Jane Goodall decía, refiriéndose a los primates: “Estando en libertad, no hacen arte; en cautiverio, pintan”. El simple hecho de leer estas palabras de Jane Goodall provoca una grandeza que no está en ella ni en nosotros, sus lectores, sino en los primates, en quienes nos regalan esos comportamientos para poder apreciarlos; porque estas palabras pertenecen a sus propias acciones, y no es necesario que representen lo que estamos viendo o leyendo. 

Los seres humanos también utilizamos herramientas, como en cautiverio los chimpancés utilizaban sus excrementos para pintar una pared, y esas herramientas demuestran una actividad práctica que con la práctica constante generan nuevas conexiones neuronales en quienes la experimentan. 

Su uso nos permite ocupar un nuevo espacio de la realidad. Y si bien entre nuestro movimiento en el espacio físico, caminar, hacer deportes, andar de acá para allá, bailar, y las conexiones neuronales existe una concordancia, un paralelismo estético y conceptual, también en las actividades que realizamos sin salir de nosotros mismos ni de nuestro lugar existe una equivalencia similar, ya que intelectualmente andamos de acá para allá reemplazando acá aquello que allá no habíamos podido encontrar. ¿No habían hecho justamente eso los primeros Homo Sapiens: ver en el hueso de un animal la posibilidad de construir un hacha? Sabemos, por supuesto, que los primeros Homo Sapiens comparten con los chimpancés y nosotros, seres humanos del siglo XXI, esa capacidad de abstracción que es el germen de todo trabajo práctico e intelectual. 

Pero, paradójicamente, los pintores impresionistas necesitaron salir al campo a pintar. Es que el ser humano es más complejo que su pariente animal. En este caso no solo más inteligente sino más complejo. Si entendemos por complejidad el backgraund que la sucesiva asimilación de conocimientos no hace más que dramatizar la vida que intentamos sobrellevar. Y digo dramatizar, porque, ¿no resulta torpe, grotesco, encontrarse con la naturaleza en su mismo lugar y querer pintar el entorno en el que estamos inmersos? 

Los chimpancés se reconocen en el espejo, no temen a ninguna idea que implique alguna espiritualidad. No temen encontrar aquello que está en donde ellos mismos están. De todas maneras, son vanos como los seres humanos, porque también pierden el tiempo, de lo contrario no se moverían en el espacio, no caminarían, no irían de un lugar a otro, con esa cadencia caótica, torpe, despreocupada o generosa. Pero perder el tiempo es ocuparlo. Estar entretenidos. El ser humano, por descendencias sucesivas y culturalmente diferentes, consideró a los espacios de recreación como una licencia para dejar de estar o para no sentir el peso de estar. Nadie lee un libro en medio de una fiesta. Está de más. Aunque podamos hacerlo, sabemos que está de más. Lo que hacemos es disfrutar.

En una película en la que actuaba Kevin Costner, y en la que hacía de entrenador en una escuela norteamericana para chicos inmigrantes mexicanos, el padre de uno de ellos, precisamente el padre de aquel chico que más rápido corría y tenía deseos de progresar, le dice a su hijo que le comenta la posibilidad de acceder a una beca para estudiar en una universidad: “Para trabajar la tierra no es necesario estudiar”. Y aunque al decir esto el padre demostraba un resentimiento por lo que su hijo pudiera hacer más allá de esa relación recíproca tan particular, ese padre tenía razón, esencialmente tenía razón: No es necesario tener o llevar algo para estar con la naturaleza o contemplarla, como hacían los impresionistas intentándola retratar. 

Todo aquello que podemos llevar o traer está de más. Así como tampoco la podemos dominar. Jodie Foster tenía razón en Little Man Tate: Van Gogh pintó un solo girasol, decía Tate, porque se sentía solo. A pesar de buscar en la naturaleza, en aquello que estaba afuera de sí mismos, los impresionistas retrataron aquello que estaba más acá. De otra manera: ¿qué diferencia puede haber entre el pájaro que posa sus patas sobre el techo del patio de nuestra casa y nosotros que estamos sentados contemplando esa indiscutible naturaleza? O presintiendo esa extraordinaria naturaleza, como hacía el chimpancé de Jane Goodall en una jaula pintando con sus excrementos aquello que ya era una cualidad. Una gran cualidad. 

