En pleno centro de Pergamino, funciona La Fuerza, una galería y restaurante que se aloja en una hermosa casa a la italiana. Agustina Sétula y Carolina Sansevero son las fundadoras. La casa se ve de lejos por su azul vibrante, en la puerta un cartel invita a detenerse. Ni bien uno entra se topa con cuadros por todas partes y murales. Hasta en el baño hay una pequeña intervención, una gran bañera repleta de gardenias. Cada habitación tiene nombre.
“Los hongos” es el corazón de la casa y dónde se secan y estacionan las distintas hierbas que usan en la cocina. Más arriba está “Las ramas”, cuarto presidido por una gran lámpara de ramas hecha por Sansevero. En esta habitación la mesa se comparte, “un tablón para todos más a modo banquete”, y también talleres de escritura y lectura. En “Las rosas" hay un gran mural de esta flor, luz tenue y mesas más chicas, íntimas, y obras relacionadas a la sensibilidad y vulnerabilidad.
La Fuerza nació como fusión de La poeta cocina, fábrica de pastas y foccaceria, y Crea espacio de arte, los emprendimientos de las ahora socias. Sétula hacía cenas temáticas, en pasos, y un día hizo uno en casa de Sansevero, que tiene un jardín muy arbolado. La artista pintó en vivo esa noche.
"Ahí le comenté esta idea que tenía de abrir mi fábrica de pastas al público, poner cinco mesitas, vermouths, algo pequeñito", cuenta Sétula. "Y ella me dijo, bueno, se me ocurre que nos asociemos. Me gusta trabajar con vos. Empezamos a buscar lugares hasta que nos topamos con una antigua cerrajería que quedaba perfecta con el perfil. Cuando la vamos a señar, la habían señado otras chicas, también emprendedoras. Y se nos ocurrió preguntarles a ellas qué espacio estaban dejando libre. Era esta súper casa de dos pisos italiana en el centro del Pergamino, hiper misteriosa, que nadie conocía ni sabía bien qué pasaba ahí".
Ahi se instalaron y abrieron en mayo del año pasado. En la parte más moderna de la casa hay una cafetería donde sirven infusiones a la antigua con prensa francesa, con hierbas en infusores para té, todo artesanal. La pastelería también se elabora ahí, a manos de Isadora Gugino. Se venden tortas clásicas, muy bien calibradas, hay carrot cake, marquise de chocolate sin gluten, lemon pie, tarta de manzana y ricota. También realizan sus propias conservas y mermeladas, todo hecho con materias primas de productores locales.
En la carta se puede encontrar también sándwiches de focaccias, milanesas, milanesas de gírgolas, baos rellenos de hongos, una gran variedad de platos para vegetarianos y para personas que comen sin tacc. Pero las pastas son la estrella. Ravioles de calabaza asada y mozzarella, capelettis de girgolas, panzotis de fungitivas (champignones, hongos de pino, portobello y roquefort), entre otras opciones. A precios muy accesibles.
La vajilla en la que llegan estos platos, era de la abuela de Sétula. “También hay muchos de sus muebles, arañas antiguas, platos y vasos heredados de tías” agrega. La curaduría de arte está a cargo de Carolina Sansevero. Se compone de artistas locales. Las muestras no tienen una duración estipulada. Las artistas que están exponiendo hoy, además de la fundadora, son Florencia Rodríguez Cheula, Loli Molis, Cecilia Ferrari y Mare Tesan.
El espacio cuenta con una tienda en la que además de comerciar las obras de la galería, venden ilustraciones, láminas más pequeñas de todos los precios. “Para que este arte pueda llegar a todas las personas, para que cualquier persona pueda adquirir una pieza artística para decorar sus espacios o para regalar. Queremos desolemnizar las obras, volviendo alcanzable el arte a la gente común, a la gente como una que por ahí te vas a tomar un café a algún lado y bueno podés adquirir uno de estos pájaros hermosos”.
En la tienda también se venden productos de emprendedoras locales: joyas, remeras, pañuelos de diseño, infusiones herbales, conservas, cuadernos. Los productos se encuentran en una enorme biblioteca. “El espacio está abierto, convocamos a quien quiera venir también a comercializar lo suyo”. Todos los jueves hacen una peña, donde proponen un menú a precios populares, que incluye copa de vino y focaccia ilimitada, otra de las estrellas de la casa.
