Entre los cuerpos (maraña virtuosa que parece tejer o llamar un espacio imposible) sucede una danza construida a partir de darle a cada movimiento una instancia más prolongada como si viéramos el gesto que se esconde o como si en los desplazamientos habitara el verdadero conflicto. La situación remite a un texto clásico pero desde el comienzo quiere negarse esta referencia. Es que la historia de Romeo y Julieta puede repetirse tantas veces hasta transformarse en otra anécdota que tenga lugar en nuestros días donde los personajes se llamen Patricio y Julieta y se muestren como dos jóvenes salvajes, directos, decididos a encontrarse. No hay aquí romanticismo, todo sucede con el ímpetu de quien se desea y no imagina ni rodeos ni impedimentos. En un mundo sin prohibiciones la tarea de recrear Romeo y Julieta se vuelve posible bajo los efectos del clown.

Una Julieta abortera, adolescente y voluptuosa se cruza con Patricio en el cumpleaños de 15 de Rosalina, la ex novia del joven que ahora ha quedado prendado de Julieta pero los hechos en esta obra de Toto Castiñeiras no se desarrollan como una secuencia realista. Son los cuerpos los que se tuercen y enfurecen uno sobre el otro, los que van hacia los elementos técnicos de la escena para encuadrar sus caras con unas luces colgadas en la pared. Todo es artificio, el andamiaje dramático hace de esas corporalidades en el espacio una estructura sobre la que se asienta la dramaturgia. Las palabras y las frases se repiten hasta conquistar cierta idea paródica del drama shakesperiano. 

El lenguaje se dilata y se deja invadir por la jerga actual mientras se recompone en una poesía improvisada, en un deleite de la palabra que recibe el impulso de la noche. El diálogo es posible porque los jóvenes desafían ese tiempo, esa madrugada donde andan por los techos de las casas. Su vitalidad desmedida es una acrobacia permanente. Mezclados transpiran en la exigencia de cuerpos que presiden de los objetos, más allá de una silla a la que señalan como parte de la utilería y esas luces que dan cuenta de la representación. Por momentos, piden un apagón o demandan que bajen las luces porque nunca dejan de ser personajes. 

Los tiempos de una escena, los actos en los que se divide esta peripecia donde la tragedia deviene en una aventura acrobática, son marcados para dejar en claro ese encuadre dramático que llegará a su fin. También para apelar al público como parte de la técnica del clown aquí sabiamente convertida en una dramaturgia sin efectos obvios. El modo en que los intérpretes Patricio Penna y Julieta Raponi se desempeñan requiere de un virtuosismo que es usado para socavar la tragedia y reescribirla en los cuerpos frenéticos.

La luz es un recurso mágico en un diseño de Castiñeiras con asesoramiento de Alejandro Le Roux. El modo en que los cambios de iluminación delatan la sombra de la lámpara colgada en la pared y del foco de luz habla de ese negativo de la tragedia que es Patricio y Julieta. Vemos el otro lado de un clásico en esta versión que ocurre desde un despojamiento de la escena y desde el barroquismo de los cuerpos.

El amor es una forma precipitada, ese sería el núcleo que Castiñeiras toma de la tragedia shakesperiana. Todo sucede rápido y es extremo. En Patricio y Julieta la palabra y el cuerpo tropiezan en esa vorágine, hay un apresurarse a los hechos en un deseo por tragarse cada situación, por devorar cada palabra del otro.

Patricio Penna y Julieta Raponi ofrecen sus nombres para que la historia vuelva a contarse pero son ellos los protagonistas. La muerte es un episodio fantástico, un juego, pura brutalidad del amor que los lleva a imaginar cómo sería entregarle el corazón al otro.

Patricio y Julieta se presenta los viernes a las 20:30 en el Centro Cultural Ricardo Rojas.