“Tiene que ver con la manera que uno elige vivir, con la gente con la que uno quiere estar. No tiene que ver con una cuestión de "mi club es mejor que el tuyo". El barrio tiene mi historia personal. Yo no puedo pensar cuáles son mis valores o cuál es mi personalidad si no pienso en qué hice cuando tenía quince años, o cuando tenía diez, si no pienso por dónde anduve", afirma Julián Forneiro sobre su relación con el barrio La Perla, Temperley, Lomas de Zamora, telón de fondo pero también protagonista de su nuevo libro de poesía, “Al fondo hay un jardín”. 

El libro de Forneiro comienza con una cita de Raúl Castro Olivera: “Yo no rasgué mi corazón/se partió solo”. Castro Olivera es un poeta desaparecido que vivió en Almirante Brown, al que Julián eligió nombrar porque le conmueve, pero también para darlo a conocer. Se trata de un poeta que fue quedando olvidado por la memoria colectiva y al que él, junto con el grupo de poetas e investigadores “Caballo Blanco”, buscan poner de nuevo en circulación.

En el prólogo del libro, Julián Berenguel afirma que este poemario podría ser entendido como una novela, ya que en términos clásicos se transita un camino del héroe. Berenguel se pregunta cómo es un héroe en tiempos liberales de síndrome de burnout. Este héroe poeta transita sus emociones pensando en su identidad, afirma. La palabra entredicha que suena con dificultad pareciera indicar que en la era de la hiperconectividad digital hay comunicación, pero no contacto. “A veces el dolor me enseña cosas/ aunque luego no me haga/más precavido”, afirma el poeta.

Hay una historia antigua adentro, la del niño que deviene adulto, la de la pérdida de la inocencia. Va a decir en un poema “estoy lejos de los santos de mi época/entre envases de pastillas vacíos/que no incluí cuando dije/que el fondo era hermoso". Dividido en tres partes, el libro también divide en tres la historia: En algún equilibrio, Calles y veredas mojadas por la noche y Es una piedra filosa.

“Creo que tiene un poco que ver con eso que dicen de que la vida a partir de cierto punto es recordar lo que uno hizo en la infancia, aquello que perdió y quedó sepultado” comenta Forneiro. “Pero que a la vez sigue latente, como experiencia fundante, como anhelo”.

Un yo poético que crece como los yuyos de un jardín.

En este poemario asistimos al crecimiento de un yo poético que crece como los yuyos, en el jardín, con la conciencia de que inevitablemente y de forma natural algún día será arrancado del paraíso. “Barrio La Perla era/un gesto desinteresado/un hijo pródigo que no soy yo", dice el yo poético.

Julián empezó a escribir de muy chico. Sus primeros intentos poéticos tuvieron que ver con el deseo de conquistar a una chica de la escuela, en la primaria, a la que admiraba de lejos. “Cuando hablé con ella me di cuenta que no me gustaba, ahí dejé de escribir poemas y empecé a escribir otra cosa. Primero cuentos de terror, a partir de mi hermano. Me acuerdo que hacíamos historietas juntos, como a los once años. Pero en realidad creo que el verdadero punto de ruptura, el que me hizo poeta, fue cuando leí un libro que tenía mi vieja de Neruda. No sé si lo entendía, pero sé que me hizo sentir que había algo distinto en esa forma, algo que me llamaba la atención”, recuerda.

Forneiro pasó por varios talleres de escritura. Uno de ellos fue el de Andi Nachon (poeta y docente). Con ella corrigió el libro y encontró lecturas que cambiaron su panorama y forma de entender la poesía. Por ejemplo, a partir de Nachon, leyó a Salinger, quien le reveló que estaba escribiendo, al igual que él, sobre la búsqueda de lo sagrado en lo cotidiano. Como influencias, el poeta nombra a Juan Manuel Inchauspe, otra voz del margen, que viene de Santa Fé y después a Jacobo Fijman, “que es un escritor que ilumina lo espiritual en el universo diario”.

Contrario a lo que se sospecha, algunos poetas no son solitarios, sino que construyen en cofradía. Julián Berenguel, prologuista del libro y amigo del autor, también fue una influencia destacada. “Con él nos conocimos en Temperley a los quince años, fue como un maestro. Todo este tiempo nos mostramos poemas que nos gustaban y nos moldearon la escritura. Nos acompañamos siempre", afirma el autor. 

En uno de los versos, Julián va a decir: “Yo no soy poeta/sólo soy alguien/con la cualidad/de no saber comunicarse”. Dice que la poesía lo ayuda a entender sus sentimientos y a tender un diálogo con los demás, la escritura es algo así como una estrategia. “Con la poesía me pasa algo que no me pasa con otra cosa, y tiene que ver con que también me ayuda a estar conmigo, a entender qué es lo que pienso, qué es lo que siento. A veces también te aleja de lo que otro piensa, siente, o entiende de la vida, de su panorama. Es una relación de tire y afloje, porque cuando pienso que puedo seguir adelante con el sentido práctico de la vida, me tira del pelo y me rompe el esquema, honestamente", afirma. 

Como la poesía se hace con otros, el poeta nos recomienda incursionar en la movida poética de zona sur, en particular nos propone acercarnos al ciclo “Los días felices”, que llevan adelante hoy por hoy, los poetas Mauro Quesada, editor de La carretilla roja además, y Adrián Agosta en Monte Grande. “Cada vez es más difícil encontrar ciclos y espacios culturales en la zona porque lo económico hace que sea muy difícil bancar un lugar que se dedique solamente a la cultura” concluye Forneiro.

Mientras se prepara la presentación en zona sur, aún sin fecha, pueden acercarse para conseguir el libro el sábado 8 de junio a las 18hs a La Libre (librería en San Telmo-CABA). También se pueden adquirir ejemplares desde la semana próxima, contactando a Patronus Ediciones, la editorial, por sus redes sociales y en distintas librerías.