Cuando Nano Stern habla, es como si no existiera la cordillera de los Andes. Pruebas al canto, varias. Entre las más evidentes, una décima –forma poética que desarrolló en su libro Décimas del estallido- que se trae en las alforjas para su próxima presentación en la Argentina. Cabe y vale transcribirla entera: “¿Cómo no voy a tener / más de una décima fina / pa cantarle a la Argentina / que me causa tal querer? / Yo procuro componer / versos para cada zona / en Córdoba, pa la Mona / pa Evita en el Obelisco / en Roma, para Francisco / y en Lanús pa Maradona”. Así de clarita y elocuente sonará pues este viernes 7 de junio a las 21, cuando el cantante, compositor y multiinstrumentista chileno se presente en el Teatro Margarita Xirgu (Chacabuco 875), al frente de un trío que completan Cristian Carvacho en percusión, charango y bajo; y Ramiro Durán en guitarra, cuatro y bajo.
El plan de Stern en su enésima visita trancordillerana –porque la cordillera existe, al cabo- tiene como fin central volver sobre un pasado material que el músico había hecho a un lado, en virtud de las presentaciones estreno de Aún creo en la belleza, trabajo discográfico publicado en 2022. Y también del posterior Nano Stern canta a Víctor Jara, el homenaje al mártir musical chileno, que el cantautor –a punto de cumplir 40 años- mostró el pasado año en el Teatro Opera. “Sentí la necesidad de mirar de vuelta mis canciones con otros ojos y de jugar con otras sonoridades”, clarifica Stern, cuya performance, esta vez, pasa por tocar guitarra, violín, guitarra 12 cuerdas, bajo y nyckelharpa, un instrumento “muy particular” de origen medieval. “Es una suerte de violín con teclas. Tiene 17 cuerdas, 5 de ellas se frotan con un arco y las otras 12 resuenan por simpatía. Se podría decir, de forma literal, que es un instrumento muy simpático”, ríe Nano, posado en ese juguete sonoro, antiguo y sorpresivo, que viajará con él no solo hacia estas pampas, sino a varios países de América latina, en el marco de una gira continental.
“Todos los integrantes del trío tocamos muchos instrumentos y eso le da una dimensión musical muy exquisita a esta puesta en escena”, asegura el músico, a punto de cumplir los 40 y de encarar un EP de corte sinfónico como paso próximo futuro. “Digo esto porque en el trío aparece un grado de promiscuidad musical mayor y los instrumentos pasan de mano en mano constantemente. Esto es algo que he admirado siempre de las grandes bandas de la Nueva Canción Chilena, como Inti Illimani y Quilapayún, y creo que es parte de una herencia de la música nuestra”.
-Por historia y sinonimia ideológica, se puede incluir a Víctor Jara en este panteón. ¿Qué huella dejó en vos el homenaje que le hiciste? ¿Y qué ha implicado su legado?
-Creo que su legado nos marca a muchos niveles. Con la profundidad de su obra, la sutileza de su poesía, la fluidez de su canto, su guitarra amable, la mezcla de denuncia y ternura. Pero, por sobre todo, con su ejemplo moral, su consecuencia a prueba -literalmente- de balas. Si bien el repertorio actual no se centra en esto, como la vez anterior que estuve en el Ópera, pienso cantar alguna de esas canciones fundamentales, porque son como parte de nuestra sangre.
-El otro disco que precede de cerca el presente es Aún creo en la belleza, que también presentaste en la Argentina. ¿Seguís creyendo en ella?
-Claro, ¡y cada día más! Mientras más feo se pone el mundo (y mire que está fea la cosa hace rato ya...), más importante es crear y creer en la belleza. La belleza pequeñita, cotidiana. Esa que está ahí y no nos pueden quitar. La de la sonrisa de un querido, de una canción, de un atardecer, de un pequeño gesto desinteresado de bondad.
-A propósito del marco aciago, ¿qué diferencias y similitudes observás en términos culturales y sociales, entre Chile y la Argentina hoy?
-Me parece que las circunstancias políticas son prácticamente opuestas entre ambos países, y eso genera una respuesta cultural y social muy disímil. Esta va a ser mi primera visita a la Argentina desde que asumió el actual gobierno y, la verdad, no tengo muy claro qué esperar. Desde afuera parece un gran delirio y me imagino que desde adentro más aún. En Chile, en tanto, vivimos la contradicción de tener un gobierno joven y de izquierda al que le ha costado muchísimo atender las transformaciones profundas que se necesitan en el país. Esto por un montón de razones que en muchos casos van más allá de su voluntad y que no viene al caso plantear en este espacio puntual. Pero esta contradicción genera una suerte de amortiguación del movimiento social. Chile viene saliendo de un período excepcionalmente convulso; el estallido social, luego la pandemia con sus devastadores efectos económicos, y dos procesos constitucionales fallidos. Imagine lo que implica eso en términos de desafección política. Hoy se comienza a percibir una normalización del cotidiano, pero sabemos, aunque no se diga mucho, que las asignaturas pendientes siguen ahí.