Debo confesar, queridas lectoris, que por efectos de la pandemia (o sea, comer pan), de una actitud sedentaria en la vida, y de un metabolismo tendiente a la fiaca, he desarrollado en estos tiempos un no muy ligero sobrepeso, al que no he podido cambiar por “sobredólar”, de manera que lo sigo teniendo depositado a tasa variable en mi propio banco abdominal.

Como estamos viviendo tiempos de crisis, me veo obligado a gastar ese “ahorro”, y aunque trato de bicicletearlo (andando en bici fija) todo lo que puedo, finalmente mis acreedores me confiscaron algunos de mis ¿bienes? alimenticios –léase harinas de trigo, grasas en general, dulces varios– para, dicen ellos, que mi economía recupere un aspecto más saludable, desaparezca mi “inflación” y mi metabolismo dé superávit.

Los panqueques, obviamente, al reunir algo de harinas, grasa (manteca o aceite) y dulce, están entre los productos cuya importación está marcadamente prohibida.

“Los panqueques hacen mal”, me dijo el médico. Y yo no entendí si estaba hablando de nutrición o de política, aunque leyendo las noticias de esta última semana respecto de lo que hace este gobierno con los alimentos, se me hace que no hay mucha diferencia entre ambas disciplinas.

Hecha esta aclaración, volvamos a los panqueques. Cuando se trata de “los que se comen”, he de decir que me encantan, sea en versión lujuriosa (los de dulce de leche), o en su exquisitez gourmet (los de jamón y queso). Cuando se trata de “los que no se tragan”, léase aquellos que se han ganado ese apelativo por sus vueltas y vueltas políticas y económicas, no me gustan nada.

O sea, a unos no los puedo comer (por dieta), a otros no los puedo digerir (por memoria).

Como el médico no me prohibió hablar de los panqueques político-económicos (aunque debería, ya que también hacen mal), a ellos y ellas se referirá esta columna.

Supongo que los panqueques existen desde el comienzo mismo de la civilización humana, y lo digo así porque no me consta la existencia de dinosaurios que se hayan dado vuelta ni de cebras que hayan apoyado a los leopardos en alguna eventual batalla entre manadas de ambas especies. Y aunque esta misma semana escuchamos y vemos a expingüinos que se dicen leones, sabemos que se trata de ratas disfrazadas que nunca dejan de ser tales.

Es posible que algunos egipcios apoyaran a los hititas, que entre los griegos y los persas haya habido vuelteros, que algún cartaginés haya apoyado a Roma en la edad antigua, pero no nos consta. Sí sabemos que “la panquecada de a bordo” es múltiple en estos tiempos que nos corren, y en sus cercanías.

Acabo de ver, por ejemplo, un excelente documental sobre la vida del mariscal Philippe Pétain, quien, luego de haber sido un héroe en la Primera Guerra Mundial batiendo a los alemanes en la legendaria batalla de Verdún, durante la Segunda Guerra fue quien se rindió a los alemanes (cosa que podríamos entender), pero luego instaló en Vichy un régimen filonazi, colaboracionista, “haciendo más de lo que le pedían”. Lo increíble es ver a miles de franceses, allá por 1944, aclamar a Pétain y, acto seguido, entonar a viva voz La Marsellesa, himno que los alemanes habían prohibido expresamente.

Seguramente, en nuestra propia historia habrá habido gente que viraba del federalismo al unitarismo y viceversa, del conservadurismo al radicalismo, del radicalismo al radicalismo (sí, no es una errata, es que todo el partido variaba su línea), del comunismo al gorilismo, del peronismo al neoliberalismo ("¡Síganme, no los voy a defraudar!") sin dejar de ser peronistas, del progresismo al macrismo, o el libertarismo en sí, que dejó de ser una doctrina de izquierda anárquica para ser una de ultraderecha descacharrante.

En nuestra historia reciente pero no tanto, no podemos dejar de mencionar a Cleto, el del “voto no positivo”, quien fue “kirchnerista hasta la médula”, una médula que luego, al parecer, cambió su citología. Y más cerca, mucho más cerca, tres panqueques cuya receta daremos para que nuestros lectores sepan lo que se cocina (y no se lo traguen).

Miguelito quemado al rhum

Fue senador jefe de bloque con el kirchnerismo, virado luego a un peronismo antikirchnerista, candidato a vice de Macri, larretista, peronista amigable del mileísmo, y últimamente oscila entre un matiz amigablemente opositor, y otro furiosamente dialoguista.

Patito vuelta y vuelta

De apellido ilustre, hizo sus primeras armas en el peronismo de los setenta (lo de las armas, dicen que es metafórico), pasando luego por el Frepaso, ministra de De la Rúa, lilitismo (Carrió), PRO (macrismo duro), ministra de Seguridad; y ahora, mileísmo, enfrentada o no a Macri, de acuerdo al viento.

¿En qué panqueque te has convertido, Daniel?

Daniel, un empresario exitoso como deportista, entra a la política por el menemismo, luego pasa al duhaldismo, y de allí al kirchnerismo, del que es candidato presidencial en 2015. Años después, lo vemos en el albertismo, del que es ministro y precandidato fallido; y, últimamente, libertario convencido. Me cuesta creer que eso sea producto de una sola persona, y por eso, me pregunto si no son dos. No lo sé.

Lector, si quiere disfrutar de las recetas, le sugerimos el video Los panquequitos, un estreno de Rudy-Sanz.

¡Buen provecho!