Miguel Ángel Paz vive en Olivos, en un regio edificio con amenities y seguridad 24 hs. Todavía no empezó la cuarentena por el Covid-19 en Argentina pero él, que acaba de volver de viaje de Estados Unidos, debe cumplir con el aislamiento obligatorio. Sólo que Miguel no va a permitir que el negro del guardia de su edificio le diga si puede o no salir de su casa. Y lo revienta a trompadas. La policía acude al llamado de emergencia del guardia herido, toma la denuncia y asigna un patrullero al domicilio, para velar por el cumplimiento de la norma. Gustavo Cardinale, ante el decreto presidencial de aislamiento preventivo y obligatorio, mete a su mucama en el baúl del auto para poder llevarla a su casa del country y no quedarse sin quien le friegue. La policía recibe la denuncia y devuelve a la empleada a su domicilio. Otros tantos Migueles, Gustavos, se agolpan en la rotonda de Pinamar para pasar la cuarentena frente al mar. Operativos policiales invitan a los vehículos a regresar a sus localidades de origen. Cuando al empresario Gustavo Nardelli se le da por salir a pasear en su yate, en clara violación del aislamiento, las fuerzas de seguridad también se presentan para establecer el orden, con respeto y con distancia, apegados a la ley y a un trato justo. Así funciona, entre otras tantas formas, el privilegio blanco en Argentina.

Cuando se es negro/a, las cosas cambian. Cuando las fuerzas de seguridad entran en los barrios populares y tienen que hacer respetar las mismas normas o leyes, la actitud es radicalmente opuesta. Se hacen presente la violencia, los golpes, la denigración a flor de piel, las amenazas (el famoso “quedate piola”), las balas de plomo por la espalda. Los derechos no son los mismos cuando se es negro/a. Como sociedad nos empecinamos en explicar esas diferencias en términos de clase social, y demostramos una ceguera absoluta que no nos permite ver que son, lisa y llanamente, expresiones locales de racismo.

Minneapolis

En Minneapolis, Minnesota, el agente blanco Derek Chauvin aprieta con su rodilla el cuello de George Floyd durante ocho minutos. Aprieta hasta matarlo: otro asesinato de un afroestadounidense a manos de un policía en los Estados Unidos. Una multitud multiétnica toma las calles y en pocos días las movilizaciones se extienden a 140 ciudades. Explotan las redes sociales mundiales y Argentina no es la excepción. El periodismo argentino corre a hacer sus análisis. El periodismo hegemónico pone el énfasis en los disturbios, en la destrucción de la propiedad privada y justifica el accionar represivo a la vez que criminaliza la protesta. El periodismo progresista empatiza con el pueblo en las calles y denuncia el racismo, como si esta ideología fuera exclusiva de Norteamérica, Europa, y a lo sumo de Brasil, pero no de Argentina.

La vida de los negros vale tan poco que los policías no se percataron de que estaban asfixiando a George Floyd. Lo trataron más como a un objeto donde apoyarse, sin cuidado alguno, que como a una vida humana que tenían en sus manos. Los policías escucharon decir a Floyd que no podía respirar como quien oye llover.

Luciano Arruga era un niño cuando lo detuvieron por horas en la comisaría, incomunicado y sin un fiscal de menores presente. El comisario le decía “negro rastrero” mientras lo torturaba. Seguía siendo un niño cuando lo desaparecieron y lo enterraron como un NN. El racismo en Estados Unidos se basa en la memoria y en los efectos aún vigentes de la esclavitud, la conquista y colonización de esos territorios. En Argentina también, sólo que cuesta admitirlo.

Racismo criollo

Afrodescendiente es toda persona descendiente de africanos/as esclavizados/as nacida fuera del continente africano. Esclavizados/as fueron introducidos/as a todo el continente americano durante la colonización de América y varias décadas después de las guerras de independencia. Las heridas de la conquista, la esclavitud y la colonización nos atraviesan desde Alaska hasta Tierra del Fuego. Argentina anunció que la esclavitud dejaba de existir en 1853 con la sanción de la Constitución Nacional, aunque Buenos Aires recién adhirió a la carta magna en 1860. EE.UU. abolió la esclavitud al poco tiempo, en 1863. Mientras que en EE.UU. se le llama negra/o a las personas afroestadounidenses, en Argentina le damos un uso más amplio al término: negra es toda persona descendiente de africanos/as esclavizado/as, miembro de naciones originarias y/o descendiente de pueblos originarios, provinciano/a de tez oscura, persona de tez oscura, residente de una villa o barrio popular, persona pobre.

Los negros cabeza, los negros de mierda, los negros villeros, los negros de adentro, los negros de alma en la Argentina tienen un origen profundamente identitario y el Estado se ha dado por mandato enterrarlo cual vergüenza familiar. La verdad es, sin embargo, que este país se levantó sobre las espaldas de afrodescendientes e indígenas: los primeros traídos en barcos negreros como mano de obra esclavizada, como mercancía y contra su voluntad; los segundos, reducidos a la más atroz servidumbre. Cientos de miles de afroargentinos/as y originarios fueron los que pusieron el cuerpo en batallas para lograr una independencia y libertad que hoy es retribuida con invisibilización y negacionismo. Ninguna fiebre amarilla ni fusil Remington nos mató a todos, aunque sí fue ésa la intención del Estado. El genocidio simbólico, físico y material de los que no encajan con el paradigma del poder se encuentra inmortalizado en el vergonzoso artículo 25 de nuestra Constitución Nacional, “El Gobierno federal fomentará la inmigración europea…” (traducido: los blancos son bienvenidos, los demás no).

