“No quería nacer en otoño en un país radiactivo. Pero el médico me sacó a través de un corte realizado con bisturí, y con mis pies toqué la tragedia, mientras que con las manos intentaba aferrarme a las entrañas de mi madre”. Así comienza Luciérnaga, la primera novela de la poeta bielorrusa-argentina Natalia Litvinova con la que ganó por unanimidad la segunda edición del Premio Lumen de Novela 2024, dotado de 30.000 euros y la publicación de la obra ganadora, que llegará a las librerías en septiembre. La escritora nació en Gómel, ciudad al sureste de Bielorrusia, cinco meses después de la explosión de la central nuclear de Chernóbil en 1986, en un momento de caos, pobreza y miseria. La familia de Litvinova emigró en 1996 a Buenos Aires, en busca de un futuro mejor.

“Los primeros años de mi vida coincidieron con la recesión económica y el fin de la Unión Soviética”, cuenta la narradora de Luciérnaga, “una novela luminosa y radiactiva”, en palabras del jurado de esta edición. “En los almacenes desaparecieron el jabón, los corpiños, el papel higiénico, el aceite, los pañales, la leche. Las góndolas de licores y conservas se llenaron de repollos y los mercados se transformaron en un huerto arrasado. La vida se convirtió en una extensa fila de espera; a cada familia se le entregaban cupones para los productos que podían adquirir cada mes, los más valiosos eran los de los cigarrillos y el alcohol. El vodka era un bien preciado y en nuestra familia nadie tomaba. Mamá canjeaba los cupones de vodka con los vecinos por los de aceite o manteca, y así pasó del anonimato a ser popular en el barrio: la llamaban ‘mujer con hijos que no bebe’, ‘la que destila cupones’ y ‘la patrona de los borrachos’.

Litvinova llegó a Buenos Aires el 9 septiembre de 1996. Al día siguiente cumplió en Argentina diez años. Como lo cuenta en la novela, leyó por primera vez la poesía de Federico García Lorca a los catorce años y se enamoró del español. “Es el idioma en el que vivo y en el que amo. Me encanta la sencillez en la vida y en la escritura y no me gusta cómo escribo en ruso, no soy yo. Si tuviera que volver a Bielorrusia –cosa que no va a ocurrir-, no podría sobrevivir en otro idioma”, reconoció la poeta y editora que definió a la literatura eslava como “una literatura sin esperanza”. A los veinte años asistió al taller del poeta argentino Javier Galarza (1968-2022), donde escribió su primer poemario, Esteparia (2010), y con quien escribió el libro Cuerpos textualizados (2014). Publicó los libros de poesía Todo ajeno (2013), Siguiente vitalidad (2016), Cesto de trenzas (2018), La nostalgia es un sello ardiente (2020) y Soñka, manos de oro (2022). En 2016 fundó junto a Tom Maver la editorial Llantén, especializada en traducción de poesía rusa clásica y contemporánea.

En la rueda de prensa con periodistas de América Latina y España aseguró que no puede dejar la poesía, ese “líquido amniótico”, como la definió. “La poesía me enseñó la belleza del equilibrio”, dijo la ganadora del Premio Lumen, que sucede a otra argentina: Leticia Martin, que obtuvo el mismo reconocimiento en 2023 con la novela Vladimir. La abuela de Litvinova fue secuestrada por los nazis en la Segunda Guerra Mundial y cuando regresó a Bielorrusia tuvo que soportar el rechazo de los hombres de su comunidad que la consideraban una espía, una traidora. “Yo estoy obsesionada con Chernóbil; hubo un tiempo en que se quiso silenciar esta catástrofe, como si no hubiera existido la radiación”, admitió la escritora y agregó que se podrían escribir “muchas novelas” sobre lo que significó la explosión de la central nuclear en 1986.

Luciérnaga, presentada con el título La niña de los brazos de acero y bajo el seudónimo de Darina, fue elegida por el jurado integrado por las escritoras Ángeles González-Sinde, Luna Miguel y Clara Obligado, la directora de la librería Rafael Alberti (Madrid), Lola Larumbe, y la directora literaria de Lumen, la escritora argentina María Fasce. El jurado destacó la “voz deslumbrante y conmovedora, con la difícil cualidad de la sencillez” de Litvinova. “En la tradición de la mejor literatura rusa, pasa del realismo a lo mítico con naturalidad y sabe recurrir al humor y la ironía para narrar una historia que todavía no habíamos leído. La guerra y la emigración, la vida en Bielorrusia (‘el país que se rompe’) como telón de fondo sobre el que se narran los recuerdos de una infancia marcada por el desastre de Chernóbil y la resistencia de las mujeres”.

En esta ópera prima “delicada y contundente, de desarraigo y memoria”, como anticipa la editorial Lumen, que la publicará en septiembre, Litvinova “recupera el relato oral de las mujeres de su familia en un mundo inhóspito en el que la historia parece estar a punto de acabarse, y aborda la identidad, los lazos familiares y la experiencia privada en un memoir lleno de poesía y sinceridad, que es también un ajuste de cuentas con un pasado marcado por la migración y la necesidad de sobrevivir a un mundo en disolución”.

 

La historia de su familia y el exilio atraviesan Luciérnaga, una novela que estuvo muchos años en su cabeza y en la que tiene un papel importante la madre de la autora. Como no podía hablar, le pidió que escribiera unos cuadernos, en donde narró las experiencias que había vivido en Gómel. “Me interesaba buscar todos esos recuerdos rotos, los traumas y la resistencia de las personas -afirmó la poeta premiada-. Cuando ese silencio se rompe, sale el terror y la belleza”.