EL JARDÍN DEL DESEO - 7 puntos

(Master Gardener; Estados Unidos, 2022)

Dirección y guion: Paul Schrader.

Duración: 111 minutos.

Intérpretes: Joel Edgerton, Sigourney Weaver, Quintessa Swindell, Esai Morales, Eduardo Losan.

Estreno en salas de cine.

El realizador, guionista y ex crítico cinematográfico Paul Schrader está más activo que nunca. A tal punto que el estreno local de El jardín del deseo casi coincide en el calendario con la primera exhibición pública de su última película, Oh Canada, en el reciente Festival de Cannes. El hombre que no vio ni una sola película hasta cumplir la mayoría de edad, corolario de una educación calvinista rigurosa, ha hecho de la culpa, el castigo y la redención los ejes principales de su obra como cineasta y también como guionista para otros colegas. 

El jardín del deseo viene a cerrar una suerte de trilogía centrada en el concepto de la “reforma” o enmienda personal: cada uno de esos tres films está protagonizado por hombres que han dejado atrás un pasado de dolor y violencia, y cuyo presente relativamente equilibrado es sacudido por nuevas circunstancias. Ese era el caso del sacerdote interpretado por Ethan Hawke en First Reformed (2017) y el del jugador de póker de El contador de cartas (2021), relatos circunspectos no exentos de chispazos de violencia que demostraban nuevamente, por si hacía falta, la enorme influencia del francés Robert Bresson en la obra del director nacido en Michigan.

Master Gardener (el título original es, como su personaje, más ascético) encuentra a Narvel Roth (Joel Edgerton) en sus faenas usuales como maestro de jardinería. El trabajo en la finca de Norma (Sigourney Weaver en un papel atípico), una mujer adinerada de Georgia cuya familia se ha dedicado a esos menesteres durante generaciones, es de larga data, pero muy rápidamente la película deja en claro que Narvel no siempre se llamó de esa manera, y que en su vida previa los utensilios cotidianos no incluían las tijeras de podar o el abono. Y lo hace de manera estrictamente visual, cuando en la soledad de su cuarto –una imagen recurrente en las tres películas de este ciclo– el protagonista se quita la camisa y ofrece el espectáculo de un torso y espalda completamente cubiertos por tatuajes de simbología supremacista o literalmente nazi. Sin duda Narvel se ha reformado, aunque los detalles de la notable transición sólo llegarán más tarde.

El planteo del film no es precisamente original y, como es de imaginarse, la llegada de un nuevo miembro al equipo de jardineros –una joven “de raza mixta”, en palabras de la dueña de casa, familiar directa y suerte de oveja negra del clan– señala el punto exacto del comienzo del desequilibrio. Es que Maya (Quintessa Swindell), la nueva aprendiz, tuvo y tiene problemas con el abuso de drogas y un ex novio cuyas amenazas de violencia suelen tener consecuencias físicas notorias. Uno de los elementos más inteligentes del guion de Schrader, y el detonante del tercer acto narrativo, es el particular vínculo entre Norma y Narvel, que va bastante más allá del de un protegido y su mentora. Hay una suerte de pago por los servicios prestados que el film, nuevamente de forma estrictamente visual, evidencia cada vez que el protagonista deja en su habitación el mono de jardinero para vestirse con ropas formales.

La gran novedad respecto de sus dos compañeras de ruta cinematográfica es la aparición irrestricta del amor, elemento que en la vida de Narvel, y posiblemente también en la de Maya, parecía obturada. Es ese el motor que mueve al mundo, parece decir Schrader; al menos el nuevo mundo de ese hombre criado en el seno del racismo, pero devenido cuidador de plantas y flores. Desde luego, viniendo de quien viene, el amor es carne pero también espíritu, como lo demuestra la única escena en la cual la sensualidad, seca y directa, le cede el espacio al contacto físico y emocional.