En el discurso liberal vulgar, el Estado es descripto con calificativos antropomórficos negativos. Si se critica su tamaño es “gordo”, si se acusa su ineficiencia es “bobo”. La bobeza estatal tiene la forma de un principio dogmático, apriorístico, que puede pasar por risueño en el panelismo televisivo, donde se construyó el personaje de Milei (en Japón ya empezó Gran Cuñado, un Milei kabuki que grita “¡afuera! ¡afuera!”), pero que trae consecuencias ruinosas si se lleva a la gestión pública. Como una profecía auto validada, Milei vino a encarnar al Estado bobo.

Un Estado es bobo cuando hace algo que va en contra del objetivo planteado por él mismo. El gobierno actual abunda en este comportamiento. Busca reducir el déficit fiscal pero hunde a la economía en una profunda recesión que atenta contra la recaudación en un sistema impositivo procíclico.

El mes de mayo lo salvó el denostado impuesto País y las ganancias empresariales por la devaluación, acaso los dos pecados más grandes para un libertario: la manipulación estatal del valor de la moneda de curso forzoso y el impuesto al dólar, la moneda libre prometida (de curso forzoso de otro país).

El Gobierno disparó el valor del dólar en un 120 por ciento en diciembre, desatando un pico inflacionario. Tras seis meses de alta inflación (el promedio aún es más alto que la que tenía Massa) se fue perdiendo el efecto cambiario, y en mayo, en plena cosecha gruesa, el campo le liquidó 37 por ciento menos que a Massa en plena sequía.

El freno en la obra pública, además de destruir la construcción, es un peligroso sabotaje a la infraestructura del país, y encarece la matriz energética. No previó la compra de gas, los autos e industrias se comieron un apagón, y terminó comprándolo de apurado diez veces más caro, aumentando también el monto de los subsidios que buscaba bajar.

No hay plata, pero le pareció oportuno comprar 24 aviones de guerra a los socios del país invasor que mantiene ocupado parte del territorio argentino y llegado el caso puede impedir que despeguen.

Querer ahorrar acopiando alimentos es el colmo de la marranomics (el consejo financiero de Ramiro Marra acumulando atunes en campaña), en vez de entregar la comida para combatir a la indigencia autogenerada y no a la Justicia.

Se ufanan de limpiar el déficit causifiscal del BCRA a costa de pasárselo al Tesoro. El “Messi de las finanzas” se hace los goles en su propio arco. De igual modo, quiere reducir el déficit fiscal de la Nación desfinanciando a las provincias, donde radican los mismos contribuyentes, al cortarles las transferencias corrientes.

El presidente llamó “degenerados fiscales” a los diputados que votaron una nueva fórmula jubilatoria a favor de nuestros viejos, pero el rey de la licuadora y la tijera, por capricho ideológico, va a tener que pagar 4900 millones de dólares del swap a China, que sumado a la mala praxis en la importación del gas implica perder, tontamente, más de un cuarto de las reservas del BCRA. Lo que sale caro es tener un bobo en el Estado.