Pasan los años y con cada aniversario, el 3 de junio se fija como una fecha cada vez más indeleble, como el día en que siempre resonará el eco ensordecedor de la injusticia. Es el punto de partida para una lucha que trascendió lo que imaginábamos y se ancló en nuestra conciencia colectiva. Aquel primer 3 de junio, el grito unísono de "Ni Una Menos" se alzó, desafiando a las voces que negaban la violencia machista y reclamaban justicia para todas aquellas cuyas vidas habían sido arrebatadas por la violencia de género.

Detrás de este hito, hay miles de historias de valentía y resistencia, así como también nombres y rostros de aquellas que ya no están, pero cuyo legado de lucha debe seguir vibrando en cada paso que damos hacia un futuro más igualitario y seguro. Por desalentador que se nos presente el contexto, las cifras en aumento o los intentos de desvalorizar el camino recorrido, es muy importante estar en estado de alerta y no bajar los brazos.

No olvidar es una consigna que parece ya vaciada por tanta repetición, ¡pero sigue siendo tan verdadera! Me resulta obligatorio el ejercicio de volver a contar, no borrar nunca de nuestra memoria que ese 3J de 2015 explotó luego del asesinato de Chiara Páez, una adolescente de apenas 14 años, embarazada. Estallamos por Chiara y por todas las anteriores. Dijimos basta y unimos nuestras voces en una marea imparable de indignación. Fue en esa movilización, la primera a la que asistí junto con mi hija Bella, donde la pureza y la autenticidad del dolor se volvieron palpables. Chiara podía ser nuestra hija, nuestra hermana, nuestra amiga. Éramos todas Chiara. Mientras avanzábamos de la mano, rodeadas de expresiones de dolor y lágrimas de angustia, sentí un nudo en la garganta que me impedía contener las lágrimas. Mi hija, con ojos llenos de comprensión, me preguntó: "¿Estás bien, mamá?" Y entre sollozos, le expliqué por qué marchábamos, porque el corazón nos dolía a todas. No me olvido de Chiara ni de tantas otras.

Daiana Ayelén García fue estrangulada y su cuerpo fue encontrado en un descampado en Buenos Aires, en el año 2015. Lucía Pérez sufrió una muerte brutal tras ser drogada, violada y asesinada en Mar del Plata, en octubre de 2016. Micaela García fue violada y asesinada, en 2017, en la provincia de Entre Ríos. Karen Álvarez fue víctima de un atroz femicidio. Antes había sido abusada, golpeada y estrangulada con su propio pantalón. Esto pasó en 2014, en Viedma. A Agustina Imvinkelried le arrebataron la vida en 2019 en la provincia de Santa Fe al salir de un boliche. Wanda Taddei fue quemada viva por su esposo, en 2010, en un acto de violencia extrema que conmocionó al país. A Ángeles Rawson la violó y asesinó el encargado de su edificio. Anahí Benítez, con 16 años, fue retenida, drogada, violada y asesinada en 2017, en Lomas de Zamora. Rosalía Jara desapareció en 2017 en Fortín Olmos y su cuerpo fue encontrado posteriormente. Se trató de un femicidio cometido por su pareja.

Este listado es solo una pequeña muestra de los numerosos casos de femicidios que ponen de manifiesto la urgente necesidad de combatir la violencia de género en todas sus formas. Cuando las menciono en alguna columna, muchas veces en mis redes descubro que todavía hay personas, con frecuencia mujeres, que responden a esta deuda que considero de todxs, con el nombre de otra víctima de alguna otra violencia. “¿Y Lucio?”, me preguntan. Como si hablar de la problemática de la violencia de género negara la existencia de cualquier otra violencia. ¡Como si se tratara de tomar partido por vidas que tienen diferente valor! ¿Qué nos pasa?

En 2015, cuando nació el “Ni una menos”, se registraron 235 víctimas en todo el país. Lo que dio como resultado una cada 37 horas. En 2016, los femicidios fueron 289. En 2017, 277. En 2018, el numero ascendió a 289. El año con mayor número de víctimas fue 2019: se reconocieron 327. En 2020, fueron 301. En 2021, pareció que comenzaba a descender, con 262 víctimas. En 2022, hubo 249 y, atención, 254 intentos de femicidios. En 2023 el número de víctimas fue 250. En ambos años las cifras estuvieron por debajo de los valores prepandémicos, cuyo pico fue en 2019.

Esta es la cruda realidad de la violencia de género en Argentina: las cifras siguen siendo alarmantes. A veces siento que con tanta estadística perdemos de vista una dolorosa verdad: detrás de cada número hay vidas perdidas, historias truncadas y familias destrozadas. 

Es crucial reflexionar sobre el impacto de esta violencia sistémica y sobre nuestra responsabilidad como sociedad en erradicarla. Cada dato, cada nombre, nos confronta con la urgencia de generar un cambio real en las estructuras sociales y culturales que perpetúan la violencia de género. Más allá de las cifras, cada femicidio debe ser un recordatorio de nuestra responsabilidad compartida en la construcción de una sociedad más justa, igualitaria y equitativa para todxs.