Te pueden gustar más o menos Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, estar de acuerdo con la curaduría testimonial del Indio o pensar que solo es una banda tributo… pero jamás te podés oponer a algo que genera una alegría popular sin comparación alguna en la historia argentina contemporánea: la franquicia apadrinada por Solari rompe todos los cánones de la crítica artística para instalarse en la dimensión de las emociones y los sentimientos colectivos. Por eso Gaspar Benegas, el principal interlocutor del combo ante el público, se guardó casi para el final del show en La Plata un párrafo preciso y totalizador antes del sentido “Juguetes perdidos”: “En estos tiempos que tanto esfuerzo ponen en dividirnos, cuidemos mucho esta oportunidad de unidad, esta hermosa unión que nos da la música; defendamos eso”.

Es que el que va a ver el proyecto creado por el Indio en 2004 y motorizado por sus músicos apenas antes del inicio del recital se pierde todo lo que le da sentido a las canciones: el encuentro anterior, esa congregación masiva de largos horas en las adyacencias del estadio donde opera un contrato social implícito de convivencia y felicidad donde circula un gentío variopinto y de diversa procedencia entre fogones, puestos de choripán, bebidas para todos los gustos, un mercado persa de gorros y remeras, cantitos compartidos y banderas rojas, banderas negras de lienzo blanco en el corazón.

Solo transitando esa previa se puede comprender la dimensión que termina de escalar con la prosecución de un repertorio que da lo mismo si es de Los Redondos, del Indio solista o de los muchachos que ponen su cuerpo en nombre del suyo para la exégesis ceremonial de canciones que disparan frases instaladas como máximas en remeras, en tatuajes o en el colectivo imaginario de un país que muchas veces se explica mejor en esas breves sentencias que en extensos soliloquios de pretendida intelectualidad.

“Damas y caballeros: los Fundamentalistas del Aire Acondicionado”. La frase, enunciada por Solari en una voz en off pregrabada en su estudio Luzbola de Parque Leloir, funciona como orden de largada: a partir de ahí comienza una ceremonia que se sabe cómo empieza y cómo termina (a la carga de “Ji ji ji”, claro), pero nunca cómo transcurrirá. El nuevo hito de esta mitología se cifró en el Estadio Único Diego Armando Maradona de La Plata, el mismo sitio donde en noviembre de 2005 Solari inició su etapa solista tras la dispersión de Los Redondos y donde en diciembre de 2021 su banda ofreció sus primeros conciertos presenciales después de las cuarentenas por la pandemia del Covid ya sin su líder creativo y espiritual sobre el escenario.

“Alien Duce adornó tu esclavitud y en un edificio en llamas te encanó”, fue lo primero que se escuchó en el aforo de la capital bonaerense pocos minutos después de las 21.30 horas. De “Último bondi a Finisterre” (penúltimo disco de Los Redonditos de Ricota) llegó la primera canción de la noche, aquella que refiere a “el pequeño gran matón de la Internet”. Profecía solariana de 1998, tweets antes de Twitter que se anticiparon 25 años a los tiempos que corren.

En lo sucesivo, y durante casi tres horas, Los Fundamentalistas se fueron alternando las voces entre sus integrantes para repasar canciones de la cuña del Indio como “El charro chino” (Gaspar Benegas), “Blues de la libertad” (Deborah Dixon), “¡Todos a los botes!” (Baltasar Comotto), “El blues de la artillería” (Fernando Nalé) “Ya nadie va a escuchar tu remera” (Luciana Palacios), “Etiqueta negra” (Sergio Colombo) o “To beef or not to beef” (Pablo Sbaraglia). Una horizontalidad vocal con el Indio como garante simbólico.

El rock como trinchera se potencia también con repetidos cantitos-libelos del público como “la patria no se vende” o “el que no salta votó a Milei”. Y, naturalmente, como la aparición digital de Solari en voces y pantallas en seis ocasiones específicamente elegidas: “Nuestro amo juega al esclavo”, “Amar… sanar”, “Un ángel para tu soledad”, “Encuentro con ángel amateur”, “Flight 956” y acaso el momento más vibrante de toda la velada: “Queso ruso”. Con sus advertencias (“Ahora vas comprando perlas truchas sin chistas” y el canónico “fijate de qué lado de la mecha te encontrás”), la pista vocal del Indio iba acompañada con distintas imágenes de sus performances escénicas junto a Los Redondos en Huracán ’94 y Racing ’99, dos de sus gestas de estadio más recordadas.

Para el cierre, naturalmente, “Ji ji ji”, otra edición de lo que el Indio definió alguna vez con rigor como “el pogo más del mundo” y ahora lo vemos convertido en parte del inventario de nuestra cultura popular. Cerca de la una de la madrugada del domingo, La Plata iba a apagando los últimos fuegos de otra ceremonia masiva de coincidencia artística e ideológica para la construcción de una necesaria trinchera emocional a la cabeza de un fenómeno inédito en la historia universal.

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