Un juez ordena la detención en Estados Unidos del otrora jefe de campaña de Donal Trump en 2015, Steve Bannon (foto). Se lo acusa de motorizar un golpe de Estado por el ataque al Capitolio el 6 de enero de 2021. En forma simultánea, el Tribunal Supremo de Brasil dictamina el encarcelamiento de doscientos partícipes del asalto golpista de Brasilia, del 8 de enero de 2023. Estos dos hechos coinciden con las elecciones para el Parlamento Europeo, en las que una alianza de la derecha y la ultraderecha disputan la mayoría de la representación en Bruselas.

Según los reportes periodísticos, las fuerzas de seguridad de Brasil han logrado arrestar a una parte minoritaria de los procesados y se especula con que una gran parte de ellos han escapado a la Argentina y a Uruguay. En ambos países estarían siendo asilados y protegidos por integrantes de fundaciones ligadas a la nueva ola reaccionaria que se extiende por Europa y América. En la última semana, el hijo del expresidente brasileño Eduardo Bolsonaro solicitó asilo –ante las autoridades gubernamentales argentinas– de varios de los imputados por la justicia de su país. Estas sinergias reaccionarias son un ejemplo mínimo del gigantesco dispositivo de poder desplegado por la Internacional Reaccionaria iniciada a mediados de la década del 70 del siglo pasado, orientado a imponer la financierización y la reconfiguración cognitiva de los trabajadores para suplantar la sociedad del trabajo por la hegemonía de la globalización neoliberal basada en la desregulación financiera y la instauración de cadenas de valor basadas en la depredación ambiental extractivista y la maximización de la explotación laboral.

A mediados de los años 70 la Comisión Trilateral, fundada por David Rockefeller, propuso la sustitución del Estado de Bienestar y su reemplazo por un mecanismo más acorde a los intereses del poder global occidental, conformado por las trasnacionales, Wall Street y el Complejo Militar Industrial. Según la Trilateral y su precedente el Club Bildenberg –reunido recientemente del 30 de mayo al 4 de junio en el Hotel Mirasierra, en Madrid– la superación de la sociedad orientada al trabajo debía prever un esquema de dominación capaz de impedir rebeldías económicas y/o soberanas. Para garantizar dichos objetivos, fue sugerida una convergencia de acciones basadas en cuatro dimensiones (1) estratégicas, (2) económico-productivas, (3) sociales y (4) religiosas.

Las estratégicas se vinculan con el control militar de los territorios, la logística, las rutas comerciales, la capacidad de intervención táctica, la comercialización de aparatología bélica, la influencia sobre las diferentes fuerzas armadas, de seguridad y de espionaje de cada uno de los países. Los siete comandos estadounidenses y la OTAN aparecen como los núcleos de planificación central. Las dimensiones económico-productivas remiten a la posibilidad de controlar los mercados globales mediante la manipulación de divisas, créditos, inversiones y control de los recursos naturales críticos. Las sociales remiten a una reconfiguración cognitiva basada en una red gigantesca de dispositivos comunicacionales dispuestos a instaurar un “orden natural de las cosas”, en el que se perciba como peligrosos y culpables a los sectores más desposeídos.

El programa neoliberal –en sus diferentes versiones– busca la degradación de la política como espacio de canalización de demandas. Con ese objetivo busca el debilitamiento de las organizaciones populares, el desprestigio de los sindicatos y la fragmentación de los mercados de trabajo. Para instaurar ese modelo exige el control de las soberanías nacionales, forzadas a convertirse en simples secciones geográficas de cadenas de valor incontrolables por las regulaciones estatales. Este ordenamiento global produce, a su vez, una profunda degradación de las instituciones gubernamentales que poco (o nada) pueden hacer frente a estos dispositivos de control global.

La creación de chivos expiatorios permite descargar la frustración sobre inmigrantes, “choriplaneros”, zurdos, negros, pobres, mujeres, disidencias sexuales, o sobre integrantes de una ambigua “casta política”. El resultado de esta ingeniería social busca imponer la “dictadura del empresariado” en nombre de una libertad que exige guerras por la sobrevivencia contra los que se encuentran más abajo en la jerarquía social. Por su parte, las dimensiones religiosas suponen la inscripción en teologías de la prosperidad que endiosan a los Becerros de Oro y desprecian la compasión, lo comunitario y la solidaridad.

En la perspectiva del Tridente de Poder Global, “los mercados” –es decir ellos mismos– son la única institución valedera. El resto de las regulaciones, sean estatales o sociales, solo son válidas si no cuestionan sus prerrogativas. Sin embargo, puede salirles mal la planificación. Hay otros que también juegan. Y son el 99 por ciento de la humanidad.

Solo algunos países, poco acostumbrados a ser vaciados de espíritu soberano –como Rusia o China o la india– han sido capaces de resistirse ante esta globalización unilateralizada. Mientras que el programa del Tridente del poder global se proponía como vanguardia del Fin de la Historia, la OTAN bombardeaba Yugoslavia y el 7 de mayo de 1999 masacraba a los funcionarios diplomáticos chinos refugiados en su embajada en Belgrado. Ese día se iniciaba una confrontación que tiene hoy en Ucrania su campo de batalla más elocuente.