Mayo de 2001. Contexto de crisis social, económica, política. Claudio Tolcachir se muda a un PH en Boedo 640. A los nueve días festeja su cumpleaños, y con amigos crean Jamón del diablo, obra basada en 300 millones, de Roberto Arlt. Queda inaugurada, al fondo del pasillo, una sala de teatro, sin cartel en la puerta. Pocos años más tarde, en 2005, toda la potencia de esa sala-casa y de ese grupo se condensa en La omisión de la familia Coleman, montada con una escenografía adquirida por 600 pesos en el Ejército de Salvación. Este clásico del teatro independiente porteño inicia este viernes su temporada número 20 en Timbre 4. En el medio: 2159 funciones, 384 de ellas en 24 países distintos, con subtítulos en ocho idiomas; participación en 54 festivales internacionales; 12 premios; 305.817 espectadores.

"La omisión... significó un montón de cosas, desde lo más personal a lo más público", cuenta Tolcachir, autor y director del espectáculo, a Página/12, desde Madrid, donde entre otros proyectos personales está desarrollando un Timbre 4 como escuela, en dos sedes (en una de ellas se montan espectáculos también). La omisión... fue la primera obra que se atrevió a escribir, así que representa el "descubrimiento de la dramaturgia como actividad" en su recorrido. "Luego, fue una experiencia grupal muy hermosa, porque fue un año de trabajo en el que un grupo de actores confió en el proceso de improvisaciones, prueba, error, ensayos, con alguien que nunca había escrito; así que fue un acto de confianza y amor muy grande. Y en cuanto a lo público fue un cambio de vida muy grande para todos. Si bien Timbre ya tenía un movimiento, a partir de Coleman empezaron los viajes, las giras, un conocimiento mucho más grande de la compañía. La obra fue un trampolín que llevó a un grupo de amigos del secundario a vivir de la actuación. Una puerta de acceso a muchas cosas que ni habíamos soñado", dice el artista.

Cada tanto, en alguna ciudad o pueblo de otro país le hacen algún comentario acerca de la pieza. Recorrió Latinoamérica, pasó por Estados Unidos, España, China, Bosnia, entre otros países. En Buenos Aires se hizo también en el circuito comercial. "Sigue quedando impregnada en el público que la vio." Ultimamente, la historia de esta familia al borde de la disolución venía presentándose en Timbre de manera esporádica. Este viernes, a las 21.45, en el espacio más grande del teatro del barrio de Boedo (el ingreso es por México 3554) comienza su temporada número 20, pensada a modo de festejo por su permanencia de dos décadas en cartel. Actuán Cristina Maresca, Miriam Odorico, Inda Lavalle, Fernando Sala, Natalia Villar, Gonzalo Ruiz, José Frezzini y Jorge Castaño. Varios de los actores están desde la primera versión. 

-¿Qué recordás de la época en que surgió la obra?

-El punto de partida eran las ganas de hacer una nueva obra con mi grupo de compañeros. Como no encontraba un material que me entusiasmara o que funcionara para los actores con los que quería trabajar, dije "bueno, lo escribo". Lo primero que imaginé fue un personaje para cada uno de ellos, actores con los que venía trabajando. Tenía más presentes a los actores que a la obra en sí. Ellos confiaron, hicimos trabajos de improvisación, de convivencia en la casa, en los que yo les iba contando, generando secretos, pensamientos de dinámicas, informaciones que les daba a uno y a otros no. Y eso nos permitió conocer mucho a los personajes. Después empezó el tiempo de la escritura y el montaje. Pero no contaba con que la obra durara más de tres meses, no por mala ni buena, sino porque la experiencia más fuerte era poder hacerla. Lo que vino después fue un regalo hermoso, emocionante, único en la vida. Nos divertimos mucho. Y nos seguimos divirtiendo haciéndola. Después de 20 años los actores cuidan y aman a la obra.

