Busqué fotos, encontré algunas pocas. Elegí dos de dudosa nitidez. Las trabajé con filtros y las acomodé en la pantalla. Seleccioné letras cursivas, me daban la sensación de ser más cálidas y escribí un lacónico: Hasta siempre, Norita. No te olvidaremos. Enviar.

¿Y ya está? ¿Eso iba a ser todo para Norita? Una sensación de gusto a poco me perseguía. Leí las semblanzas, los homenajes, las cosas que se publicaban, devoré las redes mirando fotos y recuerdos, pero la sensación de gusto a poco seguía.

No tengo una anécdota especial con Norita. Nos hermana la misma fecha de cumpleaños, nuestra escasa estatura, las ausencias y varias luchas. Eso ya es suficiente para abrazarnos, reírnos, darnos fuerza y desearnos suerte. Sí, hablo en presente, permítanmelo, todavía no puedo hablar en pasado, estoy en duelo.

No es raro que no tenga una foto con ella: siempre iba a estar con nosotros. No había apuro por sacar una foto. Las madres son eternas, no se piensa en tener recuerdos de ellas. Ellas están, siempre están. Ellas “son” no “eran”.

Necesité unos días para ordenar sensaciones, imágenes, sentimientos, y darme cuenta de que además de la ausencia de Norita me angustiaba no poder contestar unas cuantas preguntas: Y ahora…, ¿cuál será el lado Norita de la vida? ¿Quién nos lo va a marcar? ¿Nos va a alcanzar con todo lo que nos enseñó? ¿Y ante situaciones nuevas, esas más complejas, esas que nos vemos a veces atrapados entre lo que sabemos que debemos hacer, pero los posibilismos que nos enredan, sabremos decidir? Norita no dudó en entrelazar la lucha de los pañuelos, el blanco y el verde, y marcó camino. Y en las que surjan inesperadas, abruptas, ¿qué haremos?

Cuántas veces repetimos: “El testimonio en primera persona es irreemplazable. No es lo mismo leer un libro o mirar un documental, que poder charlar con la persona que lo vivió”. Sí, es así, no tengo dudas. Quizás por eso la angustia de saber que no solo perdimos a Norita como tal, sino que perdimos una voz potente para narrar los hechos de nuestro pasado con verdades irrefutables. Perdimos la posibilidad de entrar en una escuela del brazo de alguien que todos veneran, respetan, y se disponen a escuchar. En tiempos de odios e insultos, estar con ella era tener un escudo contra todos los males, contra los odios, contra las nuevas violencias. Porque los ex detenidos pasamos desapercibidos, salvo algunos, más conocidos que otros. No emitimos un halo para frenar las agresiones actuales. Nos atraviesan, nos impregnan. Norita acomodaba su pañuelo, empezaba a hablar y se generaba la magia con el público. Eso me duele, no me resigno a perder esos momentos.

Y si vamos perdiendo los relatos en primera persona, ¿cómo los empezamos a reemplazar? ¿Cuántas acciones debemos realizar para suplirlos? ¿Será posible?

Leo en las redes que continúan los homenajes, los videos del velorio emocionan, infinidad de dibujos con frases que sintetizan sus luchas, pancartas con su foto en la plaza de Ni una Menos. ¿Será suficiente? Es necesario interpelar a las nuevas generaciones con emociones que los hagan vibrar, apropiarse de esas historias, sentir corporalmente las luchas de Norita y de tantos más… ¿Se estará haciendo?

¿Se habrán realizado charlas en las escuelas hablando de Norita? Seguro que valientes docentes, desoyendo el falso concepto de “adoctrinamiento”, el 30 de mayo se tomaron minutos para contar quién fue esa valiente Madre.

En las primarias, me imagino que los más chicos se animaron a hacer dibujos, que luego pegaron en las ventanas de los pasillos. Seguro que algunos la bocetaron con bastón, otros en la plaza con otras Madres y hasta alguien se animó a ponerle alitas mientras la hacía subiendo al cielo. Sí, seguro que eso pasó.

O quizás hicieron una dramatización y eligieron a la alumna más pequeña, la primera de la fila para que fuera la protagonista. Le habrá dado vergüenza al principio, pero también orgullo, y se animó a imitar su manera de caminar en las marchas.

En los secundarios, los profesores de Historia, Ética y Participación Ciudadana leerán párrafos de su biografía y tratarán de explicar qué significa “El lado Norita de la vida”. Los estudiantes armarán podcasts, algún TikTok y junto con las autoridades buscarán un lugar en la escuela donde pintarán un pequeño mural a modo de homenaje. Sí, seguro que esto está pasando.

En las universidades, a pesar de la profunda crisis que se están viviendo, debió de ser un hecho trascendente en la formación del estudiantado. Las cátedras de medios audiovisuales de las distintas carreras seguro que les dijeron: “Vayan, filmen, registren la marcha espontánea a Plaza de Mayo ¿Quién produce un hecho así? Muy pocos. Analicen esas escenas. Hagan entrevistas, indaguen por qué vinieron, qué los movilizó a acercarse. Sí, sí, puede ser parte de un futuro trabajo práctico”.

Las cátedras de historia reciente y análisis político habrán registrado los microrrelatos de las personas que asistieron al velorio, los cantos, tantas historias, tanto material para analizar y comprender la grandeza de esta madre…

Los obreros de las fábricas recuperadas, cooperativistas que estuvieron en conflicto y a quienes Norita siempre acompañó, a pesar de las inclemencias del tiempo, harán un minuto de silencio para recordarla y algún salón de un sindicato llevará su nombre.

Todo esto y mucho más habrá que hacer para mantener la memoria viva de Norita, porque se lo debemos, porque nos lo debemos.

Y si no hacemos como mínimo todo esto, ¿qué pasará? Quedará solo un recuerdo, y eso no nos va a alcanzar para comprender nuestro presente. Los recuerdos son esas muecas risueñas que hacemos cuando vemos algo que nos produce ternura de una linda época; como cuando recordamos nuestros juegos en la vereda a cualquier hora, mientras las mamás tomaban mate junto a las vecinas.

Pero no quiero un recuerdo tierno, quiero que Nora sea presencia, sea motor de transformación de esta angustiante realidad que nos agobia. Que su invocación interpele a los jóvenes a hacer lo imposible, como ella lo hizo en su tiempo. Que cuando se invoque su nombre signifique todo lo que fue, no como nos dice el tango, tan solo un pálido reflejo.

No me conformo con resignarme a pensar que dentro de unos años digamos “Norita” y simplemente hagamos una mueca edulcorada como cuando recordamos nuestras tardes en la vereda o canturreemos el tango volver. No, eso no.

Norita, siempre Norita, por su fuerza, por su historia nunca será un pálido reflejo, no lo permitamos.

 

La autora es ex detenida-desaparecida de la Noche de los Lápices. Autora del libro La Larga Noche de los Lápices.