Aunque este año no hubo un desborde de pibas eufóricas bañadas en glitter y con ganas de comerse al mundo como en ese mítico primer encuentro de 2015, las secundarias no faltaron a la cita. Esto generó alivio entre quienes creían que “la juventud estaba perdida”, como comenta Silvina, de 45 años, con el pañuelo violeta de NUM al cuello.

Junto a ella hay casi diez chicas de entre 13 y 17 años, sin mucho glitter pero con la cara de preocupación. 

--¿Qué sensación te despierta este momento?

--Me siento orgullosa de venir con ellas, saber que hay parte de esta generación que no está perdida. Yo creo que los chicos de su edad que votaron a Milei no tienen idea de lo que costó conseguir tantos derechos que se están perdiendo, esperemos que no y que la gente del Senado vote en contra (de la ley Bases) y que no se olviden de que esta plaza siempre se llenó de gente que luchó por sus derechos. 

La más chiquita tiene 13 y se crio al calor de la lucha feminista; las otras crecieron con la curiosidad y la voluntad de transgredir las normas patriarcales, pero pasaron gran parte de su adolescencia en pandemia. Para ellas, muchos de sus compañeros votantes de Milei lo hicieron “por ignorancia” y eso les da mucha pena y la sensación de que, por momentos, están nadando a contracorriente. “Se volvió a instalar en la escuela que es normal que los chicos te digan cosas, el acoso callejero, la violencia hacia las mujeres. Yo veo a mis compañeros maltratar a las chicas y ellas se ríen como queriendo ser complacientes y eso es gravísimo”, dice la más grande, de 17, que enseguida tomó la palabra. 

Cuando esta cronista les preguntó por qué pensaban que en esta oportunidad hay menos chicas de su edad, una de 15 advirtió que el gobierno de Milei y sus políticas represivas están infundiendo miedo para sacar a lxs adolescentes de las calles: “La gente ve en las redes y en la tele que está lleno de policías reprimiendo y por eso tampoco se animan a venir, o ni se lo plantean...”. Otra también señala que las chicas de su curso (4º año) no están interesadas en política, no es un debate que les preocupa y como dan por sentados los “derechos conquistados” no sienten que sea una lucha propia. Silvina, orgullosa, las escucha reflexionar con una sonrisa.

Mala tiene 34 años y se vino desde Paso del Rey. Está en un costado de la plaza vendiendo sanguches veganos y, aunque discreto, tiene un maquillaje con destellos violetas, inclaudicables. Para ella, estamos viviendo “como en una olla de presión donde todo puede explotar en cualquier momento. Quizás ahora no nos damos cuenta, pero la tensión se siente en el aire y la lucha feminista va a ser un motor superimportante para movilizar a la clase trabajadora que creemos que está dormida pero en realidad está esperando... a ver hasta dónde tiran de la cuerda”.

--¿Qué pensás que tiene que pasar para que los feminismos vuelvan a tener la presencia en las calles que tenían antes?

--Yo creo que el feminismo en un momento dejó de interpelar, cuando se legalizó el aborto, porque se volvió muy blanco y privilegiado; un discurso que no tenía en cuenta a todxs. 

--¿A quienés creés que debería incluir? 

--Debería sumar a las luchas a las pibas más pobres, a las villeras, a las que están en los márgenes, a las que no pueden ponerse a pensar en política porque tienen hambre y tienen que resolver primero esa necesidad. Hay que volver a articular con sectores populares, porque finalmente las que paran la olla en los barrios son las mujeres; pero hay que hacer de nuevo todo un trabajo de interpelar y debatir, en un marco mucho más complicado para organizarse, porque la gente tiene mil trabajos y aun así no llega a fin de mes.

--¿Te acordas cómo fue tu primer NUM? 

--Sí, me re acuerdo. Yo tengo una hija de 11 años, en ese momento era bebé. Con mis amigas les dejamos nuestros hijxs a nuestros compañeros para poder venir a la marcha y nos reíamos porque los chabones no paraban de llamarnos preguntándonos cómo hacer cualquier cosa. “Que la nena no quiere comer”; “que no sé cómo hacerlo dormir”; “dónde están las cosas...”. Y toda la noche el tema de conversación fue ese: lo inútiles que eran nuestros compañeros para esas tareas de cuidado básicas.

Ornella se vino desde Polvorines, como hace siempre desde 2018, pero este año más convocada que nunca, sobre todo, por ser parte de la comunidad LGBTIQ+, y movilizada por el lesbicidio de Barracas. “Creo que hoy es urgente estar acá, sobre todo porque nos quedan tres años y medio de este gobierno”, comenta, y reflexiona: “hoy estaba pensando en esos primeros años de lucha, donde si hablabas de feminismo instantáneamente te tildaban de loca, a mí me daba vergüenza decir que era feminista. Siento que es contradictorio este momento, porque si bien retrocedimos muchos pasos, creo que al menos ahora decir la palabra 'feminismo' tiene otro significado y eso es porque avanzamos un montón”. 

Nora tiene 77 años y vino desde Ramos Mejía. Profesora de geopolítica y geografía conurbana, tiene al cuello un pañuelo verde matelasé y dos sweaters tejidos en distintos tonos violetas. Ella vino sola, con un pin en el poncho de NUM, “antes venía con amigas y hacíamos carteles, de todo, este año no pudimos organizar eso, pero quise venir igual”, comenta. Militante de toda la vida, puso el cuerpo hasta para exigir la legalización del aborto. Y, aunque pesa en su vida la historia de amigues desaparecidxs y que fueron torturados durante la represión militar, siente que nunca en su vida vio “lo que estamos pasando, legitimado por el voto popular". 

“Las chicas adolescentes son fundamentales para el movimiento, ellas le dan el empuje, pero nosotras, las canosas, que pasamos por todo, somos muy valiosas”. Para Nora “es increíble que ahora vuelvan a debatirse cosas que creíamos saldadas, como la teoría de los dos demonios. O tener un presidente que dice que si la gente no está tirada muerta en la calle entonces no tiene hambre. Y no da todo lo mismo. Porque al final los muertos los ponemos nosotros, la clase trabajadora”, señala, indignada con que acusen de adoctrinar alumnos a lxs docentes cuando ellxs quieren incentivar el debate político. 

Dilmar llegó junto a su hija de 11, que miraba tímida con un gorrito violeta lleno de patitos kawai, y la acompañaba en el 2015 en el cochecito. La otra, adolescente de 17, también iba a las primeras marchas y, aunque era chica, ese grito le ayudó a significar un abuso que había sufrido cuando era niña y a sentirse acompañada por tantas compañeras que empezaron a contar sus experiencias: empezó a sentir que no había sido la “causante” de esa agresión. Ahora está por terminar la escuela en Quilmes y es dirigenta del centro de estudiantes. Con un poco preocupación nota que sus compañeras no están interpeladas por el feminismo, en un punto porque lo naturalizaron, pero también porque no hay referentes mujeres en las que puedan reflejarse. 

“Cuando habla Mirian Bregman, por ejemplo, enseguida dejan de escucharla porque creen que es ‘de zurdito’. La discusión política está demonizada y eso es porque Milei quiere que los más jóvenes no estén en las calles y no tengan herramientas para organizarse, que en su momento sí había. Y eso desde la pandemia esa falta de interés por el debate se nota mucho más y todo pasa por las redes”.