El menemismo presenta una indisimulada incomodidad para la mayoría de la sociedad argentina. Esa molestia cuenta con dos dimensiones políticas principales. La primera atañe al peronismo: ¿Cómo digerir, desde un movimiento de masas, a un líder tan perjudicial para las mayorías? La segunda, es para los menemistas: ¿Cómo puede este colectivo reivindicar las políticas ejecutadas en esas dos presidencias, después de tantas evidencias respecto al daño que las mismas desataron?
Las principales controversias en torno al expresidente Carlos Menem se resuelven al analizar su reivindicación, hoy concentrada en una derecha tradicionalmente antiperonista. Muestra de esto fue el homenaje al expresidente que tuvo lugar recientemente en la Casa Rosada y que fue encabezado por Javier Milei, en el cual se inauguró un busto en reconocimiento al exmandatario.
Los liberales, antiperonistas por antonomasia, suelen reivindicar a Menem sin resquemores, lo cual deja en absoluta evidencia la ruptura que el menemismo representa dentro del movimiento peronista. Menem formó parte del peronismo, pero eso no constituye a sus gestiones presidenciales como peronistas. Así como del mismo modo una rueda compone el conjunto de piezas que conforman un automóvil, una rueda por sí sola jamás podría ser considerada un automóvil.
Las presidencias menemistas traicionan irremediablemente la esencia del peronismo, especialmente en la dimensión que atañe a la justicia social, la defensa de los derechos de los trabajadores y el resguardo de la soberanía nacional. En efecto, es justamente por eso que la derecha antiperonista reivindica las políticas implementadas en los años noventa.
Desde ya que no fue solo Carlos Menem quien se apartó de los principios distintivos del movimiento peronista, muchos dirigentes y militantes de ese espacio acompañaron ese proceso sobre todo durante la primera presidencia, complejizando aún más el debate. Buscando esclarecer este fenómeno, vale resaltar la variable de mayor poder explicativo en ese apoyo desde dentro del movimiento peronista e incluso desde las clases populares en general. El modelo económico menemista aportó una solución muy efectiva a un problema que atormentaba al conjunto de la sociedad: los altos niveles de inflación que alcanzaron su paroxismo con las crisis hiperinflacionarias de 1989 y 1990.
La convertibilidad puso freno al alza sostenida y generalizada de los precios y gestó así las condiciones para una etapa caracterizada en un principio por un fuerte crecimiento de la actividad económica. Esto, junto con la mejora en las prestaciones de servicios públicos que en un principio tuvieron lugar luego de una importante expansión de la inversión en este sector, despertó un apoyo popular muy sólido que explicó en gran medida la reelección de 1995, a pesar del deterioro en las principales variables sociales y económicas ya observadas para ese entonces.
Durante la desregulación económica y la reestructuración del Estado, la instauración del régimen de Convertibilidad obtuvo resultados contundentes en la estabilización del nivel de precios. La salida de la crisis hiperinflacionaria fue inmediata, dando lugar a una expansión del PIB sobre la base de un crecimiento del consumo interno, impulsado por la recomposición del crédito, y de un incremento registrado en un primer momento en la participación de los asalariados en el ingreso total. Si bien el consumo interno fue el motor principal del crecimiento, al mismo tiempo se produjo una reactivación de la inversión, la cual, a partir de la apertura externa en el mercado de bienes fue especialmente importante en relación con la incorporación de maquinaria y equipo importado.
El lado oscuro del menemismo
Sin embargo, la aplicación del plan de la convertibilidad en su conjunto resultó en definitiva, sumamente perjudicial para la gran mayoría de la sociedad, conociéndose toda la dimensión del daño generado una vez producida la explosión de la misma sobre finales del 2001. Durante las presidencias comprendidas entre 1989 y 1999 aumentó el desempleo, la pobreza, la desigualdad, la informalidad y el endeudamiento, al tiempo que se avanzó vehementemente en la entrega de los intereses de la soberanía nacional, fundamentalmente bajo los contundentes preceptos de las “relaciones carnales” con Estados Unidos.
El nuevo funcionamiento económico basado en las privatizaciones, la apertura importadora, la reestructuración del Estado y la desregulación económica potenció la expansión en los privilegios de los sectores dominantes, disciplinando y alineando al conjunto social detrás de ese objetivo.
