al sesudo trabajo de remasterización que se hizo no solo sobre tal, sino también sobre todo el disco que lo contiene: El hombre que canta al hombre.

Es el segundo en el largo trayecto de “El Mensú”. El que publicó tras Viaje Vegetal, cuando andaba por los 36 años –había nacido en Garupá, en 1927-, y apenas se conocía de él alguna participación junto a Félix Dardo Palorma y Damasio Esquivel; la invención de un ritmo que poco a poco fue entrando en escena –el gualambao tracción a doce octavos-, y aquel iniciático viaje a Cuba, donde conoció al Che. No más. Del Ramón Gumercindo Cidade Morel, que hoy vuelve a ser noticia cinco meses después de su fallecimiento, no se conocían entonces ni sus obras como pintor. Ni sus escritos, que aparecerían en forma de libro, recién en 1985. Ni siquiera que sus canciones, entre ellas varias del disco reestreno, iban a ser propaladas por el universo a través de grandes voces. Entre ellas la de Mercedes Sosa, que llevó a ese “Cachapacero” planetario de Ayala a pasear por lares sí más cercanos a la aurora boreal. La de Horacio Guarany, cuya interpretación introdujo a “El Mensú” en parte de la gran banda de sonido de la Argentina. O la del dúo Tonolec, que habilitó el pasaporte del “El Cosechero” al milenio actual.

De ellas se sabe, pues, más allá del nuevo sonido que les otorga un plus. Pero la mejor suerte de la flamante reedición es que da para redescubrir –o descubrir, directamente- parte de un repertorio mucho menos transitado. El que cobija por caso la trotadita, de monte adentro y tierra roja, “Canción del Iguazú”. El de “La vertiente”, dotada de una sentida e inspirada intervención guitarrística, al igual que la bella “Aracy”, y el de la narrada y poética “El hombre”, por supuesto consustanciada con el nombre del disco.

Y todas arropadas conceptualmente por las palabras que Ayala vierte al interior de la portada original, porque también fue su prologuista. “Para mi tierra, para mi pueblo que es un pedazo de todos los pueblos del mundo, va este, mi primer canto de madera y río (…) (Este) quiere ser auténtico, para ser un digno puente que nos ayude a comprendernos a través de la distancia, sin mistificaciones, como somos, con las alpargatas desflecadas, pero el alma luminosa”.

El hombre que canta al hombre –reciente ganador del premio Gardel en el rubro “Mejor colección de catálogo”, además- volvió servido musical y gráficamente en copa nueva, gracias a la recuperación de un catálogo que contempla los siete discos en vinilo que el misionero grabó entre 1963 y 1990. En y para ello trabajaron duro y parejo durante siete años, los sellos “Elefante en la Habitación” y “Gualambao”, y el resultado puede apreciarse también en Viaje Vegetal, disco debut de Ramón reeditado bajo las mismas características, en mayo de 2022. El que permanecía inédito en su propio país de origen. El de “El gualambau”. El de “El jangadero”. El que completa y concentra el maravilloso mundo poético y sonoro del litoral según Ayala en apenas un par de discos.