Las organizaciones sociales instalaron en la plaza del Congreso la Carpa contra el Hambre, protesta que buscarán repetir una vez por semana para hacer visible la grave situación que atraviesan los barrios por falta de una política alimentaria. Cientos de cocineras se concentraron allí para reclamarle al Presidente y a la ministra de Capital Humano que mande insumos a los comedores y merenderos. “Milei: tus perros comen, mis hijos no”, planteaban por ejemplo los carteles. Los movimientos mostraron además en la plaza el trabajo que realizan en sus emprendimientos y espacios de cuidado que, aunque diezmados, siguen manteniéndose en pie.
La tremenda campaña del gobierno de La Libertad Avanza contra las organizaciones sociales está teniendo sus efectos. En muchos movimientos cuentan que se les volvió más difícil hacer marchas, debido al miedo de la gente a perder el plan social y a la represión. Pero al mismo tiempo, las dificultades para comer se volvieron un problema acuciante. Los esfuerzos de quienes integran las organizaciones están concentrados en resolver cómo resolver la cuestión alimentaria. En ese sentido se ve un repliegue y un reordenamiento. “Hay más asambleas y menos movilización”, definió Orlando Agüero, del Frente Popular Darío Santillán. Por sobre todo, lo que reina es la preocupación sobre cómo subsistir.
“Soy cocinera en un merendero de Ezeiza y le he tenido que decirle a los chicos que no tenía comida. No hay nada peor que una pueda sentir”, plantea María Cristina.
Es integrante de la Coordinadora por el Cambio Social y en la radio abierta que se organiza en la plaza despliega una elocuencia nacida de la bronca. “Dicen que somos las chorras, las planeras; ¿saben cuánto gasta el gobierno en nosotras? 78 mil pesos por mes, ese es el gran gasto. No es posible que ellos sigan llenándose los bolsillos mientras nosotras no podemos ni darle de comer a los pibes. Creo que las cocineras, las chorras, las planeras, no tendríamos que haber existido nunca. No les demos el gusto de bajar la cabeza. Somos argentinos, salgamos a pelear: es triste decirle a una criatura ‘hoy no te puedo dar de comer’”.
Luis Sotela, de la bloquera “El mañana” (Libres del Sur) fue a la plaza con otros de su cooperativa. Llevaron allí los bloques para la construcción que fabrican y comercializan a bajo precio. “Si tuviéramos apoyo, en un mes hacemos los materiales para levantar un barrio entero” aseguró Luis, sin achicarse.
Contó que tiene 68 años. Que vivió bien “hasta que me fundí en la época de Menem”, y que desde entonces quedó informal. En en el gobierno de Cristina, cuando se lanzó el programa Argentina Trabaja, armó su primera cooperativa. “Soy de la generación que cree que si te sostenés trabajando, si no dejás de trabajar, todo se puede solucionar”.
-¿Los jóvenes de la bloquera piensan igual?
-Yo veo de todo-, dijo él.
Contó que la bloquera, que llegó a tener 20 trabajadores, trabaja ahora con nueve integrantes, seis mujeres y tres varones. Se redujeron con Milei, porque cobraban un Potenciar más un Nexo (que los equiparaba al salario mínimo) hasta que el gobierno, en febrero, les quitó ese complemento. Como le pasó a las cocineras, por el Potenciar hoy reciben sólo 78 mil pesos por mes. La cooperativa se raleó porque muchos tuvieron que conseguirse otras changas.
Anamá también está en la plaza. Habla del trabajo en los espacios de cuidado: ella es parte del bachillerato popular de Roca Negra, en el sur del conurbano, donde el Frente Popular Darío Santillán tiene un jardín comunitario para 30 niños menores de tres años.
“Los cuidábamos con doble jornada, a la mañana y la tarde, les dábamos el desayuno, el almuerzo y una merienda. Ahora, por los recortes de Pettovello, sólo podemos cuidarlos por la mañana. Además tuvimos que pedir a las familias que colaboren con el comedor, porque nos dejaron de llegar los alimentos que antes mandaba la Nación”.
En cada uno de los emprendimientos se podía observar cómo lo construido en más de una década de esfuerzo se está perdiendo. Por ejemplo: las cuidadoras de este jardín comunitario son todas vecinas que lograron estudiar, cursan el magisterio o se están formando como maestras del nivel inicial (lo que antes se llamaba maestras jardineras). Como les quitaron el Nexo, tuvieron buscar otros trabajos para complementar sus ingresos. Casi todas, dice Anamá, pasaron a trabajar limpiando casas.
María López, de Villa Corina (Avellaneda) integra la cooperativa Artigas, que se dedica a arreglar muebles escolares. “Empezamos en el 2016. Nuestros clientes son los consejos escolares, que nos mandan los muebles que necesitan reparar, sobre todo sillas y mesas: los desarmamos, los limpiamos, los lijamos, los volvemos a reencuadrar, los soldamos, los pintamos, reponemos las partes dañadas, como los respaldos a las sillas o las tapas de las mesas. Volvemos a armar el mueble”.
El emprendimiento arrancó como una contraprestación del plan Argentina Trabaja, en el 2009. Con los años creció y pudo empezar a facturar y a ponerle valor agregado a sus tareas. En diciembre, los cooperativistas cobraban un Potenciar, un Nexo y la ganancia que lograra el equipo. “Con Milei los precios de los materiales se fueron a las nubes. Hoy no podemos hacer los trabajos de carpintería, por ejemplo no podemos ponerle a las sillas un respaldo nuevo. Lo único que podemos hacer es es reciclar y de dos o tres sillas rotas armar una. Volvimos a hacer el trabajo del comienzo, otra vez estamos reciclando y nada más. Somos menos en la cooperativa, porque perdimos los planes Nexo. Nos entran menos ingresos, porque las escuelas están cortas de presupuesto”.