La violación originaria a los derechos humanos sobre la que se construyeron los cimientos de esta nación son los pecados originales de la esclavitud, la trata transatlántica y el plan de exterminio de los pueblos originarios. Esos fueron los primeros crímenes de lesa humanidad de nuestra patria. La colonia terminó, pero dejó el sistema de castas ya no de jure sino de hecho: la gente de los barrios populares tiene, mayoritariamente, la piel oscura. Es que somos los descendientes.

A menudo se suele entender al racismo como un fenómeno que afecta a sociedades con minorías étnico-raciales, como por ejemplo la estadounidense donde los/las afrodescendientes son el 14% de la población. En Argentina (como también en Brasil, por ejemplo), el racismo rige las estructuras sociales, políticas y económicas y sin embargo, su mayoría poblacional es no-blanca. No quedan en pie leyes que digan que los negros no podemos elegir a nuestros representantes ni ser elegidos para dichos cargos, a pesar de lo cual existe una monocromía violenta que une a los integrantes de los tres poderes de nuestro orden republicano. En las calles de la ciudad de Buenos Aires, de Paraná, de Salta, de todas las ciudades y pueblos de nuestro país, la gente es de todos los colores mientras que en los lugares de poder los blancos son abrumadora mayoría.

Darle la espalda a un problema solo lo hace más grande

La ultraderecha avanza en el mundo; los nuevos fascismos se consolidan en mayorías legislativas y en algunos casos ganan las cabezas de estado. El presidente de la principal potencia militar, Donald Trump, nombra al antifascismo -corriente política antirracista y clasista- como un grupo terrorista. Y en Argentina todavía nos damos el lujo de dudar si el racismo existe o no existe. Ciertamente son pocos los que se atreven a decir públicamente que el racismo y cualquier tema vinculado a los pueblos originarios y a los y las afrodescendientes no son importantes. En debates políticos y académicos se les suele “dar importancia”. El problema es que la grieta racial que atraviesa a nuestro país, el racismo estructural del que adolecemos, no es simplemente un tema importante. Reconocer y abordar el racismo es una necesidad urgente para poder empezar a hablar de justicia racial y reparaciones para los/las afrodescendientes y pueblos originarios.

Subestimar el racismo antinegro en Argentina supone no sólo un error de cálculo político, sino un verdadero riesgo para nuestro sistema democrático. La derecha argentina aggiornada, que se presenta a elecciones, sacó el 40% de los votos en 2019 y tiene una base electoral fuerte en los grandes centros urbanos. Experiencias como las del partido Vox en España, el ascenso sostenido de Marine Le Pen en Francia o incluso el triunfo de Bolsonaro en Brasil (sólo después de la impugnación de la candidatura de Lula) nos recuerdan que darle la espalda a un problema sólo lo hace más grande. Estos partidos atraen a los desencantados con una retórica antisistema y antipartidos, donde el racismo es una de las principales herramientas de construcción política. El racismo, de hecho, ostenta la autoría del mito fundante de la argentinidad: la dicotomía civilización o barbarie. Esta infame proclama racista anti negra señala, en realidad, la grieta insalvable, un proyecto de nación descarada y profundamente elitista y racista por un lado; y por el otro, un proyecto nación que se imagina popular, plural y democrático pero que se engaña al no reconocer la deuda enorme que tiene con sus mayorías no blancas. La bandera de la justicia social se vuelve un eslogan vacío si no se tiene en cuenta la justicia racial.

Dos Argentinas: ¿cuál alimentamos?

El momento de encarar transformaciones profundas y de raíz es ahora. Es urgente y necesario reformar, por ejemplo, un sistema educativo que insiste en vender una Argentina homogénea de descendientes de inmigrantes europeos laboriosos, una Argentina bien intencionada que recibe “a todo hombre de bien” y donde no suceden crímenes racistas como los de George Floyd. Es urgente y necesario que nos demos una discusión profunda dentro de los proyectos progresistas, de izquierda y/o nacional y populares, para que no suceda otra vez, como en 1810 y 1816, cuando los negros e indios quedamos afuera.

El intelectual afroestadounidense James Baldwin se preguntaba cuánto tiempo más iba a llevar desmantelar el racismo en Estados Unidos: ya habían esperado demasiado tiempo su padre, su madre, su tío, sus hermanos, sus hermanas, sus sobrinas y su sobrino. Cuánto tiempo más debía darle a los blancos para progresar como seres humanos. En Argentina los/las negros/as llevamos esperando nuestro tiempo también. Hace unas semanas pudimos celebrar la designación por primera vez en doscientos diez años de historia, de una mujer y afroargentina como Embajadora de nuestro país, nada más y nada menos que frente al Estado de la Ciudad del Vaticano. La flamante Embajadora María Fernanda Silva declaraba en una nota a la Agencia Nacional de Noticias Télam: "Mi designación se dio a fines de enero, días después de que el país viviera el asesinato de Fernando Báez Sosa, matado al grito de 'negro de m...', en un crimen de odio racial y de clase. Son las dos Argentinas que conviven. Y es muy importante ver a cuál de las dos alimentamos."

*Ensayo publicado originalmente el 04/06/20 en https://www.revistaanfibia.com