“Creo, con toda ingenuidad y firmeza, en el derecho de cualquier ciudadano a divulgar la verdad que conoce, por peligrosa que sea”, escribió Rodolfo Walsh en la introducción de la primera edición de Operación masacre en 1957. Casi setenta años después, en tiempos de inteligencia artificial, fake news y burbujas algorítmicas, hablar de periodismo y verdad puede parecer un anacronismo, pero Telma Luzzani insiste: “La misión del periodista es armar el rompecabezas para ver la figura completa, revelar lo que el poder hegemónico y las élites quieren callar, investigar por el bienestar de las mayorías”, dice a Las12.

Periodista internacional de tres décadas de trayectoria en medios gráficos y audiovisuales, autora de cinco libros —entre ellos, Territorios vigilados. Cómo opera la red de bases militares norteamericanas en Sudamérica, Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2012—, Luzzani mantiene la pasión por el oficio, como en sus comienzos, en los años ochenta, en Tiempo Argentino y en Clarín. Fue pionera en un rubro altamente masculinizado, en el que enviar a una mujer a contar una guerra parecía imposible. Sin embargo, Telma se transformó en una de las primeras argentinas que viajó a cubrir la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría.

Hoy, 7 de junio, Día del periodista, la docente universitaria, columnista de El destape y de Diálogo internacional en la AM 530 junto a Atilio Borón, conversa con Las12 sobre su recorrido, los cambios que sufrió el oficio en las últimas décadas y algunas claves para pensar la actualidad internacional. Es una mañana nublada con dos grados bajo cero en la ciudad de Bariloche, donde acompaña a su hija, quien acaba de ser madre de una niña: Esperanza. “Son tiempos difíciles, cambió la escala de valores y pareciera que entre mentir y decir la verdad no hay ninguna diferencia”, reflexiona en torno al presente.

 “Antes las mujeres firmaban notas con sus iniciales, no podían figurar sus nombres y apellidos”, cuenta Luzzani, quien empezó en el diario Tiempo Argentino.

Estudiaste Letras en la UBA y empezaste trabajando en suplementos culturales. ¿Cómo diste un giro al periodismo internacional?

--Por cuestiones económicas, comencé trabajando como correctora y después me volqué a la crítica literaria. Mi carrera periodística empezó en el suplemento cultural del diario Tiempo Argentino. En 1986 este medio quebró, cerró y nos quedamos sin trabajo. Entonces, me llamó para sumarme a Clarín Osvaldo Tcherkaski, que trabajaba en política internacional y me había convocado, en su momento, para el suplemento de Tiempo. Él sabía que estaba sin trabajo y que tenía dos hijas que mantener. Me ofreció traducir artículos de medios extranjeros como el Washington Post. Siempre me había interesado la política internacional, pero ahí empecé a involucrarme en términos periodísticos. En 1989, había que cubrir las elecciones en Brasil, en las que se disputaban la presidencia Lula y Collor de Mello. La persona que habitualmente lo hacía no podía ir y nadie más se animaba por falta de dominio del portugués. Me lo propusieron a mí, acepté y desde entonces me dediqué al periodismo internacional. A diferencia de lo que me imaginaba, me resultó facilísimo, me sentía como pez en el agua. Lo que siguió fue una carrera cubriendo acontecimientos históricos muy importantes, como la caída de la Unión Soviética o guerras como la de India y Pakistán.

El periodismo internacional es un oficio donde abundan las masculinidades. ¿Te encontraste con obstáculos por ser mujer?

--Cuando entré a Clarín, éramos 14 mujeres en toda la redacción. Justo en ese momento hubo una modernización importante, pero antes las mujeres firmaban solo con sus iniciales, no podían usar nombre y apellido. Osvaldo Tcherkaski y Roberto Guareschi nos daban lugar, pero ese gesto era una rareza en las redacciones en esa época. Aún así, no llegábamos a cargos de dirección en el diario y así era en otros medios. La sociedad en sí era machista, entonces el periodismo no estaba exento. Los hombres podían hacernos insinuaciones fuera de lugar o hablar de lo que llevábamos puesto. También había desigualdades laborales. Tenía un colega al que le daban todos los permisos que pedía para cuidar a sus hijos, pero si yo quería ir a la jura a la bandera de mi hija en cuarto grado era mucho más difícil. Y si bien no sabíamos a ciencia cierta cuánto cobraba cada uno, nos enterábamos de periodistas que se retiraban con una jubilación mayor a la de una mujer en ese mismo cargo.

