Pasiones es el segundo libro de María Felicitas Jaime reeditado en Argentina por De Parado, una editorial que publica deseos en forma de libros y que trabaja sobre la exhumación de literatura queer de escasa o nula circulación en nuestro país. De María Felicitas Jaime hay una sola foto en redes sociales: está sentada en la mesa de la vereda de un bar, lleva lentes de sol, una camisa roja, un cigarrillo en la mano izquierda con el antebrazo elevado como un mástil y un atado de cigarrillos apoyado en la mesa de madera junto a un café en jarrito. Una foto que es, también, una postal entera de la sociabilidad lésbica.
Maria Felicitas Jaime cayó en el mundo de la literatura argentina como un meteorito, de forma intempestiva, desacoplada del tiempo que su novela consigna -ese enorme laboratorio económico, político y social que fue la década del noventa-, y De Parado es el Campo del Cielo donde aterrizó.
La editorial reeditó el año pasado Cris & Cris -primera novela de Jaime que había sido publicada por primera vez en España en 1992- y que generó lecturas, atención, reseñas y el anhelo de que publicaran su novela Pasiones, en donde Jaime siguió escribiendo sobre las lesbianas de Buenos Aires moviéndose por las grietas de los años noventa.
Es un acontecimiento importante que Maria Felicitas Jaime sea cada vez menos desconocida, en primer lugar, porque las ficciones lesbianas argentinas son escasas si se revisa en cuántas obras el asunto del lesbianismo es central. Siempre nombramos las mismas obras como si tuviéramos una pobre memoria, pero no, lo que no abundan son libros donde el tema sea la lesbiandad. En breve cárcel de Sylvia Molloy, Monte de Venus de Reina Roffé y, un poco más acá en el tiempo, Dame pelota de Dalia Rosetti. En poesía se puede expandir un poco más el catálogo, y también se pueden sumar algunos títulos desde el ensayo; pero en novelas siempre contamos los mismos libros con los mismos dedos de la mano.
En segundo lugar, tanto Cris & Cris como Pasiones son acontecimientos literarios importantes porque Jaime, con una escritura ágil, no pomposa, retuerce el sentido usual del discurso lésbico literario que se aloja, vaya si con motivo, en un espacio que a veces puede ponerse un poco grave, denso y solemne.
No estoy intentando destituir esta clase de relatos, de hecho hace un tiempo vengo insistiendo en que no hay que abandonar la narrativa de la fragilidad y que la exacerbación del discurso del orgullo por momentos tapa que la fiestita y la diversión no son lo único en la vida y que siguen siendo necesarias las historias de crecer sin encajar. Lo que quiero decir es que Jaime no desestima esta narrativa de cómo es no encajar sino que le da aire, la rodea y la desenvuelve con personajes, diálogos y sucesos que la amortigua e impide que el padecimiento lo devore todo. Creo que esta es una de las grandes atracciones de su prosa: no es que Pasiones sea solo sobre lesbianas de treintaipico de años que van de bar en bar, tienen sexo, manejan autos, hablan todo el tiempo, llenan su agenda de citas, callejean, dudan de si aman y de si son amadas y trasnochan. Esto es crucial en Pasiones y en Cris & Cris: buscar pasarla bien no se negocia, pero eso no significa que no haya una mirada dirigida a los asuntos lésbicos dolorosos y controversiales en esta apertura vital y celebratoria hacia la vida, solo que estos asuntos no ocupan todo el espacio.
Así es como entre todo ese pasarla bien se señala que las familias pueden decir las peores cosas, como cuando la madre -progre, sesentista, antimilitarista y con un touch feminista- le vomita a Bea, la protagonista, el clásico e inoxidable repudio “prefiero verte muerta antes que lesbiana”; y que, refieriéndose al clima citadino todavía cerrado para las disidencias, Bea sostenga que “si bien mucha democracia, mucho respeto a los derechos individuales, mucha libertad pero en Buenos Aires sigue habiendo dos o tres lugares para lesbianas. Y los tres bastantes deprimentes, con un cierto aire decadente y vulgar”.
Asimismo, Jaime también se expide, donando las palabras a Bea, de forma controversial sobre la militancia lésbica, ella que fue una pionera en participar de la CHA y en militar con nombre y apellido: “Algún día habrá que hacer una autocrítica del movimiento. Creo que es una fantasía sostener que aquí se peleó por la liberación. Si se hubiera peleado, las cosas serían distintas. Si hoy no vamos presas cuando paveamos por San Telmo es porque se han aflojado y ninguna democracia, aunque sea de juguete, puede permitirse arrestar homosexuales. Pero nosotras no hicimos nada, nos aprovechamos de las circunstancias. Y la sociedad sigue pensando que somos enfermas”.
