Jueves 16 de agosto de 2001. San Candido, una minúscula localidad en la región de Trentino Aldigio, al norte de Italia. Sólo con el nombre alcanza una veloz búsqueda por la superficie de internet para leer, de manera inmediata, un puñado de palabras. "Aquí nació Jannik Sinner", se puede advertir. Aquel lejano jueves, en efecto, en ese lugar de apenas 3.300 habitantes, llegaba al planeta nada menos que el próximo número uno del mundo del tenis.
"Es el sueño de todos", reconoció el jugador de 22 años apenas conoció la noticia, en una atípica situación: se enteró después de meterse en las semifinales de Roland Garros mientras hablaba en la nota post partido con el francés Fabrice Santoro. ¿Qué había sucedido? Novak Djokovic, el campeón defensor, anunciaba su retiro del torneo tras saber que había sufrido una rotura de menisco medial en la rodilla derecha durante la épica batalla que le había ganado en octavos de final al argentino Francisco Cerúndolo.
Ganador este año en el Abierto de Australia, en el torneo de Rotterdam y en el Masters 1000 de Miami, Sinner será, desde el próximo lunes, el 28° jugador en la cima del ranking de singles masculino de la ATP, el escalafón creado en agosto de 1973. Y nada menos que el primer italiano en conseguirlo. Habrá logrado lo que no pudieron grandes jugadores de su país como Adriano Panatta (4° en 1976), Matteo Berrettini (6° en 2022), Corrado Barazzutti (7° en 1978) y Fabio Fognini (9° en 2019).
"Un día especial para mí, por llegar a mi primera semifinal de Roland Garros y alcanzar el número uno del mundo. Estoy agradecido por este momento, algo por lo que hemos trabajado muy duro, pero no termina aquí", destacó Sinner, de quien nadie imaginaba que sería uno de los mejores tenistas del planeta por sus enormes condiciones para el esquí. Un prodigio para la nieve que terminó por tomar una raqueta.
El lugar en el que nació Sinner, conocido desde hace poco tiempo justamente por haber dado a luz al flamante número uno del mundo, está ubicado en la zona de los Dolomitas, al sur de la frontera de Italia con Austria. Allí se sostiene una fuerte influencia de la cultura de Alemania, arraigada sobre todo en el nombre de sus habitantes. Incluso la propia localidad también tiene su denominación en alemán: Innichen.
Ya consagrado como el mejor jugador de la historia de su país, el tenista de 22 años es hijo de padres con origen alemán. Jonnah, su papá chef, y Singladine, su mamá moza, trabajaban en el restaurante del resort Talschlusshutte, en cuyo alrededor podían observarse sólo montañas. Nada más que montañas.
Por eso los primeros contactos del pequeño Jannik en el deporte fueron, con toda la lógica, en el esquí. Sinner alcanzó un nivel tan destacado que hasta llegó a ser uno de los mejores esquiadores italianos de su categoría y hasta se consagró dos veces campeón nacional.
Al mismo tiempo se acercó al tenis por el impulso y la cercanía de su padre: con sólo 13 años se mudó a Bordighera, en la Riviera italiana, para entrar en el Piatti Tennis Center. En ese sitio Ricardo Piatti, el prestigioso entrenador que trabajara con el croata Ivan Ljubicic y hasta con el propio Djokovic antes de su explosión internacional, advirtió que el italiano tenía condiciones para llegar bien lejos.
El ojo clínico y el olfato del formador no fallaron. Ni mucho menos. Con apenas 16 años Sinner ya se hizo profesional. En 2018 ganó sus primeros tres Challengers y en 2019 llegó la irrupción definitiva: rompió la línea del top 100, fue invitado como jugador local al Next Gen Finals de Milán –el Masters sub 21– y se consagró tras derrotar en la final al top 20 australiano Alex de Miñaur.
La elección del tenis no había sido para nada equivocada: "Elegí el tenis porque me gusta jugar. Esquiar consiste en una bajada de un minuto y medio por la colina; si cometés un error todo se termina. En el tenis todavía podés cometer algunos errores y ganar; hay más oportunidades para jugar. En lo físico creo que es mejor para mí. Disfruto mucho del tenis". Lo disfruta tanto que, desde el lunes próximo, ya no encontrará ningún otro jugador al dirigir su mirada hacia el cielo.