¿Hay alguna de esas situaciones que haya particularmente marcado tu carrera?

--En 1993 me tocó hacer una cobertura sobre Los Garimpeiros, los buscadores de oro —obreros mineros ilegales— y los indios Ianomamis en el Amazonas, Brasil, junto a un fotógrafo. Estuvimos secuestrados por los Garimpeiros, tuve muchísimo miedo. Sin que nos diéramos cuenta, le dijeron a la avioneta que nos había traído que volviera. Nos retuvieron 24 horas y hasta simularon una especie de “juicio político” hacia nosotros porque decían que éramos espías. Tuve que nombrarles diputados brasileños que conocía para que chequearan con ellos que éramos periodistas. En un momento me dejaron hacer una llamada y me comuniqué con la Embajada Argentina en Brasil. Así salió en diarios de la época y se resolvió, pero tenía miedo de que se enteraran mis hijas por la radio. Esto me llevó a replantearme si seguir tomando esos riesgos, porque una no está sola, tiene afectos que están pendientes, pero inevitablemente por mi carrera lo seguí haciendo, hasta estuve en Gaza. Pero el dato importante, en relación a tu pregunta anterior, es que en la redacción dijeron que el problema fue haber mandado a una mujer al Amazonas.

Le das mucha importancia al hecho de estar en los lugares para poder contar lo que pasa desde la perspectiva de los protagonistas. ¿Cómo ves al periodismo internacional hoy, en ese sentido, con la digitalización del oficio?

--Es muy costoso. Para que un periodista viaje a Hong Kong, Rusia o la India hay que pagar viáticos, alojamiento, comida. Básicamente, el medio tiene que tener mucho dinero y las ganas de invertirlo en eso. Cuando empecé, no había tantas posibilidades tecnológicas, entonces se viajaba mucho más. Hoy, se puede hacer una entrevista a distancia, incluso a un presidente, aunque no es lo mismo que estar ahí. Lo que yo haría es convocar gente que vive en el lugar de los hechos y que vos sabés que tiene una visión que no es la de los grandes medios de comunicación para que te de esa información que no se puede reemplazar de otra forma.

¿Y cómo caracterizarías el escenario periodístico actual en la Argentina?

--El motor de este oficio es la curiosidad. La misión del periodista es buscar y revelar lo que el poder hegemónico y el poder de las élites quieren callar, es investigar por el bienestar de las mayorías. Por supuesto que esto es muy dificultoso porque es una lucha entre David y Goliat y no siempre gana David. Hoy asistimos a una época de cambios donde lo que está en crisis es el asunto de la verdad y, por lo tanto, de la confianza y la credibilidad de los medios. Antes, “lo leí en los diarios” era sinónimo de verdad comprobada. Esto ya no es así, se sabe que los diarios mienten y manipulan, entonces el hombre y la mujer común están muy desamparados. Los que amamos el periodismo y creemos que es muy importante para la democracia tenemos que seguir peleando en ese sentido, buscar la forma de conquistar la credibilidad del oyente o lector. Así como las redes y los medios son una herramienta para la mentira y para la difamación o para la deformación, también puede ser una herramienta para el otro, para luchar por la verdad, la justicia y un mundo mejor.

Los medios públicos cumplen una función importante en esa búsqueda. ¿Cuáles creés que van a ser las consecuencias de su vaciamiento y el desfinanciamiento por parte del gobierno libertario?

--Si un gobierno tiene un plan privatizador o de financiarización de la política y de la economía argentina que incluye enriquecimiento privado, tiene necesariamente que atacar al Estado. Si hay medios que van a vigilar que eso no suceda, que haya una mejor distribución de la economía, que no haya crecimiento de la pobreza y de la desocupación, son los medios de comunicación públicos. Su ataque es censura, cerrazón de la información. En relación a la agenda internacional, históricamente se intentó encubrir lo que pasa afuera por decisión de Estado. En los noventa esto fue muy claro, se creía que la necesidad de privatizar y flexibilizar en términos laborales era tema de los argentinos porque “éramos corruptos”, cuando el neoliberalismo es un movimiento mundial.

