Al menos en la Argentina, cada vez que se habla de música urbana los géneros que retumban fuerte son trap y reggaetón. Incluso por encima del hip hop y el funk. Aunque los que ganaron cancha en los últimos años fueron el neo soul y el R&B (siglas con las que también se denomina al rhythm and blues, que surge de la mezcla de jazz, blues y góspel). Si bien hay cantantes que manejan más un estilo que otro, Chita domina ambos. Lo que le permitió hacerse un lugar en ese sobrepoblado universo sonoro. De hecho, fue la que mejor lo hizo (comparable con la era Versus de los Kuryaki), a contramano de su bajo perfil. Y es que encontró el equilibrio justo entre la raigambre estadounidense y la traducción argentina, ayudando a establecer los cimientos de una escuela con identidad propia.
Cuando ya era un deleite escuchar esas canciones aletargadas y nocturnas, esbozadas por esa voz de hechicera, la artista pateó el tablero. Sucede que su nuevo álbum, Atelier, apunta hacia el pop. Sin embargo, si en algo coinciden la flamante veta con su impronta urbana (amén de esa bendita voz) es que ambas son alérgicas a la obviedad. Lo que la sitúa a medio paso de la vanguardia. “Ni te imaginás la ansiedad por la que tuve que pasar. Estuve un año y medio en silencio, y, tomando en cuenta cómo son los tiempos hoy en día, eso es terrible”, confiesa la cantante y compositora, que presentará su novel encarnación este viernes 7 de junio en C Complejo Art Media (Av. Corrientes 6271), a las 20. “Lo único que me tranquilizaba era saber que lo que estábamos haciendo estaba buenísimo”.
Atelier aparece además en una época en la que la delgada línea entre los géneros es más difusa. Para muestra está lo que le pasó a Nafta. El baluarte del nuevo funk local fue rotulado por una conocida marca de ropa como “artista de soul”, en tanto que ganaron el Gardel en el rubro “Mejor álbum pop alternativo”. Parece que lo único real en la actualidad es la confusión. “Cuando estaba haciendo las canciones del disco, no sabía muy bien lo que quería. Mientras se pulía, se llegó a ese lugar”, explica quién debe su alias no al personaje de la tira animada Thundercats, sino a “Panchita”: forma familiar con la que se suele llamar a las Francisca. “Se decía que mi música era soul o R&B. Un poco es cierto, pero la realidad es que eso forma parte de una cultura que a mí no me pertenece. Ya no tenía nada más que explorar ahí”.
-Recién dijiste que los géneros que te dieron a conocer provienen de una realidad diferente a la tuya. Sin embargo, a pesar de la inopia acerca de la cultura afrodescendiente local, en la Argentina se generó un lenguaje propio de música urbana. De ahí proviene su auge a nivel mundial. ¿Cómo fue para vos tratar de asimilar eso?
-Cuando saqué mi primer EP, todo fue muy inocente. Aunque me parecía un poco polémico que le dieran esas etiquetas a mi música porque no soy norteamericana. Desde los últimos lanzamientos hasta ahora, pasó un gran tiempo. Entendí más el género, y lo que quería hacer. En este nuevo álbum fui dejándome llevar por lo que pasaba, y terminamos llegando a ese lado más pop. Al principio me costó bastante, porque me costaba escucharme. Hasta que en un momento lo acepté, y me pareció buenísimo.
-¿Cómo te cayó la ficha?
-Hubo mucho conflicto. Fue un proceso más personal que musical. El primer tema que salió del disco, “Sola”, ya de por sí es raro. Cuando lo terminamos, no sabía cómo encasillarlo. Aparecieron más canciones, e hice clic. Me di cuenta de que estaba peleándome con mi entorno y conmigo misma. Tras cambiar la mentalidad, empecé a apreciar las canciones.
-Si la novedad fuera un karma, parece que te persigue. Atelier tampoco comulga con el pop que se hace acá.
-La interpretación en la Argentina es diferente a la de afuera. Si bien el pop tiene varias definiciones, acá alude a lo popular. Hoy ese lugar lo ocupa el reggaetón, porque es lo que más suena. Pero en otras partes del mundo la etiqueta se refiere a Rihanna, Lady Gaga o Britney Spears. También lo es la electrónica más festiva. En Atelier tuve la suerte de trabajar con un productor estadounidense (Josh Cumbee, quien compartió ese rol con la argentina Claudia Brant). Su trabajo abrió el juego para que suene diferente.
-Cuando SZA actuó en el último Lollapalooza generó desconcierto porque su propuesta no se parecía a la de los artistas afrodescendientes norteamericanos. Una muestra de que los estereotipos están para romperse.
-A ella la amo. Siento que lo que hace es súper fresco. En mi caso, el sonido fue mutando porque al principio estaba escuchando muchos boleros. “Sola” y “Maldito mío” apuntan a eso. Y se los mostré a mi productor. Como no conocía nada de lo que hacía, hizo su propia interpretación. Por eso los temas terminaron quedando tan especiales. Cuando me amigué con el camino que estábamos tomando, usé varias referencias de las artistas pop que me gustaban en mi adolescencia. A mis 11 años escuchaba Confessions on a Dance Floor, de Madonna; Circus, de Britney; y el primer disco de Rihanna.
-Decisión clave para la coherencia del disco fue el armado del repertorio.
-Eso es muy loco porque el disco lo hice con dos productores diferentes, y aun así todo terminó teniendo coherencia. Cuando tuve todas las canciones terminadas, hice el laburo de sentarme a escuchar y decidir el orden.
-Al ser pareja de un músico notable como Ca7riel, ¿compartiste el proceso con él o mantuviste cierta distancia artística para no mezclar las cosas?
-Le gustaron las canciones. Pero participó más como acompañamiento moral y apoyo. Cuando él termina un tema, al minuto me lo manda. Es un libro abierto. Y yo soy todo lo contrario: no me gusta mostrar nada. Recuerdo que cuando el disco iba por la mitad, me pidió que le mostrara algo. Como nos dedicamos a lo mismo, nos entendemos.
-Más allá del pop y la vanguardia, las letras de estas canciones remiten a las del bolero. ¿Eso sí fue consciente?
-Eso sí fue explícito. Tengo como una obsesión con la letra de los boleros, porque tienen una simpleza que para mí es maravillosa. Hubo cierta búsqueda de eso. Mientras hacía el álbum, sentí que algo de la letra estaba agotado. Por eso, a la hora de escribir, decidí que fuese sobre una vivencia más personal. Es la primera vez que le di bola a lo que decían las canciones.