En términos del largo plazo, se puso de manifiesto que las reformas que hicieron viable el funcionamiento de la Caja de Conversión les permitió a los sectores dominantes continuar el absoluto ejercicio del poder económico que ostentaban desde el golpe de Estado de 1976. Durante este periodo se consolidaron las tendencias hacia la desindustrialización y reestructuración sectorial puestas en marcha a partir de la dictadura militar, profundizando el tránsito de una economía industrial a otra cimentada sobre el sector financiero, agropecuario y de servicios de baja calificación.
Así, en el menemismo se profundizó la concentración del ingreso a partir de una marcada expulsión de trabajadores del mercado, que junto con las reformas estructurales en esa década, deterioraron notablemente el salario real y produjeron un grado de desocupación inédito, acrecentando la desarticulación de gran parte del sistema productivo industrial vigente desde el período del primer gobierno peronista y posteriormente, en los gobiernos desarrollistas.
La contrapartida de la consolidación del modelo menemista luego de las crisis hiperinflacionarias de 1989 y 1990 fue una crisis en el mercado de trabajo que avanzó aún en las etapas de mayor crecimiento económico pero cuya regresividad se profundizó significativamente a medida que se desaceleró la actividad. Así fue que el agresivo programa de privatizaciones, la magnitud y el dinamismo del endeudamiento, la apertura externa de los mercados de bienes y servicios; junto con la desregulación de diversos mercados, la flexibilización y precarización laboral, una creciente concentración y centralización económica, se constituyeron como los pilares distintivos de las presidencias de Menem.
En los '90 se despidieron decenas de miles de trabajadores estatales; se privatizaron las empresas de correos, agua, teléfonos, gas, petróleo, ferrocarriles y las cajas de jubilaciones; se impusieron topes a los aumentos salariales; se ataron los aumentos en el sector privado a los incrementos de productividad; se habilitaron los contratos temporarios y se los promovió; se inició la discusión sobre la ley de flexibilización laboral; se redujeron las indemnizaciones por accidentes laborales; se estableció que la vigencia de los convenios colectivos podía suspenderse por tres años en casos de concursos y quiebras; y se incluyeron cláusulas que implicaban precarización laboral en numerosos convenios laborales (automotriz, siderurgia, alimentación). Todo esto al mismo tiempo en que, funcionarios, empresarios y burócratas sindicales se enriquecieron vertiginosamente con los negociados que posibilitaron las privatizaciones.
Que una importante porción de la derecha antiperonista reivindique aún hoy las presidencias de Carlos Menem, no solo deja en claro el tinte claramente antiperonista que caracterizó a las mismas, sino que también resuelve por su segunda derivada una nueva cuestión. Estos sectores históricamente detractores del peronismo no tienen reparos a la hora de reivindicar modelos regresivos que favorezcan los intereses de unos pocos privilegiados.
En favor de ese objetivo, son capaces de reivindicar abiertamente incluso a Menem, un personaje que más allá de los pésimos resultados socioeconómicos obtenidos en su gestión, indultó a los militares genocidas de la última dictadura cívico-militar, se vio involucrado en números casos de corrupción y a cuya gestión, por la evidente implicancia geopolítica cabe responsabilizar en determinada instancia por los atentados a la Amia y a la Embajada de Israel. Un personaje que incluso llegó a estar vinculado con la voladura de una fábrica militar y del pueblo cordobés de Río Tercero en donde la misma se emplazaba, para borrar evidencias en el caso de la venta ilegal de armas.
De esta forma, al observar quiénes y por qué reivindican este periodo se resuelve gran parte de las controversias que atraviesan al menemismo y su inserción en nuestra historia. Quedando así al descubierto la magnitud del perjuicio que estas dos presidencias significaron para el país a partir de la ejecución de las políticas económicas propias del neoliberalismo.
La reivindicación que el liberalismo hace de Menem pone de manifiesto que lo que le molesta no es el peronismo, ni sus modos, sino las mejoras en las condiciones de vida de los sectores populares, que casualmente tienen lugar durante los gobiernos auténticamente peronistas. Es por eso que reivindican a Menem, que, si bien llegó al poder y se mantuvo en el levantando las banderas del peronismo, en su gobierno ejecutó políticas económicas de indiscutible raigambre liberal, que consecuentemente perjudicaron a las mayorías y favorecieron a una minoría encumbrada. En una dinámica muy similar a la que hoy, lamentablemente, nos toca volver a enfrentar.
*Economista UBA @caramelo_pablo