 

Hay que salir del agujero interior

 

Para Luzzani, hoy también abundan los sesgos en torno a las principales transformaciones geopolíticas que caracterizan el presente. En ese sentido, dice, es responsabilidad del periodismo brindar información veraz y de calidad para un oyente, lector o usuario/a que tiene poco tiempo para consumir noticias sin dejar de atender la complejidad de los procesos históricos. “Muy poca gente sabe lo que está pasando con China y Rusia. Se trata de un movimiento importantísimo de multipolaridad que prácticamente se desconoce y se hacen análisis con las anteojeras puestas en lo que nos pasa solo a nosotros”, explica.

Otra de las ideas que discute es la del crecimiento de las extremas derechas como fenómeno global. “¿Dónde avanzan? En cuatro países de Europa, en Brasil, Argentina y en Estados Unidos. En el mundo hay cerca de 200 países”, polemiza y detalla: “No pretendo minimizar el fenómeno, pero sí darle otro enfoque. Lo pensaría como una decadencia de Occidente, como parte de la necesidad de perder lo menos posible, de que el neoliberalismo no muera en plena transición hegemónica. Pero es un problema de esta parte del mundo, en otras hay monarquías absolutas como el caso de Arabia Saudita, partidos comunistas como en China”.

¿Cuál sería la tendencia dominante en los proyectos políticos que gobiernan América Latina?

--No voy a negar que los casos de Milei en Argentina y de Bolsonaro en su momento en Brasil son alarmantes porque son dos países muy importantes, pero lo que hay es una tendencia progresista importante: Petro en Colombia, Lula con sus dificultades en Brasil, Arce en Bolivia, Boric en Chile, Maduro en Venezuela, Sheinbaum y antes López Obrador en México. Diría que un 80 por ciento de los habitantes de América Latina están bajo gobiernos progresistas. Hay una mayoría del electorado que elige esas opciones. Cuando no lo hace, es por la influencia de los grandes medios de comunicación o el lawfare. Al mismo tiempo, lo que hay es un perfeccionamiento de las derechas y los grupos financieros concentrados en su capacidad desestabilizadora y violenta ante el innegable fracaso del neoliberalismo que ha dado muestras de que es una catástrofe, un proyecto imposible de renovar.

Luzzani sobre la flamante presidenta de México: "son complejos los desafíos que tiene por delante".

Nombraste a Claudia Sheinbaum, flamante presidenta de México, la primera mujer en asumir el cargo. ¿Qué desafíos le esperan?

--Por un lado, eso mismo, si los intentos desestabilizadores de la extrema derecha se agudizan cada vez más, puede sufrir varios ataques, como pasó con el impeachment contra Dilma Rousseff en Brasil. Con respecto a la realidad mexicana en sí, el gran desafío dificilísimo para ella y para cualquiera es el tema de la seguridad y los desaparecidos. No es un problema de ahora, recordemos la desaparición forzada de los famosos 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa. También es compleja la zona de la frontera con Estados Unidos donde los norteamericanos mandan armas a mansalva. Va a ser muy difícil de solucionar.

Volviendo a la Argentina, hubo semanas álgidas en el plano internacional para Javier Milei. El presidente viene de tensionar las relaciones diplomáticas con España a partir de los ataques a Pedro Sánchez, se reunió con magnates tecnológicos de Silicon Valley, también participó de la asunción de Bukele en El Salvador. ¿Qué lectura hacés de su agenda y política con otros Estados?

--Milei lo dijo con mucha claridad: su política tiene un objetivo claro que es la destrucción del Estado, con esta enorme paradoja de conducir el Estado, al que considera como una “organización criminal” y “la base de todos los problemas”. Partiendo de esa premisa, no considera relevantes las estructuras existentes porque no sirven y hay que demolerlas. Por esa misma razón, no le parece importante las relaciones país a país. Los insultos al representante de otro Estado, desde López Obrador hasta Petro o Sánchez, están dentro de esa lógica, lo que lleva a poner en riesgo las relaciones con otros países, como puede ser España o también China. El punto es que este anarcocapitalismo que él defiende es altamente riesgoso para la democracia, para el Estado y para todos.