“Estaba sosteniendo un trabajo que no me gustaba para pagar un alquiler de una casa que no me gustaba. En una ciudad en la que supuestamente quería estar. Solo para acceder a bares y boliches gays, que ya me habían dejado de atraer. Me parecía un gastadero de plata. Fue ahí que empecé a plantearme la idea de vivir de otra manera”.
Campa Allen un día se cansó de la Capital Federal y decidió irse al campo. Pasó del mundo del teatro y los brillos de la publicidad a cuidar gallinas, chanchos y construir casas con biomateriales. Nació en Beccar, en un barrio de casas bajas de la zona norte. Egresó de una escuela de arte y ganó una beca para estudiar Escenografía y Vestuario en el Teatro Argentino de La Plata. Luego fundó una productora que se dedicaba a hacer publicidad. Pero por las distintas crisis económicas tuvo que abandonar ese emprendimiento e irse a trabajar en una financiera. Un trabajo administrativo y rutinario que le devolvía estabilidad económica. Pero que no le gustaba y que le estaba haciendo mal. En medio estalló la pandemia y tenía que pasar horas y horas en su pequeño departamento. Comenzó a tener ataques de pánico y a pensar qué algo tenía que cambiar. ¿Pero cómo?
“Lo único que me daba gratificación era ver crecer a mis remolachas en la huerta minúscula que me había armado en el monoambiente. Eso me pareció un dato”. Así fue que se puso a investigar un modo de vida distinto.Una amiga le contó que existía un sistema de voluntariados, dónde había gente que recibía a personas como él en sus granjas, quintas, chacras para trabajar algunas horas y a cambio les daban casa, comida, wifi, agua caliente. “Se enseñan técnicas y se practican haciendo, siempre hay una especie de coordinador o persona a cargo, que va orientando la tarea. Los hay más formales, casi institucionales y los hay informales, gente común y corriente que está armando su granja, por ejemplo”.
Al principio la palabra voluntariado le hizo ruido. Pero después se puso a pensar que muchas veces en el mundo del arte había realizado actividades no remuneradas, en pos de aprender o acumular prestigio. “En el sistema de voluntariado vos te encontrás de todo. Yo por suerte estuve trabajando en construcción con barro durante el primer año y después empecé en granjas agroecológicas. Nunca me tocó laburar para una persona que fuera millonaria y que me tuviera trabajando solo a cambio de casa y comida. Por el contrario, eso sí me ha pasado muchísimo en capital: trabajar para personas muy pudientes, que me pagaban una miseria, y me tenían sin contrato, sin ART".
Pero abandonar la ciudad en busca de otros rumbos no es cosa fácil. Hay cuestiones burocráticas que instrumentan el vivir en la urbe. Campa tuvo que dar de baja contratos, cancelar servicios, vender muebles, liquidar deudas. Todo eso le llevó un año. Durante ese período estuvo investigando en internet a través de foros y vídeos: técnicas de cultivo y criado de animales, construcción con biomateriales, etc. “Yo no me fui a hippearla y vivir del prana. Fui a construir otra vida”. Al primer voluntariado llegó por el contacto con un viejo amigo de la infancia, pero nombra que hay una página de facebook que se llama Voluntariando Argentina. Aunque confiesa “una vez que empezás, en general conoces otros voluntarios que vienen de otros lugares y funciona el boca en boca”.
Si bien inició como voluntario, rápidamente pudo acceder a un sueldo. “Yo creo que tiene que ver con que hay poca gente en la vida rural e incluso poca gente que esté dispuesta a innovar, a probar otros sistemas de cría, de cultivo, pero últimamente el trabajo con la crisis se está apagando, porque yo laburo en lugares donde no se produce para exportar, sino para el consumo local”. Él ya pasó por Los Acantilados, Playa Los Lobos, Lobos, Puesco (Chile), Chamical, Sebastián El Cano y Carlos Keen.
Por más que estaba preparado, el encuentro con el territorio le trajo lógicamente sorpresas. “Vivir constantemente con animales de granja y mirarlos con atención te hace reconfigurar todo lo que conoces o lo que te han enseñado en las escuelas acerca de la biología en su totalidad. Cómo es que se comportan las ovejas, cuáles son sus agentes ordenadores, sus rectores de la conducta, etc.” Allen afirma que en las ciudades perdemos la capacidad de observación del entorno.
Descubrió también en su recorrido por distintas partes del país, que en la mayoría de los territorios el agua potable al día de hoy es un lujo. También se le reveló como absolutamente necesario hallar otra forma de gestionar sus emociones. “Hay que aprender a resolver conflictos de otra manera, cuando estás en un pueblo donde te cruzas siempre con las mismas quince personas. No es como en la gran ciudad en donde vos te peleaste con alguien y no lo volviste a ver nunca más. Uno cree que se va y que cuando te vas, no ves a nadie. Todo lo contrario. Cuando vos te vas, ves poca gente, pero compartís más.”
Campa Allen se define como una persona con carácter, que sabe poner límites ante lo que le incomoda, eso dice fue una gran herramienta para tener a mano, porque no hay que romantizar el formato ni perder la atención, cada pueblo es un mundo.En uno de los primeros lugares a los que llegó conoció a una pareja de lesbianas, con las que hizo causa común y fueron moviéndose por distintos lugares, a partir de las propuestas que les llegaban. “Reflexionando, caí en la cuenta de que muchos de mis amigos putos de la ciudad eran putos migrantes”. Las poblaciones disidentes fueron expulsadas casi completamente del campo. “Muchos de los referentes LGBT o de las grandes travestis que condujeron y fueron agentes ordenadores del movimiento habían sido expulsados de sus casas en algún pueblo perdido o no tan perdido y tuvieron que terminar en el Bajo Flores prostituyéndose”.
Él particularmente no recibió violencia en los voluntariados por los que se movió, aunque sí tuvo que estar atento para “no caer en cualquier lado”, opina que esto se debió probablemente a que quienes ofrecen voluntariados están más conectados con lo foráneo. Pero igualmente todas las veces siente, fue un factor disruptivo.
Hoy en día su proyecto a largo plazo es poder levantar o construir una granja productiva que tenga programas de recuperación de la ruralidad para poblaciones disidentes. Hay muchas personas que se fueron de sus pueblos, porque la vida les era demasiado hostil y aprendieron a vivir en la ciudad, pero “nunca se permitieron, siquiera, pensar en la idea de quedarse en su propio pueblo y arraigar ahí, sin ser constantemente señalados”.