-En aquel entonces comenzaba a instalarse en el teatro porteño el tema de la familia disfuncional. ¿Qué lugar ocuparon los Coleman en este sentido? ¿Por qué creés que ese tema aparecía tanto en la dramaturgia de aquella época?
-Eso fue una sorpresa. Para mí no era un punto de partida hablar de eso. Sigue sin serlo. A veces por el hecho de darle un marco a una obra se le ponen rótulos. Nunca pienso en esos términos porque no me interesa de qué se trata una obra. Jamás pensé en el valor de contar una familia disfuncional en partricular, sino que pensé, tal vez, en el funcionamiento de una sociedad, las personas, sean familia o no. El tema familiar en sí nunca me pareció estimulante, por más que después nos hayan colocado como expertos en eso (risas). Creo que es más interesante pensar a la obra desde las características de los personajes, los vínculos, el funcionamiento social de los desesperados, el egoísmo, la inconsciencia, la negligencia, y también la teatralidad. Lo de las familias disfuncionales no creo que tampoco haya sido una novedad: en cualquier década en la que se mire el teatro, o centenio, aparece la familia. De Edipo para acá hay un montón de problemas familiares, que también son políticos, privados.

-¿De qué manera marcó esta obra la estética de Timbre 4?
-No sé si marcó una estética. Creo que siempre intenté escaparme de lo que había hecho y traté de explorar fórmulas nuevas dentro de una estética que me represente. No puedo hacer un teatro que no tenga que ver con mi manera de jugar o lo que me emociona. O lo que me sale, porque muchas cosas que me emocionan no me salen como formas de teatro. Es imposible pensar el nacimiento de Coleman fuera de Timbre, de un espacio muy pequeño con paredes, baños, escalera, donde todo de golpe era un recorte de realismo dentro del juego teatral y se sentían esos portazos... al principio teníamos miedo de que la obra no funcionara por fuera del pequeño Timbre. Nos lo decía mucha gente, pero por suerte la experiencia le ganó a las voces.

¿Qué resonancias tiene la obra actualmente?
-Me es difícil decirlo, y creo que no me toca a mí. Es más interesante que hable un espectador. Esta es una obra muy privada, llena de comportamientos y resortes humanos que conozco, he vivido, son parte de mí, sigo viviendo. No familiarmente solamente, sino como sociedad. La sociedad superviviente. Creo que ese extracto de sociedad que puede conformar una familia, como puede ser un grupo de trabajo, resuena. La gente se ve en la obra, se identifica, siente que tiene que ver con ellos y eso es muy conmovedor. Con el tiempo, los personajes se ensanchan, siguen vivos. Fueron creciendo con los actores y no se transformaron en caricaturas. Siguen teniendo una humanidad aún mas compleja. Si uno asiste al camarín anterior y posterior a las funciones, la concentración, dedicación y  valor que dan los actores a cada función son conmovedores.

Situación del teatro independiente

-¿Cómo ves la situación del teatro independiente en la actualidad?
-Ya no es de peligro: es trágica. Como le sucede a la cultura, le sucede a la ciencia, la educación, las pymes, los pequeños emprendimentos. Todo lo que no sea financiero o especulación está en peligro. El teatro independiente depende de la vocación, un sostén voluntario, amor y pasión, y cuando la asfixia es tan grande y las dificultades se vuelven ataques directos, se vuelve irrealizable. Una gran cantidad de salas se va cerrando porque no se pueden pagar el alquiler y los impuestos y el público no tiene la posibilidad de pagar una entrada. Cuando abrimos Timbre militamos mucho para explicar que esa era nuestra fuente de trabajo, pero sabemos que ahora el público tiene muchas dificultades para abonar y las salas para mantenerse. Adonde vayas por el mundo la gente te habla del teatro y el cine argentinos como un valor cultural inmenso. Es irritante que no exista la inteligencia de poder hacer crecer algo que funciona, de potenciarlo, mejorarlo, profesionalizarlo, en lugar de destruirlo. Cosas buenas que una mente inteligente haría funcionar mejor, pero una mente limitada y perversa, prejuiciosa, solo puede pretender destruir. Seguirá habiendo teatro. Así como lo hicimos en las casas. Pero es doloroso que ninguna cabeza de los que gestionan la cultura pueda mejorar las condiciones y ahora le claven un cuchillo en el pecho.