Es el primer unipersonal de Luciano Cáceres y la experiencia lo llena de satisfacción. Se podrán señalar reconocimientos relevantes como el Premio Estrella de Mar; pero la gratificación mayor, como dice el actor, está “en el público, porque es una maravilla; en este caso se anima a otro tipo de obra, donde no solo hay entretenimiento”. Con dirección de Francisco Lumerman, Muerde se presenta hoy en el Centro de Expresiones Contemporáneas (Paseo de las Artes y el río) y con doble función, a las 20 y a las 21.30.
“Es un viaje muy intenso. El disparador estuvo en Francisco Lumerman, cuando escribió esta obra a partir de una noticia, en donde un pibe robó un celular y entre 30 personas lo mataron. Es la historia de René, un pibe al que primero abandona su madre al nacer, y después, a los 10 años, su padre, en un taller de carpintería de ataúdes. Todo transcurre en un pueblo rural, de la Argentina profunda. Él queda suspendido, intelectualmente, en esos 10 años, aun cuando crezca físicamente y se vuelva un hombre. No puede ver la maldad del mundo, y pasa a ser el raro del pueblo, el típico loquito y marginal. Lo apalean, lo insultan, lo maltratan. Como de día la pasa mal, René solo puede moverse de noche, y desarrolla un don casi de superhéroe, que es ver sin luz. Pero cuando el pueblo lo detecta, le empiezan a pedir cosas no tan santas, como apropiarse de lo ajeno. En el correr de los 55 minutos del espectáculo, vas a conocer sobre ese abandono, sobre su relación con el amor, con la sexualidad, y con lo que es ser el distinto, el diferente. Es una obra que pasa por todos los matices, y desde la inocencia de alguien que mira con ojos de 10 años, algo que hace que todo sea más particular”, señala Luciano Cáceres a Rosario/12.
-¿Cómo fue el trabajo con Francisco Lumerman?
-Se dio con mucha naturalidad. El año pasado yo estaba filmando Adiós Madrid, en España, y él me pasó el texto. Al leerlo, me di cuenta que era lo que tenía ganas de hacer. Yo no me había animado nunca al unipersonal, y la primera imagen que me vino fue la siguiente: mi mamá trabajó 30 años en las villas, y yo de chico la acompañaba. Yo veía que todos los pibes de mi edad tenían moco -de ahí viene lo que sabemos, lo del mocoso-, y yo le preguntaba a mi mamá por qué. Ella, simplificándome el asunto, me decía que era así porque no tenían una mamá, como tenía yo, que estuviera todo el día limpiándolos. De alguna manera, ese abandono naturalizado me disparó la primera imagen de René; yo quería construir un pibe con moco, de mi tamaño. Esa imagen le gustó al director y trabajamos a partir de ahí. Después, fue mucho trabajo en soledad, de aprendizaje del texto y de que yo fuera entendiendo las escenas y los personajes. Nos pusimos a ensayar y montar la obra con un equipo precioso, y el laburo realmente fue el de cómo buscar la síntesis, para que todo esté y nada sobre, y generar la complicidad con el espectador para construir todo lo que no está. Porque no deja de haber un solo actor, aserrín y una mesa de carpintero, nada más.
-¿Y cómo te sentís al hacer un unipersonal?
-Es un salto al abismo. Uno estaba acostumbrado a compartir con los otros colegas en el escenario, pero acá me toca un vínculo personal y particular con cada uno de los presentes. Por eso, también es que elijo espacios pequeños, de poca cantidad de gente, porque de verdad se establece un vínculo. René cuenta su historia y vivencia en complicidad con cada una de las miradas de los que están, yo conecto con cada uno de los presentes y está buenísimo. La presencia del espectador activo hace la diferencia. De alguna manera, yo siempre sé que lo que hacemos es entretenimiento, sabés que hay alguien que paga una entrada y quiere que le pase algo, pero lo que yo hago con el teatro independiente, tanto como director o como actor, es generar una experiencia para que el público que ingresa a la sala, salga diferente a como entró. Ése es el objetivo, y por suerte con Muerde se está dando.
-Entiendo que la obra te sigue movilizando, o dejarías de hacerla.
-Me moviliza muchísimo; ahora, por ejemplo, hemos estado saliendo del ámbito de las ciudades grandes, y me ha tocado ir a localidades chicas, con el campo ahí, pegado, como 9 de julio, Chivilcoy, Junín, General Rodríguez, donde René empieza a tener nombre: es “el Tony” o “el Jacinto”, en cada lugar tienen un René. En 9 de julio, por ejemplo, tenían un personaje particular al que unos adolescentes ataron a un poste, y al otro día apareció congelado. Dejan de ser personas. Y esto es algo que pasa hoy. En los ámbitos de ciudades más grandes, hay una lectura más social y de los excluidos del sistema. Por ejemplo, en Mar del Plata hicimos temporada y se llenaba de gente que tenía que ver con asistencia social, sociología, psicología, y me decían “es algo que a mí me pasa; muere la madre de un chico en un barrio carenciado, vamos a golpearle la puerta al padre, y el padre no quiere saber nada; lo mismo con la abuela”.
-Una temática que no deja de estar relacionada con lo que pasa en estos días de incertidumbre, ¿cómo los estás viviendo?
-Es la charla habitual entre todos los colegas, estamos en un momento especial y que no se parece a nada, porque pareciera que hay cosas así que ya vivimos, pero no se sabe por dónde está la solución o de dónde va a venir. Hay tanto dando vueltas que confunde, distrae, y la grieta solo los favorece a ellos, porque en definitiva nos terminamos peleando entre nosotros, mientras la política se pone de acuerdo a la hora de subirse el sueldo o de arreglar con multinacionales. Y en ese tipo de cosas, uno queda pagando, porque lo nuestro es de otro ámbito. Además, cuando se unen la pasión, el contenido, la reflexión y el placer, es algo que no tiene precio, algo que es muy difícil de poner en números.
Muerde cuenta con dramaturgia y dirección de Francisco Lumerman, escenografía de Agustín Garbelloto, diseño de luces de Ricardo Sica, diseño De Sonido de Agustín Lumerman y asistencia de dirección de Emiliano Lamoglie.