En el Cementerio protestante de Roma, en la tumba de Percy B. Shelley, hay una lápida que dice “Corazón de corazones”, pero falta el corazón. El corazón de Shelley está enterrado con Mary Shelley, su mujer, a cientos de kilómetros, en la ciudad costera de Bournemouth, Inglaterra. Así que en una tumba hay una urna con cenizas incompletas y en la otra hay un corazón de más.
En la que sobra un corazón, hay otras partes de la familia. La tumba de Mary Shelley es un mapa mudo de su vida. Además del corazón de su marido, contiene otras reliquias, partes de personas que la rodearon, a veces por demasiado poco tiempo.
Mary Shelley tuvo cuatro hijos. Solo uno la sobrevivió. La primogénita se murió en una cuna pobre y fría de Londres. La otra hija murió en Venecia, a los dos años de edad. William, el varón que nació entre ellas, murió también en Italia, “de cólera o fiebre tifoidea”. Mary Shelley guardó algo de cada uno -un poco de pelo, un pañuelo- para tenerlos presentes, aunque igual se presentaban por su cuenta.
Veía a sus hijos muertos en sueños y en el insomnio. Esas apariciones la hacían feliz y la asustaban. El duelo por el hijo varón la transformó en otra persona.
Su marido también murió en Italia, en un naufragio. El poeta Shelley apareció ahogado en la orilla, desfigurado por el mar. Después de cremarlo en la playa, enterraron sus cenizas en el mismo cementerio donde habían enterrado a William.
Cuando tenía cuarenta y cinco años, de paso en Italia, quiso ver la tumba de su hijo y confirmó los rumores: no estaba. Era una mujer de aspecto frágil, baja y muy blanca. Caminó por el cementerio, preguntó, buscó la tumba y no tuvo suerte, no pudo encontrarla. A otras madres les pasaba lo mismo. Los cementerios estaban desordenados. Había viudas perdidas, padres que exigían explicaciones al cuidador y a la administración. Pero en su caso parecía el colmo, una ironía macabra: era Mary Shelley, había escrito un libro que todos asociaban a ladrones de tumbas. Los cementerios le pertenecían por derecho de escritura, eran su zona literaria.
Años más tarde, un cáncer cerebral le tomó todo el cuerpo. El dolor de espalda la postró y perdió la sensibilidad gradualmente, hasta dejar de sentir todo, incluso el dolor. Un día escribía una carta y las palabras empezaron a deshacerse en el papel, se le fueron de las manos. Después se quedó muda, pero antes dijo que quería que la enterrasen con sus padres en Londres, en el cementerio de Saint Pancras.
A veces es difícil cumplir con la última voluntad de los seres queridos. Hay trámites que se interponen, problemas prácticos que lo impiden. La enterraron en Bournemouth, al sur de Inglaterra. Pero el tiempo terminó dándole el gusto y los cajones de sus padres viajaron hacia ella. Mary Shelley está enterrada con sus padres, con el único hijo que la sobrevivió y su nuera. Está enterrada con ellos y las reliquias que encontraron en su escritorio, guardadas bajo llave.
Así, bajo una lápida de mármol, el cuerpo de la mujer que escribió la historia del monstruo hecho de cadáveres preside una funesta compañía familiar. Ese sepulcro es casi un cementerio resumido.
La vida de Mary Shelley también estuvo asociada a los cementerios desde la infancia. Vivió en un tiempo de ladrones de tumbas, disecciones y colecciones de anatomía, un tiempo romántico de morbo y culto a la vida. La presencia de la muerte y sus especialidades no era algo inusual en la vida de la gente, al contrario, pero llegó a extremarse en la suya. Respiraba ese clima. Hizo algo sorprendente con eso. Lo contó. Y ahora está enterrada con su propia colección.
La tumba de Mary Shelley es muchas tumbas a la vez. Si alguien la abriera y armara la figura de pelos, huesos y cenizas unidos por la sangre que ya no puede verse, no daría con un cuerpo humano regular sino con una criatura diferente, como un monstruo. Desandar el camino de ese cuerpo extraño es el propósito de estas páginas.
Fragmento de La mujer que escribió Frankenstein de Esther Cross. Publicado por primera vez en 2013, este libro reconstruye el derrotero de vida y creación de Mary Shelley hasta desembocar en Frankenstein, su gran creación. El libro acaba de ser reeditado por editorial Minúscula.