Retomo la frase de la madre de Bea “prefiero verte muerta antes que lesbiana” uno de los clásicos de la ira familiar cuando una hija notificaba que le gustaban las mujeres. Otro clásico más suave pero no menos hiriente, revestido del pasivo/agresivo te lo decimos porque te amamos es el “es que te vas a morir sola” o bien el “no es que está mal lo que sos, es que el mundo no te va a aceptar y va a ser muy difícil para vos”. Es en este registro de citar o reformular momentos durísimos con humor o como quien no quiere la cosa, tirando la frase y continuando la historia, es donde la voz de Maria Felicitas Jaime se hace fuerte y su lectura, indeclinable.
Y de paso muestra que el humor como balsa para navegar las aguas turbias de la injuria no es un asunto solamente de varones gays, que han combatido la humillación por medio del chiste, la ironía, la parodia y la carcajada. Las lesbianas también se ríen, tienen aventuras desopilantes y hacen chistes con eso que quisieron hacer de ellas. El tema es que no se lo regalan al mundo, se lo guardan en una cajita que no le abren a cualquiera. Maria Felicitas Jaime nos abre esta cajita y conversa con nosotras, con aquellas para las que salir del closet fue un camino empedrado y también conversa con aquellas para las que no lo fue.
Pasiones es, también, además de una forma de hacer humor sobre los platos rotos, de diálogos ágiles como los autos que conducen los personajes y de una trama fresca como una fruta jugosa, el pulso de una Buenos Aires noventera, una Buenos Aires pre - matrimonio igualitario, con una estrenada democracia, completamente analógica, sin celulares, sin whatsapp, sin redes sociales y sin aplicaciones de citas para iniciar con distancia y comodidad el cortejo presexual.
Con apenas teléfonos de línea como toda tecnología -y no en todos los hogares -, los encuentros en los noventa eran más remotos pero también más extraños, y tenían mucho de carambola y de azar. Una chica que escribía un anuncio en donde consignaba que buscaba chicas como ella en un correo de lectores de alguna revista, otra que le respondía mandandole una carta, al rato se empezaban a cartear y a conocerse escribiéndose, hasta que ponían fecha y se citaban en alguna esquina.
Los recitales de Sandra y Celeste de Mujer contra Mujer, que aunque una fuera solamente a hacer puerta te asegurabas entrar en contacto con algunas chicas que te llevaran a conocer un bar que no tenías idea de que existía: esos legendarios dos o tres tugurios de mala muerte que señala Bea y que se lograban encontrar con la ayuda de alguna iniciada. Lugares discretos, ghetto puro y duro. No está mal admitir que algo de eso tenía su encanto, porque era algo que había que salir a buscar sí o sí, poner el cuerpo como se le dice ahora. Es posible que entrar por primera vez a un bar lésbico en los noventa significara algo parecido a tomarse un ácido o a un primer beso con una mujer, eventos que erizan la piel, que te sacan de vos, cosas que al esperar desde hace mucho tiempo exacerban los sentidos.
Pero esa Buenos Aires de Jaime está localizada, no es cualquier lugar. Es el centro, el bajo, el largo y ancho corredor de Avenida Corrientes, San Telmo y La Boca. Escribir esto ya da nostalgia. El bar lésbico de la calle Balcarce entre Humberto Primo y Carlos Calvo, un subsuelo por Corrientes y Agüero, la librería Calibán exclusivamente lgbt en el tercer piso de la calle Viamonte y el Pasaje Dellepiane -un amigo lo renombró pasaje Delesbianas- con el bar Tasmania y un boliche de la comunidad a noventa metros que duró poquísimo tiempo, y los docks de Puerto Madero que eran una expresión de una belleza sin igual, de una belleza carcomida por lo ruin, cuando Puerto Madero no existía como lo que es hoy: un barrio aislado y fantasma al que nadie va.
Las cosas con sentido pasaban en ese lugar de la ciudad, ese era el sector queer y el sector contracultural y donde se cocinaba el guiso de la vida, y que hoy es un depósito de oficinas abandonadas, moles edilicias sin habitantes, barrios en caída libre y una sensación de pasado que a veces nos arruga el alma a quienes amamos esos lugares que nos cambiaron la vida.
