Coreografías de la vergüenza es un espectáculo de danza que se podrá ver este 8 y 9 de junio en Vera 1350 a las 19.30. Está a cargo del Afectariado Combativo, un colectivo de movimiento que considera que todes podemos bailar. Cuestiona el sistema que repliega las particularidades y deseos del cuerpo en nombre de un baile hegemónico vinculado con la centralidad de la academia y una noción rígida de belleza.

A la inversa de los procesos tradicionales, acá la idea de poner en escena lo sucio, lo feo y lo malo del movimiento surge de un elenco curado por les mismes bailarines. “Juan Valente y Mauro Pieroti, entre elles, me convocaron para dirigir”, cuenta Quillén Mut. La propuesta fue trabajar un poco en nombre del movimiento que realiza actividades como Dramas Gratis y el Chocho Rico. Lo que criticamos es el repliegue de nuestras particularidades y deseos en la noche bailable porteña”.

Seis intérpretes, un asistente y un músico conforman el espectáculo que trae a escena lo que no cabe en la pista de baile hipercodificada. Se trata de algo poco sexy, medio bestia, cringe, evocación de las fiestas a las que se va a bailar, aunque muches no bailan. “El Chocho es esta fiesta en la que la propuesta habilita el contacto y la colectividad, eso es lo que narramos”.

El pasito, el ritmo, la corporalidad danzada se despliegan. No hay ridiculización ni patologización, sí ruptura con la salida fashionista dominante y una reescritura que deshace, se reapropia y pone a danzar formas corporales fuera de la norma.

“El proceso creativo comenzó con un ejercicio en el que cada une hizo un archivo movimental, una especie de antología de las danzas de sus vidas”, explica Quillén, docente y coreógrafe. “Nos encontramos con los archivos de la vergüenza que son esos pasos y movimientos que en nuestras trayectorias individuales y en el formar parte de una construcción social hetero, blanca y colonizada se han ido inhibiendo. Hay movimientos que hemos dejado de hacer porque fueron objeto de burla, de discriminación, construyen procesos de subjetivación marica y trans”.

Esa es la materia prima con la que se fue alimentando el trabajo, con sus universos, identificaciones y desidentificaciones. Los archivos de la vergüenza “fueron contenidos por una suerte de deseo de colectividad, no como la homogeneidad, lo igual, sino como lo que nos reúne y detona sus diferencias. Es lo que nombramos con Silvio Lang como un tornasol de desidentificaciones”.

En la obra se trabajó a partir de la idea de romper el unísono, que es una construcción formal, histórica en el campo de la danza. También de agotar el cliché. “Nosotres jugamos con la hipótesis de que la mismidad no existe y que la convivencia se da en el marco de las diferencias. Acá te vas a encontrar con la falla del unísono durante cincuenta minutos. Hay un paso de base y un intento de sostenerlo que se va quebrando. Son las fisuras por las diferencias que habitamos”.

Coreografías disputa la idea de danza hegemónica que generalmente encarnan bailarines profesionales con formaciones en danza clásica o contemporánea. “Para mí la danza es movimiento, algo que está en todes. Me gusta nombrar a la obra así, como modo de devolverle el aspecto de propulsor de afectos y no tanto de extracto técnico”.

“No es que todos podemos bailar, sino que de hecho todo es bailamos. Hay gente que lo hace con las manos mientras cocina, otres cosechan o siembran la tierra o construyen casas. Hay personas que bailan cuando caminan por las calles o pasean. En Coreografías de la vergüenza se construye con personas que politizan la danza en tanto efecto transformador de las subjetividades”.

Algunes de les intérpretes y creadores de sus propios mapas e historias movimentales son bailarines profesionales, otros no.

“Lo único que queda es habitar el cringe, esa descarga eléctrica que sucede en el cuerpo cuando quedamos expuestos haciendo una tontería o algo fuera de lugar, cuando pasamos vergüenza”, habilita le coreógrafe.

“Trabajamos sobre un estado y un afecto de desinhibición colectivo para pasar vergüenza públicamente. El proceso se expande y les espectadores quedan desinhibides, se ponen a bailar de un modo extraño. Frente a la exposición de lo distinto, monstruoso, trans y disidente, o cualquier comportamiento fuera de la moral ciudadana existen modos de habitar y compartir el mundo. Hay otras formas de existir y de convivir que no están regidas por el bullying ni por las prácticas fascistas”.

¿Cuáles son las vergüenzas que nos componen y descomponen? ¿Cuáles nos disciplinan? ¿En qué archivo personal se encuban y en qué partes del cuerpo retumban? ¿Es posible deshacerse de ellas? ¿O es volviéndolas propias en una coreografía colaborativa que podemos transformarlas? Surgen como interrogantes al sumergirse en vergüenzas propias y ajenas para saltar de allí y salir danzando de la noche capturada, planeando formas futuras.

“Ponernos en relación con nuestros archivos personales de formas de bailar y gestualizar, amplificándolos exageradamente, dejó a disposición un repertorio performativo subjetivo y grupal, pero a la vez coreográfico y musical, de estilos, ritmos y temporalidades muy diversos y divertidos”.

Las diferentes vergüenzas del grupo “se fueron tejiendo como un tapiz manierista o una coreografía colaborativa hecha de hilos de tiempo. Fue un apoyo mutuo. Desde allí nos preguntamos: ¿pueden ser las pistas de baile un hábitat para volver a narrar o recoreografiar nuestras vergüenzas y resignificarlas? Durante algunos ensayos públicos reconocimos que este tejido genera un efecto de intensificación colectiva que deja a les espectadores en el límite de la des(in)hibición”.