En enero de 1979, se supo que se hacía la reunión de obispos en Puebla. Yo estaba en Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas y deciden que viaje para representarlos porque era creyente y tenía educación religiosa. De hecho, en Buenos Aires, cada vez que había que llevar cartas a los obispos yo era la encargada de hacerlo.

A Puebla íbamos a ir para denunciar lo que estaba pasando en la Argentina ante toda la Iglesia. Era un acontecimiento de una importancia muy grande, porque también se trataba del primer viaje que haría el papa Juan Pablo II a una ciudad fuera del Vaticano. La ciudad, además, tenía 365 iglesias, una por cada día del año, la mayoría de las iglesias eran de Cristo Rey, o sea más bien derechosas. Paralelamente, Familiares estaba preparando listas para la visita que iba a hacer al país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Un día llegué a Familiares y me preguntaron si aceptaba viajar. Me dieron dinero para el pasaporte, porque era viuda, mis hijos habían desaparecido los dos y no tenía nada más que la pensión de mi marido. Ese, también, fue mi primer viaje en avión.

Salí de Buenos Aires contenta. Llevaba solo un bolso, porque quince días más tarde, como máximo, tenía que volver. Mi lugar estaba en Buenos Aires, este era mi lugar real para buscar a mis hijos y donde tenía que estar.

Esa vez, subí al avión, bajé primero en Brasil. Paramos tres días en San Pablo y después seguí el vuelo a México, donde me llevaron a la casa de Marta y Carlos Bettini. En México ya estaban Madres y Familiares con los que tenía que encontrarme.

Ese día, el Papa no había recibido a ningún familiar de manera privada ni tampoco en grupo, pero en un momento alguien supo que todavía estaba por ahí y estaba por salir. Cuando iba a irse, la que le tiró una carta dentro de su auto descapotable, fue Marta. Nunca supimos si el Papa llegó a tener la carta en sus manos o no. Pero aunque no tuvimos entrevistas directas con el Papa, Marta, que era de La Plata y conocía a cuánto obispo y arzobispo había, se la dio.

En México, Pio Laghi nos recibió a Marta Vázquez, a la Paraguaya Tatter, a Marta Bettini y a mí. Entramos a la sala, gracias a que él había tenido una reunión previamente con Marta Bettini, que era de una familia muy notable, de la cual casi todos estaban desaparecidos. Entonces, en ese momento le dije a Pio Laghi:

—Monseñor, la verdad es que pasaron tres años —porque las que estábamos ahí, teníamos todas desaparecidos del ´76 y ya estábamos en el ´79—. Son tres años que no sabemos nada de nuestros hijos.

Pio Laghi contestó, así, muy tranquilamente:

―Claro, tres años es mucho tiempo. Si están muy torturados, los militares no los van a dejar en libertad.

Mientras se hacía la Conferencia Episcopal, también en Puebla se estaban reuniendo nuestros amigos los curas del Tercer Mundo que hacían un congreso paralelo en un hotel.

Pero, de pronto, empecé a sentir miedo. Era como que estaba en medio del mundo, no sabía qué podía pasar con mi vida: no podía seguir buscando a mis hijos, que era lo más importante. No era que me preocupaban mis padres, si sabían o no sabían dónde estaba yo. ¡No! Me preocupaba mi lucha con el resto de las Madres. Ese día no sé si dormí o no dormí, no me acuerdo, pero sí recuerdo que al entrar en la Conferencia y al tener todas esas reuniones previstas y poder denunciar lo que estaba pasando en el país fue como que empecé a sentirme útil de nuevo. Sentí que estaba haciendo algo que servía, como si estuviera acá. En un momento se hizo una gran misa —creo que en un estadio—, con todo el pueblo mexicano, con toda la gente que quería ir: las monjas, los obispos. Todavía se usaban esas congregaciones de monjas que se veían en alguna película italiana, con unas togas blancas muy largas que ocupaban casi un metro; estaba la vestimenta de los obispos con los gorros grandes y nuestros curas, como Jorge Adur, que era capellán del Ejército Montonero y de pronto nos estaba dando la comunión a los que comulgábamos. Nos estaban dando la comunión, pero al mismo tiempo decía:

―Esto parece una película italiana.

Posdata:

A comienzos de 1977, Lita se integró a Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. En enero de 1979 viajó a Puebla a participar de la III Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericana (Celam) en Puebla, México. Al encuentro viajaron algunas Madres de Plaza de Mayo e integrantes de otros organismos de derechos humanos para denunciar el caso argentino. Lita, sin saberlo, partió de Argentina con un joven que en realidad era un espía: las Fuerzas Armadas argentinas lo habían infiltrado en el grupo de Familiares y buscaba información de los militantes que estaban en México. Luego de la estadía en Puebla, Lita tuvo que exiliarse en Italia y volvió al país con la recuperación democrática. Al momento de la entrevista tenía 91 años.

* Texto basado en una entrevista realizada en 2022 para el libro M,VyJ. Una historia del movimiento argentino de derechos humanos, de la Secretaría de Derechos Humanos de Nación, publicado en diciembre de 2023.