En su discurso en Davos, leído de manera rápida y monocorde a principios de este año, el presidente Javier Milei afirmó que la teoría neoclásica, también llamada ortodoxa, “diseña un instrumental que, sin quererlo, termina siendo funcional a la intromisión del Estado”. Por lo tanto no es la teoría adecuada para el análisis económico y hay que rechazarla porque considera que si se detecta “un fallo del mercado” otorga una justificación para que el Estado pueda corregirlo.
La crítica de Milei no es científica porque no demuestra que existe, en ese marco, una solución mejor ni técnica, porque no señala ningún de error de su lógica interna. Es una crítica ideológica, ya que no sugiere ninguna solución coherente y alternativa y hace un análisis erróneo que demuestra su incompetencia. Gary Becker, que era un economista neoclásico ortodoxo, consideró en su discurso de recepción del llamado Premio Nobel que la teoría neoclásica es solo un “método de análisis”; mientras que Joseph Stiglitz, otra eminencia del otro lado del mostrador- es un nuevo keynesiano-, la llama la “teoría de referencia”.
La teoría neoclásica
La teoría neoclásica posee una única calidad: su rigurosa lógica interna la lleva a obtener el mejor equilibro, si se respetan las hipótesis restrictivas que no se verifican en la realidad. Estas son: la racionalidad del comportamiento de los consumidores, que siempre tratan de maximizar su satisfacción según Carl Menger y de los productores que buscan maximizar sus beneficios; la competencia pura y perfecta de los mercados microeconómicos según la escuela inglesa de Alfred Marshall; y una información completa de todos los actores.
Esto permite llegar a un “equilibrio general” instantáneo descrito por un sistema de ecuaciones creado por el economista francés León Walras y confirmado por el teorema de Kenneth Arrow y Gérard Debreu. Walras, que era un republicano radical, consciente del marco normativo y restringido de su modelo, excluyó del sistema de precios a las materias primas, la agricultura, el petróleo, entre otras. También admitió algunos factores monopólicos como el “mercado de trabajo”, el Estado y los bienes tales como la provisión de agua, luz, cloacas, el gas, ferrocarriles, llamadas “economías de red” porque no tienen competencia y no se puede determinar el precio. El equilibrio walrasiano es un castillo de cartas: si falta una se desmorona todo.
Como se puede ver, la teoría neoclásica no justifica nada pero los legisladores del mundo entero comprendieron desde el Siglo XIX que en un mercado oligopólico o en un monopolio las empresas tienen una posición dominante que suprime la libertad del consumidor, imponiéndole un precio a través de una acción coercitiva que daña la libertad. La libertad no avanza con los monopolios.
Milei versus la teoría económica
Unas semanas más tarde del discurso citado, Milei insistió sobre el tema afirmando que los programas de estudio de economía en la Universidad “lavaban el cerebro” de los estudiantes y que los autores que se leen en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA son "nefastos".
La respuesta de las autoridades de la FCE-UBA fue firme: "La bibliografía y el contenido del programa de estudios son muy similares a los que se dictan e imparten en las principales universidades del planeta". Pero también fue muy elegante, ya que explicó que “la escuela marxista, lejos de constituir el núcleo de la currícula como inexactamente afirma el Presidente, se estudia (al igual que la escuela austríaca) en la revisión de las diversas corrientes del pensamiento económico”. Lo que significa, leído entre líneas, que dicha “escuela austriaca” carece de consistencia y generalidad, por lo que no puede ser el eje de un programa de estudios universitarios ya que no ha sido desarrollada. Es una rama seca de la teoría económica, por lo cual está en la historia de las doctrinas económicas.
Milei habló del “fallo de mercado” con una mirada microeconómica y polemiza consigo mismo sobre problemas no económicos, en el sentido técnico del término, ya que la economía en su conjunto es tratada por la macroeconómica y no por la teoría neoclásica.
Las posiciones políticas espolvoreadas de algunas palabras de economía no constituyen un análisis económico sobre el cual pueda fundamentarse una política económica para un país. La política económica que cada gobierno lleva adelante desde el Estado se basa en la utilización de la macroeconomía, que fue inventada por John Keynes. El concepto de macroagregados, el consumo global, que no es igual a la suma de los consumos individuales, la inversión, el gasto público fueron igualmente inventados por Keynes.
Keynes explicó en su libro más conocido, la Teoría General y en su correspondencia con Roosevelt, que el Estado frente a una situación de recesión podía realizar una política económica activa para superar esa situación y ubicar la economía en una trayectoria de crecimiento económico para mejorar la situación de los ciudadanos y de las empresas. Ese tipo de propuestas fueron las que se aplicaron en la posguerra en los países del centro capitalista, en Argentina, etc, y han mostrado su eficacia. Hoy se siguen aplicando las políticas económicas contra cíclicas keynesianas que permiten escapar a situaciones de recesión y de crisis como fue el caso de la Gran Recesión del 2008. Es este tipo de medidas que se practican hoy en España, Portugal, Estados Unidos y México- y Argentina hasta el 2023-, que han permitido a esos países de salir más rápidamente que otros de la crisis del Covid.
La inversa, es decir utilizar la macroeconomía con medidas contrarias al bienestar general como le propone la “política de la oferta”, también es posible y se verifican en la realidad ya que se puede, como hace Milei, disminuir el gasto público y generar una recesión ex profeso con el objetivo de modificar la distribución del ingreso empobreciendo a los que menos tienen y favoreciendo a los oligarcas y miembros del capital monopolista. Esto es así porque los sectores más ricos tienen fuentes de ingreso que escapan a la espiral recesiva como son las rentas agrícolas o los activos financieros cuyo rendimiento a corto plazo se incrementa en los procesos de recesión.
El ajuste
El mecanismo económico del llamado “ajuste” que es una simple disminución del gasto del Estado tiene un impacto fácil de describir: el Estado anula la obra pública, las empresas que debían construir una ruta dejan de contratar trabajadores, los despiden y estos, sin salarios, dejan de comprar a los almaceneros, quienes compran menos a las fábricas de productos, las cuales a su vez compran menos trabajo y/o despiden obreros que ya no necesitan para producir. Además, dejan de comprar los insumos como combustible, asfalto, cemento, pintura lo cual reduce las ventas de otras empresas que los producen y, a su vez, dejan de contratar operarios. Lo mismo sucede cuando el Estado despide a sus agentes.
La macroeconomía permite mostrar que el gasto de unos agentes económicos es el ingreso de los otros agentes porque la economía es un circuito. Esto significa que la reducción del gasto público tiene una incidencia negativa en el gasto privado de los agentes económicos y tiene además un efecto bola de nieve, que multiplica el impacto negativo de la disminución del gasto público decidida por el Estado y su valor - que ha sido calculado por el FMI- es de 2 a 2,5 o 3 veces la disminución del valor del gasto, o más, en el caso Argentino.
*Doctor en Ciencias Económicas de l’Université de Paris. Autor de La economía oligárquica de Macri, Ediciones CICCUS Buenos Aires 2019. [email protected]