Si bien Jaime a veces manifiesta un desdén hacia Buenos Aires como lugar todavía cerrado hacia las disidencias, la enaltece constantemente, la homenajea constantemente y la hace jugar en cada escena como si dejara entrever que sin Buenos Aires una no sería nada. Como en Cris & Cris, Buenos Aires sigue siendo abundante en Pasiones, “el City, un bar gay que de día funcionaba como un bar corriente”, “decidieron cenar en el chino de Esmeralda y Corrientes…” que De Parado acompaña con sendas tapas de paisajes urbanos pintados por Aniko Szabó. En el caso de Pasiones, la tapa es un paisaje de Retiro.
La profesión de Bea, la protagonista de Pasiones, es la publicidad, en donde es una crack pero realmente no le importa mucho ni ascender ni explotar su talento; le consiguieron una vez el trabajo, gana bien, resuelve su tarea soñando publicidades geniales que le aprueban en la agencia y los horarios laborales no son un incordio para hacer su vida, eso le alcanza para sostenerlo aunque cada tanto fantasea con dejarlo para trabajar en un ministerio.
Bea efectivamente cree que no tiene ninguna vocación, que su única vocación es ser lesbiana: “Nunca tuvo vocación de nada, excepto de lesbiana….”. Esta definición de ser lesbiana como una vocación, la única, convierte a Pasiones en un tratado del amor, en un archivo de las memorias sexoafectivas que nos atraviesan, de las pasiones que se mueven como los personajes, de acá para allá, y que cada tanto reflexionan y dicen cosas que forman parte de un saber que parece venir de lejos, aunque sean transmitidos como un saber personal e intrasferible: “No me acuesto con alguien por deporte. Me acuesto por pasión. Lo que pasa es que mis pasiones son sinceras, reales, apasionadas, pero son eso: pasiones. Intensas pasiones ....”.
Y, sobre todo, en este libro hay un peso específico puesto sobre la mirada y las miradas, sobre cómo mirar y sobre el sentido de mirar. Hay una doctrina del mirar: “Si las demás se detuvieran a mirar los ojos de cada mujer, comprenderían que lo que las había convertido en lesbianas era la mirada más que el deseo en sí mismo”; “Alguien que viviera pendiente de mi mirada…”; “...aunque vos me seducís con tu mirada, ¡no necesitas más! ¿A todas tus mujeres las mirás así?”.
En este breve pero potente tratado sobre el deseo que es Pasiones, un libro publicado por primera vez hace treinta años en España, Maria Felicitas Jaime se pregunta por las relaciones amorosas, duraderas, fugaces, de amistad, y del tipo que sean, de un modo en el que el mundo no lésbico se lo pregunta desde hace no demasiado tiempo.
Pasiones está repleto de mujeres lesbianas con vidas personales completamente diferentes: Bea y sus compañeras de la agencia, Teresa y el Duque, que hostean Lesbianápolis, un caserón en Flores que ampara a las lesbianas erráticas de Buenos Aires, Celeste, una lesbiana que profesa el celibato y se la quieren llevar todas a la cama, Silvia y Bárbara y varias más. Un libro en el que no hay prácticamente varones, apenas el apellido de un jefe y no mucho más.
Un mundo de mujeres lesbianas que no rechaza o niega a los hombres, sino que no los necesita, le son indiferentes. Esta es la causa de que las lesbianas sean principalmente consideradas problemáticas. De que no sean consideradas mansas. Las lesbianas no son mansas. Este es un atributo. ¿Cómo van a ser mansas las lesbianas? ¿Cómo van a ser mansas si no están sometidas al pacto según el cual una mujer se define o al menos le cuesta muchísimo prescindir de la mirada validante de los hombres, sea sobre su cuerpo, su aptitud sexual, su potencia para seducirlos y gratificarlos, sea sobre sus cualidades laborales, artísticas o de lo que sea que decida hacer con su vida?
Según Monique Wittig las lesbianas no son mujeres porque se han escurrido de ese pacto según el cual una mujer está construida a partir de la mirada de un hombre. La costilla bíblica hay que interpretarla como la mirada del varón que da origen al ser de la mujer. Prescindir de esa mirada es leído como romper los platos, desordenar el sentido. Este libro me ayudó a solventar mi existencia estas últimas semanas en donde asesinaron a tres mujeres lesbianas en el barrio de Barracas, dentro de un orden político donde se enaltece ser cruel. Bienvenido no ser mansas, si eso significa, además, no dejar pasar ninguna agresión.