Lo que está sucediendo en el país es difícil de explicar pero es imprescindible tratar de comprender.
Javier Milei pretende “reorganizar” la Argentina. Aquella en la que el genocida Videla murió en el baño de su celda condenado a prisión perpetua por sus horrendos crímenes. La de la ex Escuela de Mecánica de la Armada, centro clandestino de detención y desaparición que fue transformado en sitio de memoria con un enorme valor educativo y de formación democrática. La de las niñas y niños que en todos los colegios escuchan con atención e interés, los relatos de los docentes sobre la historia reciente, la dictadura y el valor de la democracia. La Argentina que ganaba su cuarto mundial de fútbol y millones de personas llenaban las calles de todo el país festejando la hazaña.
Y llegó Milei.
Había avisado. Ya había agredido, insultado y ofendido de las más variadas maneras. Ya había vociferado su odio por el Estado y su desprecio por la totalidad de los valores que sustentan la convivencia en nuestro país. Ya había clonado su perro muerto y con un pañuelo en la cabeza, había imitado a Leonardo Favio en un programa de televisión.Ya había destrozado públicamente con una maza, una y otra vez, la maqueta del Banco Central. También por la tele, emocionado hasta las lágrimas, develaba a Viviana Canosa que su hermana Karina es en realidad Moisés, y él es Arón, a quien Dios mandó a comunicar al pueblo hebreo lo que Moisés, por ser tartamudo, no podía.
Era imposible pensar que semejante personaje llegaría a ser diputado de la Nación. Y un día, luego de proferir los más graves insultos al propio Congreso y sus integrantes, se sentó en una banca. Y desde allí, demostrando su inutilidad como legislador y su retorcido odio al tejido vivo, lanzó una campaña aparentemente tonta con la pretensión de gobernar el país. Sus pares diputados, escuchaban azorados como, reiteradamente, Javier Milei definía al Estado como la “asociación criminal más grande del mundo” y publicitaba insistentemente su admiración por Al Capone llamándolo su “héroe”.
Las razones por las que un energúmeno sin sensibilidad ni talento alguno puede llegar a la primera magistratura de un país, son variadas y muy complejas. La pasividad, falta de preparación y en algunos casos la soberbia de quienes tenían la responsabilidad política de frenarlo a tiempo, seguramente influyó en su consagración. En esa equivocada estrategia argumental de la oposición, la remanida y vacía frase sobre que “el pueblo es el que decide”, no aplica a ese particular momento. No es un razonamiento adecuado cuando un fascista desquiciado amenaza con destruir cada uno de los derechos que ese pueblo supo conquistar. No cuando ese personaje siniestro propone la venta de órganos y profesa públicamente admiración por un economista marginal como Rothbard, quien escribió que los niños son objetos y sus padres, si quieren, los pueden dejar morir de hambre.
Ante esa impotencia para evitarlo, desde las sombras más oscuras, operaron quienes financiaron la manipulación del porcentaje de votantes que definieron la elección. Y una vez logrado el objetivo presidencial, comenzó un proceso de exterminio de vastos sectores sociales vulnerables, con una maldad, desparpajo y goce nunca vistos en democracia. La negativa a entregar medicamentos oncológicos es tal vez la postal que mejor sintetiza los inconfesables designios de los detentadores del poder real que manejan los hilos de las circunstanciales marionetas.
En sintonía, la ministra de destrucción humana, Sandra Petovello, por orden del presidente, retiene desde hace meses, millones de kilos de alimentos mientras los comedores populares los solicitan con desesperación. No disimulan ni ocultan el daño porque se enorgullecen de él. Cuantas veces sea necesario, repetirán que “el que quiere puede elegir morirse de hambre”.
En sus discursos no rige ninguna lógica conocida y esa es tal vez el arma más poderosa que tienen a la hora de hacerle frente a semejante barbarie.
Milei y su runfla representan una nueva versión totalitaria de la Europa de los años 30. Una renovada imagen de traje con zapatillas en lugar de los uniformes negros diseñados por Hugo Boss para los nazis. Sin embargo, en la profundidad del desorganizado pensamiento de quien se proclama profeta, yace el mismo odio conductor que motorizó las grandes tragedias de la historia.
Javier Milei lidera una masacre cultural de gran magnitud que perfora la racionalidad de una parte de nuestra población. Ese proceso de descomposición no sólo llevó a millones de habitantes a votar contra sus propios intereses. Está arrastrando además a una parte de la oposición a la absurda ilusión de que esta tragedia puede corregirse en futuras elecciones de mediano y largo término.
No logran aún tomar conciencia que para esas fechas, si no se frena a tiempo al tirano y su banda, de la patria sólo quedarán algunos recuerdos y muchas tumbas.