"Cuando me fui a estudiar a Rosario, encontré en la cocina una forma de sublimación", cuenta Sétula. "Preparar las hierbas, cortar las verduras, hacer la mise en place. Además, obviamente amo comer. Pero también lo que hay alrededor de las comidas, las reuniones sociales. Me di cuenta que me encantaba cocinarle a mis amigos. Somos un grupo muy grande de más de treinta personas y en cumpleaños, eventos en los que nos reunimos todos es multitudinario. Y ni hablar ahora que somos adultos y van parejas, hijos. Me encontré de repente capaz haciendo pizzas, grandes guisos, pollos al disco y demás para todos, ahí me dije, che, acá hay algo. Yo puedo hacer esto. Si puedo alimentar a todos de una sentada, puedo, digamos. Así encontré la habilidad, la capacidad".
"Siempre fui cararrota, muy busca vida, laburaba en Rosario en una rotisería y haciendo viandas al mediodía. Y las primeras pastas que hice fueron un invento, la masa me salió gruesa, no tenía el nivel que tienen ahora. Pasaron como 10 años de esto. Y bueno es práctica, un ir haciendo. Después me fui a Brasil y en Búzios, buscando laburo, me entero que en un restaurante estaban buscando a alguien que supiera hacer pastas. Me encontré ahí, en la batalla misma, en un restaurante de alta cocina aprendiendo y haciendo".
El emprendimiento propio fue un giro. "Hubo un día en la casa que vivía antes, yo estaba embarazada y estaba en el patio así como rumiando y pensando qué haré de mi vida. Era la pandemia. Lógico en una crisis existencial. Cuando estás embarazada, pensás un montón y me había quedado sin laburo, peor. Mi viejo me ayudó, me compró una sobadora, que es como una pastalinda gigante para hacer pastas y él me decía dale, empezá, dale, empezá. Y todos los días así como con esa presión de quien te ama y te empuja a lo que sabe que va a ser algo bueno ¿no? Y estaba así sentada en un banquito rumiando y dije, ah, la poeta cocina listo, o sea es esto, es hacer un instagram, empezar a producir, sacar fotos".
"Mi novio que es un gran dibujante me hizo un flyer con la carta y empezamos. Vendíamos porciones de pastas por doscientos pesos una cosa así, y fue un golazo. Al principio te compran tus familiares, tus amigos y después tus familiares y tus amigos se convierten en otras personas. Cuando el producto es bueno, funciona el boca en boca".
“Los banquetes suelen ser temáticos, por ejemplo hicimos uno inspirado en el mar con un compañero mío que nos conocimos en Búzios, Kevin Spadari. De entrada servíamos choclito con manteca grillado, empanadas venezolanas con masa de arepa de pescado con huancaína, poroto negro, el feijón, la focaccia y además unas tostaditas de masa madre. Después de plato principal, fideos con bichos de mar, fideos negros que los hice yo y después hicimos un postre que lo inventamos nosotros que se llamaba Alfonsina, tenía un merengue que era como la espuma del mar, hicimos un caramelo salado y después salteamos unas frutas tropicales con ron. Todo muy poético. Para crearlos hay que sentarse a hablar, suelo hacerlos con otros colegas. Entonces es un momento lindo. Hay que pensar: ¿qué hacemos? ¿cuál es el concepto? ¿qué queremos ofrecer? ¿qué colores vamos a usar? ¿qué colores vamos a poner en el flyer, en el diseño? ¿en qué nos inspiramos para hacer esto? ¿qué música queremos que suene? es muy apasionante crear toda esa atmósfera y bueno hubo varios y seguirá habiendo”.
-El verano en La fuerza fue explosivo, ritmo que se mantiene los fines de semana por el boca a boca. “Hicimos este espacio amoroso para brindarlo también. No solo como una fuente de trabajo, sino como... ¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”.
Este hermoso lugar se encuentra en San Martín 823, entre 9 de julio e Italia, Pergamino.