Algún costo tendría que pagar Ringo Starr por haber sido tocado por la diosa fortuna. Por haber estado, es decir, en la coordenada tiempo-espacio indicada (agosto de 1962-Port Sunlight), cuando Pete Best fue despedido de los incipientes Beatles, y él pasó a ocupar un preciado sitial en la que sería la banda más grande del mundo. Sitial que no solo fue la batería, sino la inmortalización de su voz de barítono en gemas de Lennon-McCartney –“With a Little help from my friends”, “I wanna be your man”-, o de su pluma en otras. “Octopus´s Garden”, por caso. Pues bien, fueron ocho años de gloria los que atravesó este tal Richard Starkey de Liverpool, y no es propósito aquí ahondar sobre ellos, claro. Tampoco en el larguísimo devenir de 50 años en el que Ringo tuvo que atravesar penurias –los “costos” predichos- aunque siempre con una sonrisa en la boca.

No le habrá sido fácil levantar la vista y no tener cerca a los tres monstruos que lo habían cobijado, aunque hizo de la necesidad una virtud. Algún buen disco solista tras la separación Beatle (Ringo no está mal, Goodnight Vienna, menos). Alguna participación en cine. Su toque de sesión en el disco de Lennon y la Plastic Ono Band. Su protagónico en el Concierto por Bangladesh timoneado por Harrison. La creación de una banda a la Bluesbreakers de John Mayall, la All-Starr Band –donde distintos músicos subían y bajaban año tras año- con la que visitó la Argentina en noviembre de 2011 y que, vista entrelíneas, pudo implicar para el batero la necesidad de buscar sin encontrar jamás, siquiera, pequeños atisbos de sus viejos compañeros. Ni en John Entwistle. Ni en Jack Bruce. Ni en Edgar Winter. Ni en Gary Brooker. Ni en Greg Lake. Sí encontró a Paul, vía “Really love you” y conciertos homenaje varios. Y a George, vía “I'll be fine Anywhere” (Vertical Man). Y sí –clave- se las arregló para poder encontrarse a sí mismo.

De ello da cuenta pues Crooked Boy, EP de reciente edición que, integrado a los dos que lo anteceden (Zoom in y Rewind Forward), configura algo así como su vigésimo disco solista a la fecha. El disquito da cuenta también de la gregaria necesidad de buscar compañía que persigue Ringo, pese a que le pican cerca ya los 84 años. Esta vez, la elección recayó en Nick Valensi, guitarrista de The Strokes que bien podría ser el nieto de don Ringo.

En yunta hacen pues cuatro temas (como el formato manda), que el baterista y cantante compuso con la productora Linda Perry. Un rockanrolito garagero y pegadizo llamado “Gonna Need Someone”, en el que la voz del cuarto Beatle permanece inalterable, tal como las imágenes risueñas -de historia en movimiento- que contiene el video. Una balada que no aporta más que significar una rémora sutil hacia otros tiempos (“Adeline”). Un tema llamado “February Sky” que sí inserta a Starr en nuevas corrientes, en que la línea de guitarra dada por Valensi coloca oídos en coordinadas espacio-temporales de hoy.

Y el epónimo, claro. “Crooked Boy” quiere decir “chico torcido” y se alía con la tapa del EP, cuya imagen muestra al baterista en sus días de juventud. La canción relata en efecto los problemas de salud que tuvo que atravesar Ringo cuando pibe. “Entré en coma, y luego me levanté”, dice una parte de la letra que le costó cantar, tal como manifestó en público. “Realmente pensé ¿quiero interpretar 'Crooked Boy'. La canción relata algo de mi vida. Todo el mundo sabe que estuve enfermo cuando era niño. Y enfermo como un adolescente. Es una canción hermosa. Son solo mis nervios al cantar sobre mí”. Pudo al cabo, porque la canción versa también sobre recuerdos de celebraciones y risas; de amor y paz; de pérdidas feas, y de la necesidad de mantenerse joven “como antes”. Como cuando la diosa fortuna lo tocó, y ni siquiera imaginaba el costo de ello.