Por Felipe Pigna. Los sectores más reaccionarios de la sociedad quisieron ver en las justas demandas obreras un complot que tenía sus raíces en la Unión Soviética y asustaban a las clases medias con los peligros de una revolución bolchevique en las pampas. Además, si esto era así, la gran huelga de enero de 1919 no era producto de la injusticia reinante sino de una especie de agresión extranjera a la que había que oponerle una “causa nacional”, la defensa sin distinción de clases de la patria agredida por los bolcheviques. Todo lo ruso resultó peligroso y esa sospecha se extendió a la colectividad judía lanzándose una verdadera campaña antisemita. Así lo cuenta el embajador francés en un informe a su gobierno: “Para Yrigoyen, el balance de los sucesos puede establecerse de la siguiente manera: durante dos días dejó las manos libres a los elementos revolucionarios. Los dos o tres días siguientes, dejó actuar a la policía, la cual abusó como yo ya lo indiqué, lo que exasperó al pueblo (…) La policía masacró de una manera salvaje todo lo que era o pasaba por ruso. Uno de los jefes del partido en el poder se jactó, en una reunión de veinte personas, de haber matado con sus manos unos cuarenta. Los guardias blancos compuestos de aficionados se distinguieron particularmente en la caza al hombre que duró dos o tres días enteros”.

El 15 de enero de 1919, el diario radical La Época traía una noticia sensacional: un cable fechado en La Haya daba cuenta de la generosidad de maximalistas rusos que estaban financiando la revolución por todo el mundo. El cable, reproducido gustosamente por el diario de Yrigoyen, explicaba que el mecanismo consistía en hacer “emigrar a millares de rusos para que propaguen sus doctrinas destructoras en las naciones a que pueden arribar y la Argentina sería uno de los pueblos preferidos para esa emigración”. Mientras tanto, el 14 de enero el diario La Nación publicaba que la policía se preciaba de haber detectado un complot soviético y detenido a los “jefes del movimiento maximalista”. El efecto sería muy grave, pues los jóvenes y no tanto de la Liga Patriótica se lanzarían a la “caza del ruso” y matarían a decenas de personas. Este es el texto publicado por La Nación, titulado “La agitación ácrata en la capital y en el interior, que trata sobre la detención de Sergio Suslow y Pedro Wald”: “En el Departamento Central de Policía pudimos conversar ayer tarde breves instantes con Suslow, presunto secretario general del llamado sóviet central de la república. Se trata de un hombre joven, que representa alrededor de 26 años, que tiene buen aspecto y que parece poseer no escasa inteligencia. Habla el español un poco, encontrando a menudo dificultad para expresarse en ese idioma.

–¿Cómo se explica la acusación que pesa sobre usted?

–No lo sé. Repito que nada tengo que ver con el movimiento maximalista. Nací y me eduqué en Rusia. No soy ni he sido secretario de ninguna organización maximalista. Fui, sí, secretario de una asociación obrera formada por rusos, y que contaba con cuarenta miembros, pero nuestra sociedad no tenía más fin, como muchas otras, que trabajar por la obtención de mejoras en las condiciones de trabajo y en los salarios.

ANTECEDENTES DE LA POSVERDAD

Al comprobar que se les había ido la mano con el invento de la conspiración soviética y sus consecuencias, se vieron obligados a hacer algunas aclaraciones: “Se han producido en estos días muchas lamentables confusiones entre elementos rusos, de acción disolvente muchos de ellos, y elementos israelitas que, rusos también en la mayoría de los casos, viven aquí desde hace mucho tiempo una vida de trabajo honesto y meritorio. La ofuscación ha hecho que se incurriese en injusticias, y ello ha llegado a tal extremo que los representantes de la colectividad israelita, nada sospechosa, por cierto, creyeron ayer necesario pedir a las autoridades que por sus antecedentes tiene aquella derecho (…) El comandante en jefe de las fuerzas de la ciudad atendió deferentemente a los delegados, y, como consecuencia de la entrevista, fue dirigida a los comisarios seccionales una circular que dice así: ‘A solicitud de parte interesada, y por creerlo un estricto deber de justicia, les hago presente que deben ustedes establecer una perfecta distinción y divulgar estas ideas, de que nada tienen que ver los criminales cuyos atentados estamos todavía reprimiendo, con los pacíficos y laboriosos miembros de la colectividad israelita, que contribuyen en toda forma al progreso y grandeza de la república’”.

Pedro Wald era un humilde afiliado al Partido Socialista que trabajaba como periodista en el diario Di Presse y en el periódico de la colectividad judía Avangard. Sus artículos se destacaban por su moderación muy lejos del “maximalismo”, o sea, la defensa del programa de máxima de la Revolución Bolchevique. Suslow era un comerciante ucraniano del barrio de la Boca. Ambos debieron ser puestos en libertad por “absoluta falta de méritos”.

Otro invento notable fue el supuesto ataque al Departamento Central de Policía, que los “grandes diarios” atribuyeron a elementos huelguísticos. Este es el relato de los hechos, escrito por un oficial de policía: “Al sonar los primeros tiros, no se supo disparados por quién, uno de los sargentos de servicio, por propia determinación, corrió al tablero de las llaves de luz y las cerró, dejando a oscuras a todo el edificio, es decir a todo el Departamento de Policía. La batahola se hizo entonces infernal. Los agentes corrían desesperadamente haciendo fuego al aire, los oficiales, al salir de las oficinas para asumir el mando de sus secciones y no obstante sus voces de mando, tenían que volver a refugiarse en el casino, dormitorios, etc., pues no sólo les era imposible dominar el tumulto, sino que hasta se veían en peligro de ser muertos por las balas que disparaban en todo sentido las tropas dominadas por el pánico”.

Como en una comedia de enredos, los policías se tirotearon entre ellos. Incluso el todopoderoso general Dellepiane fue baleado por la guardia resultando ileso milagrosamente. Lo notable es que decenas de obreros fueron condenados por el inexistente ataque al Departamento Central de Policía y el hecho sirvió de argumento para justificar el “complot maximalista”. Recuerdos del futuro