EL CAMBIO DE GUARDIA 7 puntos

(Argentina, 2024)

Dirección y guion: Martín Farina.

Duración: 72 minutos.

Estreno exclusivamente en Malba Cine, los sábados a las 22 horas.

Dicen que las amistades más duraderas son aquellas que se forjan en el amanecer de la adultez. Los protagonistas de la última película de Martín Farina (Fullboy, Taekwondo, Los niños de Dios) parecen confirmar esa regla nunca escrita. Basta con observar la primera escena de El cambio de guardia, ganador del premio al Mejor Largometraje de la Competencia Argentina en el último Bafici: un grupo de hombres de unos sesenta años se reúne durante al cambio de guardia anual del Regimiento de Patricios, frente al Cabildo, mientras esperan ansiosos la llegada de un rezagado. ¿O acaso ese año no será de la partida? El ritual de apariencia patriótica tiene en realidad una razón emocional de peso. Es que los seis se conocieron precisamente allí, décadas atrás, cuando hacían la colimba en plena dictadura. Eran entonces chicos de dieciocho años enfrentados a los catorce meses de entrega obligatoria a la patria, y es evidente que las experiencias fueron imborrables. Las de esos tiempos y las de los años que siguieron, ya que el sexteto nunca dejó de sostener el vínculo y, por lo tanto, de generar nuevos recuerdos.

Pero Juan, el que falta, nunca aparece. Ese año y el que le sigue no formará parte del clan. Ni siquiera responderá a los mensajes de WhatsApp, como afirma uno de ellos, algo desconcertado y hasta ofendido. Las razones no tardarán en atravesar la pantalla. Rodada a los largo de varios años, El cambio de guardia ofrece un retrato particular de aquello que los argentinos hemos bautizado “grieta”. Cuando Juan reaparece luego del hiato, las discusiones durante los encuentros se regeneran. Palabras como “facho”, “zurdo”, “macrista” y “K”, en todos los casos utilizadas como epítetos, flotan en el aire entre las tiras de asado, los vasos de vino y las opiniones sobre la coyuntura política. Como suele ocurrir en los grupos de amigos, ante la disidencia algunos de ellos intentan atemperar opiniones y posturas, tal vez sabiamente, mientras otros le otorgan a su razonamiento la fuerza del enojo y la inquina momentánea, más allá del cariño mutuo.

En la gacetilla de prensa el realizador escribe que hizo la película “con la idea de proyectar en público un diálogo imposible, acercando una posibilidad de hacer el experimento performático de vernos reflejados en esa dificultad. ¿Cómo se hace para no estar de acuerdo tan profundamente con alguien que uno ama?”. Familias divididas y amistades quebradas por las diferencias políticas, padres e hijos que no se han vuelto a hablar por encontrarse en extremos opuestos del espectro, la argentinidad como eterno Boca versus River, con sus chicanas e intentos de argumentación, en cualquier ámbito. El hecho de que uno de los amigos viva en el exterior y a algún otro le vaya mejor económicamente aportan elementos para el debate, y el vínculo grupal y particular entre unos y otros dibuja un gráfico de picos y mesetas, como un electrocardiograma.

Ilustrado con imágenes de archivos personales y algún recorrido actual por los viejos pabellones patricios, los seis (a veces cinco) amigos tiran carne a la parrilla, se dicen cariñosamente “maricón” y “puto” –marca generacional sin el filtro de la corrección política–, festejan cumpleaños y otras fechas celebratorias y vuelven a juntarse, más allá de las diferencias. Pero la cosa siempre se acalora entre Juan, el anti-K, y Luco, el K, y esa diferencia parece haber llegado para quedarse hasta el fin de los tiempos. Fuera de campo quedan sus trabajos, sus familias y otros probables conflictos personales: lo que le importa a Farina es enfocar la luz en esa fraternidad que parecía a prueba de balas, pero cuya armadura ha comenzado a ser permeable a las esquirlas. La amistad es un tesoro divino, pero también puede ser un campo de resonancia de las diferencias cada vez más agrietadas del campo social.