Los objetos cotidianos se hacen añicos, la palabra se construye sobre las ruinas, se va colando entre los golpes de hacha sobre un tronco joven, con el viento que anda entre los vestidos, en el roce de los brazaletes, en frases pegadas a la música que suena en un comedor invisible. Este pequeño libro está hecho de paisajes imposibles, fantasmales, de manchas de humedad que crecen en la memoria, de árboles y lagos y mitos.
Ilustrado con fotos intervenidas y distorsionadas con agua por Caro Ocampo, dice al comienzo de este título conmovedor Circe Maia, (Montevideo, 1932): “Cuando el instante presente desaparece, y pasa, de ser algo real y sólido y vivo a ser un fantasma habitando la memoria. (Y a veces, ni siquiera allí)”. Destrucción fue publicado por Criatura editora.
Una experiencia muy lejana: a los tres años de edad un niño comienza a tirar sus juguetes —una diminuta vajilla de loza— a través de los barrotes de su balcón. Las pequeñas tazas, platos y vasos se estrellan en la calle, rompiéndose. La vecinita de enfrente, de más o menos su misma edad, grita: ¡Más!, ¡más!, mientras el mutuo entusiasmo crece. Como ya no hay juguetes que arrojar, corre el pequeño a la cocina y sigue arrojando platos y tazas a la calle. El episodio es contado como algo muy divertido, como sin duda fue; la reacción de la madre o la reprimenda paterna no aparecen en el recuerdo, si es que existieron.
Maia nos trae dos relatos breves que pertenecen a los mundos narrativos de Goethe, el primero, y a Kafka, el segundo.
Dos niños van por un camino, al atardecer —se trata también de un niño y una niña. El niño, sin ningún propósito definido, golpea, al pasar, la puerta de una choza, de un cortijo, y sigue caminando. Las consecuencias terribles de ese pequeño suceso no se hacen esperar. La acción ha sido vista por algunos, comentada por otros, en voz baja primero, indignada después. Los niños comprenden, angustiados, que va a comenzar una persecución puesto que han cometido una ofensa gravísima, sin darse cuenta, y cuyas consecuencias serán, sin duda, funestas, aunque nada ha ocurrido todavía. Dos mundos contrapuestos aparecen aquí, verdaderos ambos.
Dos universos enteros e impenetrables; el de la alegre destrucción, ajena al bien y al mal y el sombrío sistema del castigo y la culpa, siempre desproporcionados, siempre incomprensibles.
Una autora multipremiada
Circe Maia (Montevideo, 1932) es poeta, profesora de filosofía y traductora del inglés y del griego, radicada en Tacuarembó. Publicó tempranamente su primer poemario Plumitas (1944) y una extensa obra que incluye antologías en países extranjeros y fue traducida al inglés y al persa. Entre los reconocimientos más importantes que obtuvo se destacan los premios Bartolomé Hidalgo (2010 y 2015), el Gran Premio a la Labor intelectual (MEC, 2015) y el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2023).
La uruguaya, de 91 años, radicada en Tacuarembó, nos propone observar la orfebrería de lo que desaparece, de súbito o lentamente, por la acción humana. Con qué facilidad, todo aquellos que existe, natural o por la construcción de la gente, puede convertirse en una ausencia. Hay una inevitabilidad en esa destrucción que se presenta en el libro porque esa fuerza se viene imponiendo en el mundo frágil en que vivimos autora y lectores.
Y, sin embargo, el ejercicio que sigue haciendo con la escritura da cuenta de un empecinamiento por la belleza y por la vida. Sus pequeñas historias tienen una delicadeza y una energía que va a contramano de la oscuridad que tematizan.
Julio Maia, su padre, publicó un primer libro de Circe, Plumitas, cuando ella tenía 12 años. María Magdalena Rodríguez, su madre, murió cuando la poeta tenía 19 años.
Circe tuvo seis hijos y tiene 10 nietos y tres bisnietas, con quienes lee y canta. En 2021 falleció su esposo, Ariel Ferreira, luego de compartir 63 años de convivencia.
Por sus rasgos cotidianos y filosóficos, se ha comparado a Maia con la polaca Wislawa Szymborska. Escribe de manera transparente, para todas y todos, en un tono confidencial. Sus textos parecen comentarios hechos como murmullos, muy prudentes, e iluminan lo que se no se ve a simple vista.
Su primer poemario, En el tiempo (1958), lleva un epígrafe de Antonio Machado que anuncia que la poesía no es mármol duro y eterno sino palabra en el tiempo.
Esta conciencia temporal atraviesa toda su obra y también su vida. A los 40 años los militares irrumpieron de madrugada para arrestar a su esposo, militante Tupamaro, que fue encarcelado por dos años mientras ella era destituida de su cargo como profesora de Filosofía en la Enseñanza Media. En 1983 la tragedia volvió a marcarla: perdió a uno de sus hijos en un accidente de tránsito.
Afiliada al Partido Socialista, cofundó la primera asociación de estudiantes, estudió y dio clases de Filosofía y epistemología. Formó varios grupos de teatro, adaptando obras clásicas y propias que fueron representadas. Es profesora de literatura inglesa y francesa y conoce bien el griego moderno, el alemán y el ruso.
Algunos de sus poemas fueron musicalizados por Héctor Numa Moraes, Daniel Viglietti y Los que iban cantando, entre otros.
Su obra fue traducida al inglés, el italiano, el portugués, el sueco y el persa.