El conflicto por los alimentos de los comedores de las organizaciones sociales plantea naturalmente una pregunta: ya que la decisión de la ministra de Capital Humano Sandra Pettovello es no dar comida a las organizaciones porque -dice- “son intermediarias” ¿ha compensado por otras vías lo que no entregó a los movimientos? Es importante poner el tema en claro, porque en los casi seis meses de gestión, el gobierno mileísta ha generado tres millones de nuevos indigentes, situación que no tiene trazas de mejorar en el corto plazo.

La respuesta es que no: ni a través de la Tarjeta Alimentar, ni con la asistencia que mandó a las iglesias, ni mucho menos con los comedores escolares, ha compensado lo no distribuido a los movimientos sociales. Eso es lo que muestran los datos oficiales del Presupuesto Abierto, la Anses y el Indec.

La Tarjeta Alimentar

Es la política de asistencia no cuestionada por la administración mileísta.

Consiste en transferencias directas a los titulares. El padrón de quienes la reciben está confeccionado en base a un criterio igualitario (es el de la Asignación Universal por Hijo) y nadie puede modificar sus altas o bajas. Es decir, se trata de una buena vía para mandar más asistencia alimentaria directa si lo que se quiere es “eliminar a los intermediarios”. (La Tarjeta tiene su punto flojo, ya que inyecta recursos a los formadores de precios en lugar de promover el desarrollo de la soberanía alimentaria, pero ese no es tema de esta nota).

El punto es que en la gestión de Milei los titulares de la Tarjeta Alimentar están accediendo a menos comida. Si bien su monto fue mejorado en diciembre, enero y marzo, el encarecimiento de los alimentos licuó su poder adquisitivo.

En el cuadro se considera el caso de una madre de hasta 29 años con un niño, que es el más extendido, ya que la mayoría de las titulares de la Tarjeta Alimentar tienen sólo un hijo.

La línea inferior muestra para cuánto alcanzó la Tarjeta Alimentar en relación a la canasta alimentaria: como se ve, alcanza a comprar un cuarto de la comida necesaria para sobrevivir.

Si a la Tarjeta Alimentar se suma la AUH (línea superior), el poder adquisitivo es de media canasta de indigencia.

Aunque el gobierno duplicó el monto de la AUH en enero, fecha en la que además mejoró en un 50 por ciento el monto de la Tarjeta Alimentar, y luego dió otros dos aumentos, el aumento en los precios de los alimentos licuaron cada una de las mejoras.

En resumen, el ministerio de Capital Humano no aumentó la asistencia alimentaria directa.

El rol de los comedores comunitarios

Si los titulares de la Asignación Universal por Hijo y la Tarjeta llegan a cubrir con estos ingresos la mitad de la Canasta de Indigencia, el dato a remarcar es que, aunque muy valiosa, esta política no alcanza para garantizar el acceso a la comida, ni siquiera en la cantidad mínima que el Indec establece como necesaria para mantener la salud. ¿Por qué hay que plantearlo? Para no olvidar que las familias que la reciben la Tarjeta Alimentar (y la AUH) necesitan, además, de los comedores comunitarios.

Otro punto es el universo que cubre la tarjeta. El gobierno libertario no ha ampliado el conjunto de sus destinatarios, cosa que podría haber hecho elevando el rango de edad de los niños que la reciben (que hoy llega hasta los 14 años) o incluyendo a otros sectores (adolescentes, jóvenes sin ingresos, adultos mayores con jubilación mínima o pensionados). En otras palabras, su cobertura no es universal sino limitada. Sus últimas ampliaciones fueron realizadas por el gobierno anterior en mayo de 2021 (cuando de cubrir a los niños de hasta 6 años pasó a 14) y en junio de 2023 (cuando la extendió a los hijos de los trabajadores golondrina).

Lo que sí se modificó de diciembre a hoy es el número de personas en la indigencia: pasaron de 5 a 8 millones (según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, el índice de indigencia llegó al 18% en el mes de febrero).

La Tarjeta tiene 3 millones ochocientos mil beneficiarios.

Para llegar a todos los indigentes, Capital Humano debería duplicarla (y aún así se quedaría corto).

Los comedores escolares

El tercer gran canal que tiene el estado para hacer llegar alimentos a la población en épocas de emergencia son los comedores escolares. El gobierno nacional, históricamente, destina una partida de su presupuesto a reforzar al Servicio Alimentario Escolar (que depende de las gobernaciones).

En lo que va del año, del presupuesto nacional destinado a los comedores escolares el gobierno ejecutó apenas el 10 por ciento.

El dato surge de la página Presupuesto Abierto, sitio en el que el estado publica la ejecución presupuestaria. La Confederación de Trabajadores de la Educación (Ctera), que viene haciendo un seguimiento diario del uso de los fondos destinados a la educación, advirtió además que de este monto devengado lo pagado fue cero. Al igual que lo que viene haciendo con el Fondo Nacional de Incentivo Docente, un complemento de los sueldos docentes, el ministerio de Economía se niega a darle a los comedores escolares recursos que tienen asignados.

En abril, el ministerio de Capital Humano pasó este programa de la Secretaría de Niñez y Adolescencia a la Secretaría de Educación. Es decir, le quitó su manejo al despedido Pablo De la Torre (chivo expiatorio de Pettovello por la no distribución de los alimentos retenidos en los depósitos de Desarrollo Social) para dejarlo a cargo de la secretaría de Educación, que fue la que empezó a darle un uso, a todas luces insuficiente, del presupuesto de los comedores escolares.

En síntesis, Capital Humano tampoco está garantizando el acceso a la alimentación de los niños que concurren a las escuelas públicas.

Un panorama distópico

El recorte a los comedores y merenderos comunitarios (es decir de las organizaciones sociales, religiosas y ongs) fue del 42 por ciento. Si le sumamos que las transferencias directas (Tarjeta Alimentar y AUH) no tuvieron mejoras reales y que de los fondos destinados a comedores escolares sólo se ejecutó un 10 por ciento, la conclusión sólo puede ser una: el ministerio de Capital Humano no está solucionando supuestos problemas de corrupción cometidos por los “intermediarios” sino haciendo pasar hambre a la población.

Los efectos de la gestión se ven sin necesidad de buscar confirmaciones en el Indec: están a simple vista en la calle, donde miles de personas se ven empujadas a resolver sus comidas revolviendo la basura. Esa es la advertencia que viene realizando la iglesia (que sí continuó recibiendo envíos de alimentos del gobierno, pero sabe que no se puede prescindir de la capilaridad desarrollada en los territorios por los movimientos sociales) y que vienen denunciando, también, los dirigentes de la Confederación de Trabajadores de la Educación, que ven cómo los chicos, que comen peor en las escuelas, carecen de la vianda que antes buscaban en el comedor barrial. El panorama es distópico si se considera que el invierno está puerta y la economía -y con ella el trabajo y los ingresos- en abierta recesión.