Para Juana Bignozzi la poesía era una prueba de carácter. El desafío máximo era seguir produciendo versos, libros nuevos, hasta el final. Su objetivo en definitiva era probarse contra ella misma, un deporte existencial poco recomendable.

Esto implicaba huir de la obra reunida en vida hacia lo novísimo. Pero esta batalla por mantenerse nueva (no novedosa), por probar su carácter en versos, no implicaba un rechazo de sus orígenes como militante de base comunista. Esa actitud de base es la que la lleva a indagar una y otra vez en el campo de la poesía joven de su tiempo. Era una agitadora constante con espíritu militante a una edad en la que la mayoría se resigna a un escepticismo cansino. Ese era su juego entonces, sostener hasta el final esa voz de brillo inquebrantable. Y así:

la que se expone impúdicamente

en lecturas cenas vino de más

que brilla en mesas de algunos

ensoberbecidos por la creación

y lo peor es que creen que la practican

ese oculto pudor que ella violenta

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Cuando un historiador se proponga revisar el período 1983-2022 es posible que concluya lo obvio: hubo un intento de refundar la democracia argentina. De esa intención, que a medida que el tiempo avanzó tuvo momentos de farsa, participó también Bignozzi. A punto tal que uno de sus libros se llama Regreso a la patria.

Se regresa a la patria por y con algún motivo o no se regresa. Se regresa a la patria para intentar refundarla. Se regresa a la patria con lo que se puede aportar. En el caso de Bignozzi, se regresa para ofrecer una mística que “no se transmite en cinco horas diarias”.

El tono de ese retorno es el de una impiadosa y aleccionadora militante de base que rara vez se referencia en algo, pero cuando lo hace no deja dudas:

ópera, leningrado, socialismo nacional, anarquismo fabriquero

Hay mucha industria literaria pero poca historia de la literatura (es una frase robada). Es decir, hay pocos textos que quedan en la historia de la literatura. Ahí, qué duda cabe, van a quedar los versos de Bignozzi. Pero lo que más sorprende es que la Voz de Leningrado en Regreso a la patria tiene su doblez. Se pasa de rosca.

Es una voz que se mantiene leal a los preceptos proletarios de su grupo de origen, El Pan Duro de los 60. Son versos sin ornamentación. El idioma es llano. El lugar es la calle de flores azules reventadas contra el pavimento. Pero en ese marco no negocia lo que le es propio: su sofisticación. El tono es directo, pero siempre se puede cifrar algo:

mi llave

abre una casa donde cenan extraños

yo miro desde la puerta una fiesta ajena

pero duermo bajo techo

“Pero duermo bajo techo” es muy “pan duro”. En la “fiesta ajena” en casa propia está lo cifrado. Y en lo cifrado está la sofisticación (una novela familiar condensada en cuatro versos). En el fondo esta es una escritura maníaca. Ópera, sí. Leningrado, sí. Socialismo nacional, sí. Anarquismo fabriquero, sí. Pero todo eso emitido por una maníaca. Es que escribir versos en el fondo es un acto maníaco. Los que mejor escriben son los que están enfermos de literatura (otra frase prestada). Sus poemas son raptos anotados en papelitos. (¿Acaso no andaba Emily Dickinson siempre con un lápiz en un bolsillo de su delantal?)

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Bignozzi le da tanta importancia a su especialidad que hasta pierde de foco ocuparse de las ceremonias consagratorias que rigen el mundo real. La realidad es una institución más como cualquier otra. Pero en última instancia a La Leningradense no le importa nada salvo tratar de escribir lo mejor posible.

Esa manía con su especialidad solo la puede llevar a la gloria o al desastre (para ella terminan siendo la misma cosa). La gloria es un desastre. De paso pide que no confundan especialidad con oficio, “arte con habilidad manual”. Macera su enojo para mancillar al enemigo. “Estoy cada vez más enojada”.

Ese enojo es el combustible de sus libros. Es lo que eleva cada vez más su estado de gracia. Esa gracia es un estado desafiante que, como tanto gran arte, tiene el propósito de ofender.

El enojo es un pecado. Pero la suya es una poética que no cree en los pecados y sí cree cada vez más en el enojo. Todo enojo busca una razón. La razón de este enojo es que la coyuntura no se condice con lo que se pregona. Ese es un gran problema salvo para alguien que escribe libros de poemas. Ese es el problema que se resuelve en cada poema.

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El que se enoja pierde, salvo que se cuente con la habilidad de hacer buenos versos. De transformar el enojo en algo bueno. De no hacer daño con lo dañino. De no dañar a pesar de haber sido dañado. Así se resuelve el pecado de enojarse.

El republicanismo de base que enarbolaba Bignozzi en los últimos años de su vida no tiene lugar en la construcción social de la Argentina, pero vive en sus poemas. Los libros de Bignozzi en ese sentido son un proyecto de patria, una nación plasmada en el papel, una constitución maníaca, una catequesis como catarsis, una diatriba para arengar el frente interno.

FOTOS DEL ARCHIVO DE JUANA BIGNOZZI

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El regreso a la patria nunca puede ser el esperado. Los que se quedaron tienen poco interés en los que regresaron. Los que regresaron tienen poca piedad con los que se quedaron. Es en ese contexto que empieza a maldecir contra el “pobrismo” mientras quema naves, puentes y todo lo inflamable que se interponga en su camino. Para colmo ese pobrismo, la idea de que la población debe aceptar vivir en un estado de pobreza hasta que se le vuelva natural y se borre toda marca sofisticada parece ser parte del contrato social con la que se pretende sostener la nueva democracia argentina. Así las cosas, el país se vuelve una fábrica de “cretinos integrales” dispuestos a todo para sacar provecho de la coyuntura pobrista. Pero, como “no hay que romper el frente interno”, nunca se rinde. Su objetivo de siempre es que Buenos Aires sea Leningrado.

Corrige de un golpe en la mesa retórica las torpezas que cometen sus colegas: la poesía no es política, es ideológica. Si la ideología es dura, la poesía es buena. Si la ideología es blanda, la poesía es floja. La realidad institucional esconde otra realidad. La resaca cuando el día está a punto de romper es su mundo. La resaca vuelve irreal lo real. ¿O vuelve real lo irreal? La única verdad no institucional es la resaca al alba. Regresó a su país y lo encontró lleno de infantes empobrecidos por la infamia que rondan la noche sin saber lo que son.

Porque no saben lo que son/ no saben que lo son:

para ver el alba

ejercicio periódico en otra época

debo caminar toda la noche

alimentando crías que nunca crecerán

ahora sé que hay teorías para la juventud

ver aparecer la luz recuerda el primer rechazo

la brutalidad del nacimiento

y teorías para el principio del final

ver aun aparecer la luz es recuperar la noche

Versos tan adultos no podían pasar del todo desapercibidos. Una fundación le entrega un diploma al mérito en 2003. En 2013 junto a otros colegas de su camada recibe el premio Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional. (Una rosa de cobre tal vez sea poca cosa para la niña panadera que oyó hablar del oro de Moscú.) Antes de todo eso, una revista de poesía ya le había dedicado un dossier lleno de elogios. Una fundación le entrega un diploma de honor. Suena a poco para semejante obra.