Era una mañana de frío limpio, de cuando el invierno tenía vigencia y no se aplicaba siembra directa en tierras usurpadas. Iba caminando por calle San Lorenzo hacia las oficinas de Aguas, por la vereda impar venía un tipo muy parecido a John Lennon, con el mismo saco de piel usado en las terrazas de Abbey Road. No sólo se atrevía con el saco, sino también vaqueros negros, zapatillas, el improbable mismo corte de pelo y lentes redonditos. Crucé la calle tratando de lograr algo de naturalidad. Cuando el tipo pasó a mi lado se puso las manos en los bolsillos de los vaqueros, se encogió un poco los hombros y entonó el mismo verso fiel de una canción que meses después me enviaría por wasap. No podía ser, ¡era el Mono Díaz! Cuando me detuve desconcertado, dijo:

-‑Seguí Negro, no seas boludo, estoy clandestino.

-‑Pero, ¿vos no te habías muerto? Disculpame, no pude ir a tu velorio por...

--Vos siempre dando y pidiendo explicaciones. Estoy haciendo una tarea del Partido, no jodás. Nos encontramos en el bar de "siempre", mañana a las 9 de la noche ‑-dijo y siguió caminando hasta perderse en la esquina de Mitre.

La realidad ya no es lo que era.

El bar de "siempre" era el "25", un viejo boliche que hacía más de 30 años había sido derribado en la esquina de Córdoba y Dorrego,  frente a plaza San Martín. Era evidente que aquella "aparición" era otro desvarío de mi adolescencia tardía. Llegué hasta la esquina de Sargento Cabral, actualizaron mi factura atrasada, la aboné y al salir creí haberme había olvidado de "todo".

Al día siguiente la cita estaba viva. A las nueve de la noche estaba parado en la esquina de Córdoba y Dorrego para verificar el grado de mi alucinación. No habían pasado más de tres minutos cuando un Smart gris se detuvo donde paran los taxis; su conductor, un viejito prolijamente canoso muy parecido al Mono me hizo señas que subiera después de gritarme mi nick adolescente: Wimpi. Sólo el Mono Díaz era capaz de pronunciarlo.

La muerte ya no es lo que era.

Fuimos hacia Puerto Norte y dejó el Smart estacionado de una de las torres (no puedo decir cuál). Era el Mono, a pesar del lujo y estar recién bañado. Mientras subíamos en el ascensor trató de aclarar:

-‑Uso este perfume importado para despistar a los servis. Yo no me podía morir si Central estaba en la B. Todo lo que veas, no lo podés escribir hasta que te avise.

La puerta del ascensor se abrió. El departamento ocupaba todo el piso, los ventanales daban al Paraná y había no menos de 20 computadoras funcionando en serie y algunas chicas operándolas. Música ambiental en frecuencia 528 Hz. De tan prolijo/lujoso, el lugar aparecía con una rígida limpieza muy ajena al "orden" acostumbrado por el viejo amigo del Politécnico. 

‑-Nada sucede por casualidad. Tomemos algo y te explico -dijo el Mono Díaz, sacando un Catena Zapata de una bodeguita disimulada en la pared.

-‑Esta botella es parte de una recuperación, se decidió compartirla con amigos. Espero que no lo imités a Sábato cuando criticó a Di Giovanni y sus camisas de seda.

Sirvió dos copas y brindamos.

-‑No se trata de aplicar el determinismo histórico como una profecía bíblica, sino de aplicar herramientas dialécticas a las del mercado inmediato para superar la injusticia social ‑-comenzó a explicar-. La creación se agota cuando se repite. El Subco fue uno de los primeros en usar internet, pero hoy hacer una denuncia en el Muro de los Lamentos del Face, es parte de nuestra impotencia política. La realidad de lo virtual está en otra parte.

-‑Pero, entonces, ¿qué están haciendo con estas computadoras? ¿Son hackers? ¿Son trolls en alguna campaña política?‑ le pregunté. Mi desconcierto era un barrilete sin cola.

-‑Nada de eso, Negro, vos estás empantanado en la era del mimeógrafo. Estamos "minando" bitcoins.

-‑¿Bitcoins? ¿Guita virtual? Eso es otro verso de los fabricantes de computadoras. ¿Y qué van a hacer con la guita? ¿Van a comprar armas?

-‑No, para nada. Vamos a poner una cadena de fotocopiadoras.

-‑¿Fotocopiadoras? ¿Con eso van a hacer la revolución? Mono, no pegaste un sorbo y ya te pegó mal el Catena Zapata.

-‑Negro, disfrutá de tu copa y despégate del siglo XIX. Lo de las fotocopiadoras te lo voy a explicar otra noche y con otra botella. Ahora disfrutemos esta vista del Paraná y de las boludeces eternas de nuestra adolescencia compartida. En Rosario, hay más poetas que gente‑ dijo con esa certidumbre que parecía la sentencia de un  perdedor.

Hace una semana recibí por un wasap de un número no identificado el primer verso de una canción de Lennon: "People say I'm crazy". La contraseña autorizante para poder empezar escribir "El regreso del Mono Díaz".