Siempre nos emocionó profundamente Padre Francisco, de Pedro y Pablo, una canción revolucionaria y lírica a la vez. Tocaba hasta las lágrimas, las íntimas, con esa plenitud en la que nunca pude ver a otro que no fuera al Padre Carlos Mugica. La escucho en estos días y me pasa lo mismo, está indeleble, fragante, dolorosa, impresa incluso en el sello de los días por venir. “No podemos darle al César lo del César, pues se lo lleva sin pedir”.

A poco de los cincuenta años del asesinato del Padre Mugica, su impronta luminosa, cada día más amplificado y poderoso. “Padre Francisco, no le pregunten lo que piensan sobre Cristo, le han agregado un nuevo clavo al crucifijo”.

Era mucho más que el cura villero. En un sentido pleno, era como ese que habíamos visto en la película Hermano Sol, Hermana Luna, de Franco Zeffirelli. De algún modo, su campera obrera y setentista tronaba en una desnudez idéntica a la de aquel acto político cuando Francisco decide despojarse de las vestimentas, el atavismo del poder que su familia ejercía en el horror con el que sometía en la hilandería y en la teñiduría, para que esas riquezas renombraran a la iglesia poderosa y a los privilegiados. Y se va desnudo, su hermosa desnudez, allende las murallas de la ciudad putrefacta. Y erige, sobre las ruinas y los cimientos rotos de una antigua iglesia, esa propia que no es otra que la de los peregrinos. Miguel Cantilo también es un peregrino que construyó esa otra tejeduría de canciones emblemáticas, junto con Jorge Durietz. Gracias, mis amigos entre otros de la adolescencia solitaria. Nos enseñaron a amar la vida y la revolución, y que la revolución está en no entregar las convicciones y no olvidarse de que el otro existe. “Padre Francisco, no le preocupe que lo llaman comunista”. De este modo misterioso, Pedro y Pablo, Mugica y Francisco, acompañaron a este ateo que les habla, uno de esos a lo Buñuel, los de la vida como humorada, “gracias a dios soy ateo”.

Tuve la oportunidad de hablar con Cantilo hace 40 años en mi Facultad, la de Psicología de la UBA, porque él se acercaba a cualquier lugar donde pudiera dar sus canciones y sus palabras. Así, sin escenario, simplemente entre nosotros. ¿Cuántos padres Mugica abogan por flores que no sean las de las investiduras? Las palabras son nuestras, máquinas de despertar, nuestros ramilletes de flores para hacer despertar. Es la imagen de Banksy arrojando el ramillete de flores, su lanzador de flores. Arrojándolas a los represores y al sistema de la opresión que toma las formas insospechadas de las guerras. Nos han metido en una, no hay dudas, porque cualquier dispositivo de exterminio encubre la lógica de la guerra y nosotros estamos padeciendo ese exterminio.

Alguien que vive en la Villa 31 me acerca las imágenes de los actos y las celebraciones poderosas de quienes no olvidaron a Mugica, en la Parroquia Cristo Obrero que ahora lo cobija a él. Otro compañero de vida y de barriada, también de militancia, me acercó las palabras de Raúl Rizzo, cuando convocó a uno de los incontables actos que se hicieron para recordar a Mugica. Raúl Rizzo está haciendo ahora la obra de Tato Pavlovsky. Rojos Globos Rojos, en el Centro Cultural de la Cooperación. Amorosamente los actores salen con el público después de la función a envolvernos y hablar con nosotros. Marta Igarza, una de las actrices, me dice, “Raúl tiene ganas de militar la obra”, y entonces todo, hasta el dolor, adquiere un sentido que nos lleva en andas. Despertar, es menester despertar y mantener al teatrito andando.

Y es desde la tierra misma que brota y se desperdiga formando cadenas vitales. ¿Y si, como hacen los hongos, que construyen sus redes eléctricas y comunitarias, nos mantuviéramos conectados en un curioso equilibrio para despejar la pestilencia y que no nos destruya? Desde esa tierra, desde esta tierra, llegue a los obispos, llegue a los ricos, a los cardenales, llegue al propio papa Francisco, y eso hará importantes, valiosos y fuertes a muchos argentinos en la desnudez, la otra, la de la miseria espantosa. Pero quiero al Francisco que destrona al poder papal y se libera de su humana burocracia cortesana.

Por algún extraño motivo, cada vez que pienso en Mugica también pienso en Agustín Tosco, en el Cordobazo y en la Argentina industrial, en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, en la Teología del Pueblo, en la opción por los pobres y en todos los derechos adquiridos que llevan vidas nuestras construir, décadas y sufrimientos. Los que queremos al país porque lo habitamos y lo sentimos en la piel, sabemos que estas flores tienen más fuerza que las máquinas de matar, que como en la imagen que abunda y lanza, hay que poner flores en los caños de las Itacas desaparecedoras, las antiguas y las nuevas transfiguradas. Que Mugica se vuelva por estos días una palabra tal vez divina, y también como en épocas de Perón, como en épocas de la proscripción de Perón, hermosamente maldita. Una palabra que también es nombre propio. Prolifera, como todo lo que intenta reprimirse brutalmente, o exterminarse. Prolifera, como emanaciones y reverdeceres en la primavera.

 

No son flores ingenuas, seamos Padre Francisco, en cada flor está el polen multiplicador y confiamos en el espíritu de la colmena para polinizar. Si el invierno pronto se avecinó, sin embargo, en las palabras hay vida viva. “Padre Francisco, salga a predicar una justicia más audaz, háblele al magma del pueblo en pie, sea usted capaz”. Tal vez sea parte de la ley de la naturaleza que todo llegue a su borde de desasosiego y que la vida llama a la vida a pesar de lo que intenten arrasar.