O como decía Jaques Prévert, parafraseando a Jaques Prévert: compré un pájaro y pinté una jaula para poder verlo y no dejarlo de mirar. Pero Birdy (el personaje de la película homónima de Alan Parker de 1984) lo dejó salir, abrió la ventana y el pájaro voló; pero minutos después el pájaro regresó, y Birdy no pudo abrir la ventana para que pudiese entrar y no muriera estrellado contra el vidrio que el pájaro no alcanzó a distinguir de un interior que lo llamaba con la misma facilidad que había movido sus alas para volar. Birdy no pudo evitar que se estrellara, porque el pájaro quería preservar allí, ahí adentro, aquello que allá afuera ya no podía ni quería encontrar. Ya no necesitaba aquello que nos parece una cualidad humana fundamental: la libertad. Lo demuestra Morgan Freeman con un comportamiento habituado al cautiverio en la película The Shawshank Redemption, cuando se cumple el tiempo de su condena y ya libre y trabajando, cada vez que tiene ganas de ir al baño debe pedirle permiso al dueño del bar, porque de lo contrario no puede orinar. Entonces, ¿es posible que exista un mundo interior y otro exterior? ¿Es preciso que los describamos apelando a espacios diferentes? ¿Seguiremos creyendo lo mismo de nosotros, cuando al ser humano le cuesta tanto aprender de los demás?

 

José Bleger explicó con un ejemplo típicamente humano en su libro Psicología de la conducta de 1963, releyendo a Franz Brentano, el filósofo y profesor del siglo XIX que creó los conceptos que darían razón de ser al existencialismo de mediados del siglo XX, que la consciencia compartía una cualidad que hacía equivalente aquello que podemos suponer que se encuentra afuera de nosotros o de otros animales (con la misma intención que lo había hecho Charles Darwin en su libro La expresión de las emociones en el hombre y el animal), con aquello otro que parece estar adentro, y en verdad ambos términos o espacios no son otra cosa que los complementos que sirven de continente y contenido a las expresiones de lo que deseamos o necesitamos, ya que, ejemplificó, si amamos es porque amamos algo o a alguien. Es el término que desdibuja un espacio interior de otro exterior y pertenece a los escolásticos, y como dijera Bleger inexistencia intencional debe leerse como existencia en. 

"En mi principio está mi fin", escribió T. Eliot. ¿No es lo mismo decir que si amamos es porque amamos algo o a alguien? Es la pregunta que anticipa una buena respuesta, como bien lo expresaran los griegos. Es el suicidio de Walter Benjamin confundiendo mapa con territorio, continente con el contenido. Es la decisión que antecede a cualquier deducción, justamente cuando coinciden principio/s y finalidad/es: "Porque pensar es un proceso circular (la tierra es redonda, de lo contrario en ella no existiría vida) en el cual algún fin, algún resultado imaginado ya está presente en el comienzo de toda sucesión de pensamientos", como expresase Louis Menand refiriéndose a William James: "La verdad sucede a una idea. Se vuelve cierta, es hecha cierta por los acontecimientos. Su verdad es de hecho un acontecimiento, un proceso a saber, el proceso de su propia verificación". Es una de las definiciones no solo del pragmatismo sino de la religión protestante, cuando Elizabeth Peabody le escribe en una carta a Sarmiento consolándolo por la muerte de su hijo Dominguito: "Lo que dijo Jesucristo estando en la cruz lo hizo para consolar a sus amigos (…), porque su muerte no significaba el fin de la humanidad sino un nuevo comienzo". Son las batallas modernas en la guerra de secesión de Estados Unidos con armamentos antiguos. 

Son los sistemas biológicos que en el final de la secuencia lineal progresiva predisponen las condiciones para una repetición futura, como lo demuestra el concepto de selección natural de Charles Darwin. Es la libertad que solo puede existir si existe libertad económica. Es el cálculo que Max Webber comprendió como origen del capitalismo, porque la finalidad de nuestra humanidad es comparar, sistematizar, abstraer, computar. Es el movimiento circular de una piedra que veo caer de una pendiente, y debido a ese movimiento constante mis pensamientos asocian la figura equivalente de algo que llamo carreta, y por lo tanto de otra figura llamada rueda que pone a prueba la lógica de mis razonamientos, como lo son el movimiento circular de nuestras redes neuronales cuando habitamos un espacio y en ese espacio nos movernos de manera circular.