Desde hace 29 años conviven, rodeadas de viviendas bajas y sencillas, la plaza Santa Isabel de Hungría y la Casa de Cultura, un espacio promovido por los vecinos del barrio Alvear, en el sudoeste rosarino, y actualmente integrado a la red cultural de la Municipalidad de Rosario. Con un aspecto totalmente renovado se establece como punto de partida para resignificar un lugar de gran importancia para la comunidad barrial.
Barrio Alvear guarda un vínculo especial con una Rosario que, pensada desde la actualidad, parecía tener otro destino. El regular asentamiento de infraestructuras amplias y gastadas donde funcionan talleres, pequeñas fábricas o depósitos, huellas de una Argentina productiva que se diluye, son parte de un paisaje urbano que coexiste con las viviendas levantadas hace varias décadas, otorgando una fisonomía de ciudad obrera muy marcada.
La plaza siempre ha sido el espacio de socialización por excelencia de la comunidad. Los árboles dispersos en la media manzana sobre el que se extiende todo este espacio de recreación urbana ya han dejado el manto de hojas amarillas sobre la tierra en la que ralea un poco de pasto, tonificando el gris del otoño. El nuevo espacio físico de la Casa de Cultura emerge desde el fondo entre la atracción de la novedad y la cautela de un sitio que procura seguir reinventándose.
La fachada se ha vuelto más atractiva, exponiendo un aire de modernidad que conecta bien con el entorno. Las paredes de un verde amarillento dejan ver el logo de la municipalidad y el nombre del espacio. Barrio Alvear, al otro lado del muro, exhibe el profundo sentido de pertenencia del vecindario. En uno de los laterales de la Casa se observan montículos de tierra, herramientas de albañilería y trabajadores de la construcción que aún continúan con las obras del sector exterior.
Un objetivo buscado en la planificación de la remodelación fue que los vecinos pudieran percibirla y experimentarla efectivamente como una casa. Para ello, lo primero, era proyectarla hacia el exterior, que dialogue más intensamente con el barrio. Con este propósito se abrieron ventanales en la pared contigua a la plaza, adornadas con extensas hileras de ladrillos, formando una especie de muro calado. A partir de esta intervención se logró una integración del adentro con el afuera, exhibiendo el conjunto de árboles, bancos, juegos de la plaza a quienes se encuentran en la parte interior y mostrándose generosa y dispuesta para quienes transitan por el espacio público.
La estructura contempla dos espacios principales: una sala de unos 70 metros cuadrados y otro salón mucho más amplio de usos múltiples (SUM). A la sala se ingresa por el Pasaje Lett. Allí, en el centro, se encuentra la recepción. En dos rincones opuestos, los materiales desplegados evidencian el trasfondo de la propuesta. Junto a una ventana que recibe una luz teñida de turquesa, fucsia y violeta por el tratamiento de los ladrillos exteriores, se observan juegos didácticos para la primera infancia y almohadones que impulsan a desarrollar las actividades en el piso. Sin una delimitación concreta, pero suficientemente clara por el tipo de materiales allí dispersos, se trata del sector mejor preparado para esta etapa del crecimiento de los niños y niñas.
En otro rincón se levanta un entrepiso, cuyos límites son una segunda ventana (y su melange de colores) a un lado y la biblioteca empotrada en la pared al otro. Los libros y juegos se lucen en los flamantes anaqueles de madera y geometría perfecta, cumpliendo con el propósito de volverse visibles, (llamativos), para quienes se encuentren transitando la Casa. El entrepiso de pequeñas proporciones se torna un refugio más que agradable para compartir la lectura. En esta sala también se despliega una rampa descendente que la conecta con otro ambiente, denominado “usina cultural de diseño textil”, en el que se esparcen mesas y otras herramientas pensadas para esta actividad.
El salón más grande, de techos más altos, de aspecto más industrial, al que se ingresa por la sala descripta o por un portón directamente desde la plaza, está proyectado para el movimiento, para el cuerpo. Allí se distribuyen seis mesas amplias, enormes vigas preparadas para resistir telas, sogas o cualquier otra actividad aérea que se quiera realizar y un escenario que sobresale y que completa el amplio abanico de opciones. Un enorme jenga sin uso se acumula en un rincón. Para ganar espacio, en una de las paredes cuelgan varias sillas que se parecen a una tribuna plana, en dos dimensiones, a la espera de los primeros espectadores. La disposición estimula la circulación, la curiosidad, el compartir. Las seis mesas hilvanan un camino de exploración y de hacer junto a otros.
Más que un espacio físico
Pegadas al interior del portón de acceso se pueden ver una serie de piezas imantadas, desordenadas, que conforman las portadas de una decena de libros infantiles. El desafío para los niños y niñas es volver a acomodar este rompecabezas, devolverles un sentido original.
Algo similar ocurre con el dispositivo. Su nuevo equipamiento se dispersa en los 330 metros cuadrados recientemente restaurados. Y parte de lo que viene será articularlos con los intereses de la comunidad. Porque para que sea percibido efectivamente como una casa es insuficiente acotarla a su aspecto material. Más lindo no significa mejor ni más funcional. Las viviendas se vuelven casas en el ejercicio cotidiano del afecto, de las vivencias compartidas por sus moradores. No basta con ocuparlas, hay que habitarlas, promover una familiaridad. Los juegos, los libros, la vitalidad de los colores y hasta sus espacios vacíos deberán encontrar su sinergia con personas de carne y hueso que tendrán el desafío de hacerlo propio. El concepto de casa le imprime un sesgo y prioridades al dispositivo. El renovado lugar se presenta como una oportunidad para favorecer las actitudes de apropiación de las personas del barrio.
Los coordinadores pedagógicos que reciben a los vecinos los miércoles, jueves y viernes entre las 10 y las 16 facilitan que los visitantes adopten una actitud exploratoria y abierta a un uso propositivo. Pablo González, uno de los coordinadores, comenta a Rosario/12: “La propuesta tiene que ver con un abordaje en que las familias del barrio se lo apropien, que pueda ofrecerse como un lugar para estar. Que quienes se acerquen contemplen la posibilidad de venir a jugar, a leer un libro, a tomar mates o simplemente sentarse a charlar y que se puedan fortalecer los vínculos de la comunidad”.
Al promoverse como “lugar para estar” se abre un universo de posibilidades más flexible, en la que se integra con el espacio público de la plaza y conviviendo con los cursos y talleres que se vayan proyectando. En el corto plazo se prevé uno de ajedrez y otro articulado con la Escuela de Diseño y Producción Textil de la Municipalidad. “Nosotros estamos abiertos a que los vecinos sean los protagonistas y, de alguna manera, vayan moldeando este espacio de acuerdo a sus expectativas, a sus necesidades”, remarca el coordinador.
La propuesta del dispositivo también es acercar a los niños y jóvenes a los diversos lenguajes de la cultura y el arte. Ya sea mediante propuestas más vinculadas a la actividad intelectual (lectura y juegos de ingenio) o corporal (escénico, performático). Propuestas que serán los propios vecinos los que las acepten o las rechacen.
La reapertura de la Casa de Cultura se dispone así a encontrar una mixtura que recoja las mejores experiencias de sus primeros 29 años y las demandas actuales de los habitantes del sudoeste rosarino. Como las piezas del rompecabezas, cada uno de los nuevos elementos que componen el flamante espacio tendrán el desafío de imantarse con la historia, el presente y las necesidades de los vecinos del Barrio Alvear.